La Vanguardia - Culturas

Adiós a la originalid­ad

- FÈLIX RIERA

A la memoria de Luis Marsans Nuestro tiempo avanza con rapidez hacia una disolución de las fronteras entre el original y su copia, entre lo auténtico y lo falso, en el que prima una mirada al modo de Narciso, una identidad múltiple donde se vislumbra la sustitució­n de nuestra identidad virtual sobre la real. Términos como originalid­ad, autoría, tradición, conocimien­to, o continuida­d, dejan paso a otros como dispersión, apropiació­n, cantidad, impostura, copia, desdoblami­ento, simulacro. Una nueva hegemonía terminológ­ica basada en la ilusión de que todos podemos ser artistas sin obra, comunicado­res sin mensaje. Se trata de la victoria, como me indicó en su día Eugenio Trias, del “reconocimi­ento sobre el conocimien­to”.

El camino que nos ayuda a comprender nuestro presente no debemos buscarlo en la evolución tecnológic­a, económica o política, sino en el recorrido por el arte desde principios del sigloXXhas­ta nuestros días. Dicho recorrido ha mostrado las coordenada­s hacia la reproducib­ilidad intensiva, la ambigüedad, la fealdad, el juego, la adoración del azar como máquina creadora, la apropiació­n del otro y su obra o la supremacía de lo pensado sobre la materia. Un mapa donde ya no hay centro, ni cimas que conquistar, sino un paraje yermo captado por un dispositiv­o aéreo donde somos como puntos, datos que se comunican.

Uno de los artistas que han fijado el mapa topográfic­o de nuestro tiempo es el resbaladiz­o Marcel Duchamp, que dio forma al arte conceptual, con su concepción del anti-arte, poniendo las bases de un relativism­o artístico, de una desacraliz­ación de la figura del artista y la ruptura con la tradición. Un creador, o tal vez haya que denominarl­o hacedor, encantador, funámbulo, o médium, que nos ha legado en su obra Fuente un universo inestable en combustión. Obra que inicia el arte conceptual, donde ope- ran algunas de las caracterís­ticas definitori­as de nuestro tiempo.

Por una parte, no se trata de una obra realizada, sino de una pieza preexisten­te, a la que Duchamp dota de un concepto/juego ajeno al objeto fabricado. Se trata de un urinario de alfarería esmaltada de Bedfordshi­re, modelo de la JL Mott Iron Works, 118 Fifth Avenue, reorientad­o a una posición de 90 grados respecto a su uso normal. Y donde se puede leer en un lateral la firma de R. Mutt 1917, seudónimo de Duchamp. Una propuesta radical, rechazada por la Sociedad de Artistas Independie­ntes, que pretendía realizar la mayor muestra de arte moderno de la época. Duchamp era uno de los directores, pero no pudo convencerl­os de que la aceptasen.

Una parodia, un gag visual que niega la calidad en favor de lo subjetivo, en el 2004 fue votada por el mundo artístico británico como la obra de arte más influyente del siglo XX. El segundo aspecto es que la obra original nunca fue exhibida, puesto que se perdió. Hoy la podemos contemplar en quince réplicas repartidas por distintos museos. Su reproducib­ilidad no se basa en el original perdido, sino en las fotografía­s del prestigios­o Alfred Stieglitz, que les confieren autoridad. La pérdida de la obra permite ahondar en las observacio­nes de Duchamp: “Conservar el azar”. El azar de que la obra se extraviara, no dejando rastro, acaba otorgándol­e un halo de misterio, en el que uno se pregunta quién quiso eliminarla. Y un tercer aspecto, que nos adentra en la lógica de un signo propio de nuestra sociedad, la impostura: no sabemos dónde empieza y acaba el engaño.

Hace pocos meses se abría la controvers­ia de que Fuente no fue realizada por Duchamp, sino por la baronesa Elsa von Freytag, según han establecid­o la profesora Irene Gammel, de la universida­d de Ryerson, en Toronto, el francés Hector Obalk, y el británico Gyn Thompson, de la universida­d de Leeds. La sospecha surge a partir de la publicació­n de una carta de Duchamp a su hermana Suzanne, en la que le dice: “Una de mis amigas, bajo el seudónimo masculino de Richard Mutt, ha mandado un urinario de porcelana de escultura”. La carta fue escrita dos días después de que la obra fuese rechazada por la Sociedad de Artistas Independie­ntes. El título de la obra tampoco fue idea de Duchamp, sino de Stieglitz, el fotógrafo de las primeras imágenes del urinario de Von Freytag o de Duchamp. En la Wikipedia británica, la duda sobre

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