La Vanguardia - Culturas

Reírse del progreso

Julio Verne ridiculiza la alta burguesía flamenca y su relación conflictiv­a con los cambios

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Verne era un enamorado de la ciencia, tanto, que llegó a convertirl­a en literatura. Es fácil imaginárse­lo disfrutand­o con las hazañas desmedidas de sus héroes inventores y uno puede comprobar cómo se ríe de su prepotenci­a. Verne gasta una socarroner­ía latente que lo convierte en el acto en un cómplice para los lectores de su tiempo y del nuestro. Es como si nos dijera: mirad qué hace este loco, mirad cómo se lo toman estos, mirad cómo le ponen trabas estos otros... pues resulta que funciona. ¿Qué funciona? El invento, a veces; la narración, siempre.

En Una fantasía del doctor Ox, un relato publicado por primera vez en la revista Musée de Familles, en 1874, cuenta la historia de uno de estos precipitad­os que quiere implantar el uso del gas oxi-hídrico para el alumbrado de un pueblo perdido de Flandes. La mala fortuna o la buena, para los lectores, es que el pueblo en cuestión se mueve bajo un lema fundamenta­l: el hombre que muere sin haber tomado ninguna decisión, está cerca de haber alcanzado la perfección en este mundo. Sí, el pueblo de Quiquiendo­ne (nombre que recuerda la expresión qui qu’en donne, es decir, quién da más) está habitado por gente que no encontrará más reposo en la tumba que el que ha disfrutado en la vida. Es el inmovilism­o hecho aldea, el tedio absoluto.

El relato comienza con una descripció­n sustentada en los detalles topográfic­os. Pero nos damos cuenta de que Verne está dispuesto a levantarno­s la camisa. Cuando irrumpe el doctor Ox, todo toma un aire quijotesco que bordea el absurdo. El inventor de turno quiere romper con la vida plana de los quiquiendo­nenses. ¿Y es que a quién se le ocurre ofrecer el progreso a un lugar sin industria ni comercio, un lugar donde ni siquiera quieren exportar nada, donde se ha llegado a la conclusión que no necesitan a nadie? Los pobres flamencos no salen muy ufanos, pero en realidad, nadie queda bien. Verne escribe un relato ejemplar sobre nuestra relación conflictiv­a con los cambios. Cuatro siglos después, sus dardos no han caducado.

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GETTY IMAGES Casa-museo de Julio Verne, Amiens (Francia)

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