Ricos y malvados
En el 2007 Ken Follett publicó Un mundo sin fin (continuación de Los pilares de la Tierra) con enorme éxito. En el 2008, la travesía sentimental y social de un gran señor en la Barcelona del siglo XI obtuvo gran eco. Y merecido: Ricard Guillem –vecino de lo que hoy es plaza Sant Miquel–, era en ficción el héroe Martí Balbany. El historiador José Enrique Ruiz-Domènec, que había investigado durante tiempo sobre aquel personaje, fue también valedor de aquella obra – Te daré la tierra– a la que siguió la segunda parte, Mar de fuego. Una muy buena narración y no tan observante –como sí lo es esta– de las mismas reglas del juego de Follett. Una de ellas: no más de media página sin que haya pasado algo.
Así es posible que estás páginas –más de mil– abarquen todo el espectro de aquella Barcelona que vivía un doble impacto: hacia arriba, con la Exposición Universal de 1888, y hacia abajo, con la ingente cantidad de obreros desocupados, una vez acababa la exposición. La ciudad de los grandes burgueses, como esta familia protagonista, cuyo padre tiene una obsesión: eclipsar, en poder y brillo, al rutilante marqués de Comillas.
Para contar vidas de amos y señores, de criados y obreros, Chufo Lloréns se vale de un esqueleto narrativo que suele funcionar: una historia de amor imposible. La hija del burgués y el hermano de un anarquista. Funciona e interesa comoexcusa, para sostener otras realidades. Y estas sí que son impor- tantes y Lloréns las aborda con brío: esta lectura depara excelentes páginas que son pura crónica de los episodios más o menos felices de esta ciudad.
El pasado que evoca Lloréns mueve a pensar en el hoy. Por sus pilares narrativos la época y sus vientos vuelan a gusto y arrasan. Las paredes de una habitación de criada violada sistemáticamente por el señorito heredero, que la amenaza con dejarla en la calle si abre la boca, son sólidas paredes. Cada vez (y no son pocas, en absoluto) que un rico despacha con malos modales a su cochero en la puerta del Circulo Ecuestre, o a una costurera balbuceante, o que dos patanes forrados de billetes se escapan al Edén a empaparse de bajos fondos, o que esas chicas empleadas en los almacenes El Siglo se plantan ilusionadas frente al Li- ceo para ver entrar a aquellas magníficas damas –esposas o queridas de grandiosos industriales– lo que sucede es que se siente rabia.
Un historiador como Ruiz-Domènec puede anotar o matizar distintos episodios. En mi lectura puedo reconocer esas formas primeras –patrones– que el autor supo captar, y que han perdurado o se han hecho más hipócritas o se han retorcido. Se contempla aquella herencia en la ciudad de hoy: aquí y allá están los que dejan muy claro quién manda, quién tiene y quién gana. Miremos bien sus caras.
Lloréns, que fue empresario del espectáculo, es muy bueno cuando describe músicos, artistas de medio pelo, o una aspirante cantante lírica. El mapa es completo y con detalles que lo llenan de vida: los reservados de los míticos restaurantes y confiterías, y la bomba que estalla en la platea del Liceo. Represores y verdugos, víctimas presentes y futuras (y en 1909 sería la Semana Trágica, un estallido social seguido de una feroz represión).
Y merece un aparte el tema de los grandes negocios ultramar, mientras la pérdida de Cuba se va anunciando. Lo mejor de toda la obra es la precisa y fría descripción del tráfico de esclavos. Y de los hombres y prohombres que se consagraron a ello.