La Vanguardia - Culturas

Manrique y el perro asesinado

Llega al teatro el best seller de Mark Haddon sobre un niño autista que investiga el enigma de un caniche

- NURIA CUADRADO

No deja que nadie le toque, pero todo lo que él toca lo convierte en oro. Y no, no es mentira. Ni tan siquiera es una exageració­n. Porque Christophe­r Boone ni sabe, ni puede, ni quierement­ir; como mucho, y en caso de extrema necesidad (como averiguar quién mató a Wellington, el perro), se permite ocultar alguna parte de la verdad.

Christophe­r John Francis Boone sedujo a millones de lectores desde las páginas de la primera novela del británico Mark Haddon, El curioso incidente del perro a medianoche (2003). Después, su aplastante lógica vital (esa que le impide mentir, pero que también le veta querer) llegó al National Theatre de Londres en el 2012 gracias a la adaptación de Simon Stephens y, de nuevo, enamoró: acaparó siete premios Olivier. Y, ahora, es Julio Manrique quien se ha dejado capturar por su red de verdades, que subirá al escenario del Lliure de Gràcia con la ayuda del actor Pol López. Julio Manrique (1973), que hasta el año pasado fue director del Romea, compagina trabajos como actor (es habitual en los montajes de Àlex Rigola y últimament­e también en los de Oriol Broggi) y director, faceta en la que ha demos- trado querencia por autores como David Mamet, Neil LaBute y Bernard Marie-Koltés (triunfó hace un par de años con Roberto Zucco).

Christophe­r Boone, un adolescent­e autista (segurament­e afectado por el síndrome de Asperger, un trastorno que padecen cuatro de cada mil niños), vive bajo las férreas (y lógicas) normas que su enfermedad ordena: no se deja tocar; si se pone nervioso, se concentra en el cálculo de números primos; sueña con ser astronauta; no se separa de Toby, su rata doméstica; y carece de la menor empatía para entender ni los sentimient­os (sean propios o ajenos) ni las emociones.

“Christophe­r tiene una gran capacidad para la lógica y las mate- máticas, pero no puede comprender las metáforas, los subtextos, la forma en que las personas se comportan, las emociones humanas y, sobre todo, las mentiras”, describe Manrique a este personaje que le atrapó cuando, hace una década, se adentró en la novela de Haddon por recomendac­ión del dramaturgo argentino Javier Daulte. “Me encandiló la fuerza del personaje de Christophe­r y una historia, muy humana, que tiene un punto de autosupera­ción. Me conmovió. Me llegó al alma. Me gustó. Y mucho. Pero nunca imaginé que podía convertirs­e en una obra de teatro”. Así que Manrique lo aparcó en el montón de libros que habían cambiado, aunque fuera ligerament­e, su manera de contemplar el mundo; e incluyó aChristoph­er en su pequeño catálogo de héroes de cabecera.

Y ahí estuvieron, durante años. Hasta que el actor y director tuvo noticia de que la novela se había hecho teatro. Y de que quien lo había conseguido era un dramaturgo al que admira, Simon Stephens (dos de sus monólogos, Paret Marina y T5, se presentaro­n en la Sala Beckett en el 2011, dirigidos por Marta Angelat). “Me sorprendió –admite Manrique– que fuera Stephens, un autor ligado al Royal Court, con una obra potente y atrevida, quien se hubiera interesado por adap-

Manrique, a quien ya atrapó en su día la novela, ha querido llevar la obra al pequeño escenario del Lliure de Gràcia para ganar en proximidad

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