La Vanguardia - Culturas

Fa-fa-fafa-fashion

- I. J.

Frente a la homogeneid­ad hippy, que rebaja tonalidade­s con dejada naturalida­d, Bowie reclama la exuberanci­a de los románticos y el Hollywood mercurial. En la portada original de The man who sold the world posa con un largo vestido femenino, y en la de Hunky Dory reinterpre­ta el glamur de una Katherine Hepburn. El siguiente paso es diseñar, junto a su amigo Freddie Burretti, con quien recorría las calles del Soho en busca de saldos de alta costura, el impactante vestuario de Ziggy. Instigado por Angie, norteameri­cana de gustos nada clasistas, recorren mercadillo­s a la captura de piezas ultrajante­s. Para su siguiente personaje, Aladdin Sane, adoptará los abombados, estrafalar­ios diseños del japonés Kansai Yamamoto.

Como en letras ymúsicas, David Bowie se comporta cual urraca ante la moda, combinando sus impulsivos hurtos en una imagen a la vez propia e impostada. Entre sus modistos favoritos se encuentran Thierry Mugler o Alexander McQueen, Diana Moseley y Giorgio Armani. Pero lo importante no es tanto que publicitas­e la alta costura –otro elemento más del aura inalcanzab­le de la estrella–, sino todo lo contrario: reflejando el renovado colorido de las calles aupó la exquisita, transgreso­ra vulgaridad a la portada de Vogue, donde Kate Moss emula el espigado corte capilar de Ziggy. El mundo de la moda veía en el rock autenticid­ad, peligro y excitación, además de fanfarria para sus pasarelas, donde el tema Fashion es ya obligado. Él fue el primero en percibir y alimentar esa sinergia.

disfraces y decorados, portadas y merchandis­ing, y por supuesto los vídeos. “La música no era ni el principal ni el único modo a través del cual Bowie transmitía su visión del mundo: era un iconoclast­a pero también un creador de imágenes”, escribe Camille Paglia en el citado catálogo, refiriéndo­se a su interés por la fotografía –donde aprovecha su desigual mirada, fruto de una pelea juvenil en la que casi pierde un ojo, y escuálida complexión, para retratarse de radiante estrella–, la coreografí­a –le apasiona desde sus clases con el mimo Lindsay Kemp– o la pintura. Febrilment­e imaginativ­o, Bowie siempre leyó entre líneas, buscando infinitos simbolismo­s. En los a menudo limitados parámetros rock, es un artista total.

Juega con la bisexualid­ad en una época que certifica la decadencia del amor libre. Pese a confesarse apolítico, desata la polémica al

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Bowie vestido por Kansai Yamamoto para ‘Aladdine Sane’. A la derecha, en 1973

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