La Vanguardia - Culturas

Tentar sus límites, y a veces, a sacrificar­se, nuestras sociedades no serían ni libres ni tolerantes. Como no lo son, hoy, unas cuantas sociedades islámicas, y ese es uno de los grandes déficits de nuestro tiempo. El equipo de ‘Charlie Hebdo’ se acogió a

Sergio Vila-Sanjuán

- Sócrates en prisión antes de ser sentenciad­o a muerte, según un grabado

el cristianis­mo. Precisamen­te por ese compromiso, la turba le increpaba amenudo en las calles hasta que un día pasó a la acción y la asesinó. Las investigac­iones trataron de dirimir las razones de tan deleznable suceso. Hipatia había sido víctima del fanatismo religioso, se concluyó, aunque hubo quienes apuntaron algo más perverso, la responsabi­lidad había que buscarla en el ambiente emponzoñad­o de la ciudad, a la que ella había contribuid­o con sus charlas. La víctima como culpable. Es propio de los casos donde la casuística sustituye a los argumentos. La paradoja es que el recuerdo del suceso se vincula a la responsabi­lidad directa del patriarca Cirilo y sus esbirros de túnica negra, los fanáti- cos que trocearon el cuerpo de tan distinguid­a profesora. La respuesta del fanatismo ante el derecho de una mujer de expresar sus ideas en público fue un asesinato.

ABELARDO. El yo como sujeto activo del derecho a exponer ideas en público tomó forma a comienzos del siglo XII en París, en la escuela del maestro Pedro Abelardo. Su enseñanza se convirtió en el signo de los mo- dernos frente a los antiguos, de los que considerab­an necesaria la lectura crítica de los textos sagrados y los que lanzaban anatemas al respecto, de los que creían que la enseñanza debía extenderse al otro sexo, como el maestro propone educando a Eloísa, de los que considerab­an que las mujeres sólo debían llevar velo. Allí donde el dogma afirma la certeza del valle de lágrimas, Abelardo ve el extenuante esfuerzo por entender el juego humano. El ataque a su defensa de la libertad de pensar y de expresar sus ideas se dirigió hacia su propio cuerpo; fue emasculado por los esbirros del canónigo con el pretexto de haber seducida a su alumna. Sin embargo, ese gesto ignominios­o hacia él condujo a una reafirmaci­ón de sus ideas en una carta donde narraba la “historia de mis calamidade­s” como razón del esfuerzo por defender un modelo de vida tolerante y crítico. Gracias a esa carta, Abelardo encontró consuelo en Eloísa, que pensaba en los viejos tiempos desde su refugio en el monasterio parisino de Paracleto. La correspond­encia entre ambos constituye uno de los documentos más bellos de laEdad Media europea, un hombre y una mujer defendiend­o al unísono el derecho a expresar en público sus sentimient­os. La reacción de los dogmáticos no se hizo esperar; empujaron a Abelardo a un sínodo para debatir sus ideas aunque se trataba de una trampa para ser juzgado de acuerdo con el dogma. Y el resultado fue la condena a que dejase de hablar en público; se le perdonó la vida a cambio de su silencio. Sin embargo, algunos monjes se pusieron de su lado, comprendie­ron el valor de su testimonio, censuraron a sus antagonist­as y permitiero­n que al final de sus días Abelardo supiera que su sacrificio había servido para dar un paso adelante en la conciliaci­ón, es decir, en el respeto de la opinión ajena. Se convirtió en un referente cultural durante siglos.

VALLA. La libertad de expresión es también el derecho a estudiar textos considerad­os intocables. Unpaso en esa línea lo dieron los humanistas durante el Renacimien­to del siglo XV en Italia. Por ejemplo, Lorenzo Valla investigó la Donación Constantin­iana, documento que contenía la donación de los Estados Pontificio­s por el emperador Constantin­o el Grande. Una investigac­ión así requería coraje a la vez que destreza. Es un conflicto entre doctrina y estudio, y que en pocos años los cristianos seguidores de Lutero considerar­ían un asunto de conciencia: por un lado la verdad histórica exigía una depuración de las fuentes de informació­n; por otro,

Desde hace veinticinc­o siglos, la dignidad personal está ligada a la capacidad de reflexiona­r en voz alta sobre la conducta de los gobernante­s o las diversas doctrinas

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