Final de juego
Una revisión del pasado español reciente a cargo de un escritor con voluntad transgresora. Una trama enrevesada y una exhibición de ingenio
Nada hay de arbitrario en cada uno de los obstáculos que Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) ha ido colocando en sus novelas, especialmente a partir de Todo está perdonado (2010) y Lo que no está escrito (2012), y que en Unárbol caído ahora se multiplican para desconcierto del lector. Se nos habla de lo que empiezan a ser tópicos cansinos: los años de la transición, la movida, el desencanto, las trapacerías del PSOE de Felipe González, del PP y las de José María Aznar; se acude a la metatextualidad, a la lectura de una novela dentro de una novela; asistimos al encuentro y desencuentro de dos generaciones dentro de una trama enrevesada con personajes que aparecen y desaparecen, en una infinita cadena de relaciones. Obstáculos que hay que leer en clave irónica y que acaban por convertirse en enriquecedoras virtudes. La misma partida de ajedrez que presenciamos gráficamente y oportunamente comentada a lo largo del libro, es mucho más que un puro juego: anuncia fatídicamente el final del juego para mostrar que ya desde el principio había mucho más que una exhibición de ingenio.
Como en un tablero de ajedrez, el número de movimientos es ilimitado y cada vez que se mueve una pieza está la conciencia de lo inabarcable y la disciplina de lo que tenemos que abarcar. Hay en Un árbol caído una formidable cohe- rencia interna y una estructura cronológicamente delimitada, de 1962 al 2003, que permite ver con claridad cómo cada nuevo movimiento altera la relación entre las piezas. Comoal escribir una novela, no podemos dejar nada al azar, y a lo que asistimos es precisamente el desarrollo de dos novelas: la del maduro Pablo Poveda, quien “se inventó la educación sentimental de aquel grupo de matrimonios amigos a los que convirtió en la imagen de una generación y de un país”, y la del joven Johnny, escritor de novelas de espionaje pero que a petición de Lola Salazar, será el encargado de contar la verdad.
Será en los años setenta cuando aquellos amigos protagonizan a la vez sus vidas y la historia
El juego empieza en 1979. Las negras de Alejandro Urrutia acosan implacablemente a las blancas de Pablo Poveda para derrotarlo en 40 movimientos. En este mismo año regresa a España el misterioso Luis Lamana, lo que nos obliga a remontarnos a 1962, año en que sus compañeros acabaron en la cárcel de Carabanchel, cuando el Partido les dio la espalda. Será en la década de los setenta cuando aquel grupo de amigos protagonizan “sus propias vidas y al mismo tiempo la historia nacional”. La historia nacional está marcada por una serie de claudicaciones y por una desintegración final de la que la generación de los jóvenes, especialmente Johnny y Javito, serán las principales víctimas. A una historia conocida por todos nosotros se añade el drama personal de cada uno de los personajes, y es aquí donde hay grandeza incluso en los derrotados. El amor por encima de todas la infidelidades del aparentemente triunfador Álex Urrutia con Lola, el intenso de Lamana y Lourdes, sublime ejemplo de patética grandeza, y el dramático amor de Johnny por la inalcanzable Teresa. Degradación y grandeza son el alma de esta agitada novela en la que hemos asistido, a lo largo de medio siglo, a la invención y al hundimiento.