Parejas en apuros
Figura en auge del nuevo humor inglés, con toques románticos, su novela Siempre el mismo día fue llevada al cine. Narra ahora la descomposición de un matrimonio. Hablamos con él sobre los británicos y sus sentimientos
Que David Nicholls “lo está petando” (para usar la jerigonza de nuestros días) salta a la vista. El escritor inglés ya demostró sus aptitudes para la rom-com novelística en la audaz y amena Siempre el mismo día, y ha vuelto a hacerlo en Nosotros, su cuarta. Nicholls suele escribir sobre parejas en apuros: si en Siempre el mismo día hablaba de EmmayDexter, destinadosa amarse pero encontrándose y separándose a lo largo de 20 años, Nosotros narra otro tipo de bache, el del matrimonio en fractura. Nicholls pertenece a la escuela de David Lodge, Keith Waterhouse o Jonathan Coe: humor tristón inglés con pathos, pulcramente relatado y con amplio público potencial. Los cínicos le llaman “populista sentimental”, lo cual solo significa que a) vende un montón y b) describe de perlas los vaivenes románticos.
Douglas, protagonista del libro, es el antónimo de aquel Dexter vivalavirgen y lelo de Siempre el mismo día. Douglas es Basil Fawlty y el Lester de American beauty, juntos; un square al borde del patatús. Leyéndolo me acordaba sin cesar del templado Jack (Alan Alda) en The four seasons (1981), que jamás da rienda suelta a sus emociones (“OK, that’s a problem I have. When I get angry, I overanalyze. You know why I do that?”).
El argumento de Nosotros es tan improbable como apetitoso: Connie decide divorciarse de Douglas, pero antes accede a embarcarse en el Grand Tour europeo que tenían planeado realizar junto a su hosco hijo púber, Albie. Douglas tramará utilizar esa cuenta atrás para recuperarla, pifiándola una y otra vez en el proceso (y entrando en una espiral de majadería según se acerca el final). Nos citamos para comer con el autor en un céntrico hotel de la Diagonal, y antes de que nos traigan los entrantes ya le hemos soltado lo que sigue: Los personajes de nos atractivos que los de
son me-
Douglas es estirado, Connie fiscalizadora, el padre de Douglas un robot sin emociones y Albie, el hijo de la pareja, un capullo integral. ¡Menudo reparto! Dexter, en Siempre el mismo día, también les resultó insoportable a muchos lectores, no entendían qué veía ella en él. Cuando escribes guiones siempre te añaden esa nota que dice: “no sé si este personaje es atractivo, no cae muy simpático...”. Pero eso en novelas no importa. No estás ofreciendo un compañero de piso; son solo personajes ficticios. Lo importante es que sean interesantes, no que nos caigan bien. También hay que apuntar que a pesar de sus fallos y defectos, a pesar de la pretenciosidad y el mal humor de Albie, de la falta de sensibilidad de Connie... No son mala gente. Douglas, por ejemplo, es un hombre lleno de buenas intenciones, un tipo decente. Está lleno de amor que es incapaz de expresar, y se preocupa por los demás. Es un buen hombre que se comporta mal. O quizás “mal” no sea la palabra, sino tal vez “estúpidamente”. En la novela afirmas que Douglas no cometerá los mismos errores que su padre, pero está predestinado a cometer errores nuevos. Cuando iba a la universidad todo el mundo sentía la obligación de quejarse de sus padres. Que si eran demasiado aburridos, o demasiado conservadores, o demasiado pasotas. Todo el mundo tenía una queja. No recuerdo a nadie que llegase y dijera: “mis padres son la monda. Lo hicieron perfecto, me cuidaron de maravilla, se aseguraron de que fuese feliz...”. Miro a mis propios hijos y me pregunto: “¿Cuál será su queja?”. Nos estamos dejando la piel para hacerlo bien, y asimismo sé que van a haber reproches. Douglas es un tío normal. Me recordó un poco a Reginald Perrin, el oficinista abúlico por excelencia. Crecí leyendo a Jonathan Coe, David Nobbs, David Lodge... Todos