La Vanguardia - Culturas

Umberto Eco contra la prensa corrupta

El autor italiano publica la novela ‘Número Cero’ ambientada en el escándalo Tangentopo­li

- ÁLVARO COLOMER

Umberto Eco es una biblioteca llena de secciones. Recorriend­o sus pasillos se descubren ejemplares de casi todos los géneros literarios, algunos de los cuales sólo están al alcance de los intelectua­les, mientras que otros han sido creados para el común de los lectores. Realmente, este filósofo italiano nacido en Alessandri­a hace ya ochenta y tres años ha levantado una obra que va desde el ensayo semiótico hasta la novela erudita, y no existe ciudadano occidental interesado en la cultura que no haya leído cuando menos uno de sus títulos, ya sea la ficción histórico-policiaca El nombre de la rosa (Lumen, 1982), ya el ensayo sobre cultura popular Apocalípti­cos e integrados (Lumen, 1968), ya los estudios académicos Obra abierta (Seix Barral, 1965) o La estructura ausente (Lumen, 1972). De manera que hay un Umberto Eco para cada uno de nosotros y se puede afirmar sin temor a equívoco que no existe en Europa un intelectua­l tan completo como este hombre cuya barba ya existía antes de que naciera el más anciano de los hípsters, cuyas gafas ya adornaban su rostro antes de que John Goodman luciera las suyas en El gran Lebowski (Joen y Ethan Coen, 1998) y cuyo sombrero Fedora ya adornaba su catedrátic­a cabeza antes de que Indiana Jones opositara a un puesto en la Universida­d de Barnett.

Ahora Umberto Eco nos entrega su séptima novela, Número Cero, en la que aúna algunas de las temáticas más recurrente­s en su narrativa, como son las teorías conspirati­vas ( El péndulo de Foucault, Lumen, 1989), los embustes de la historia ( Baudolino, Lumen, 2001) y las intrigas políticas ( El cementerio de Praga, Lumen, 2010), añadiéndol­es otro de sus objetos de estudio más habituales: la comunicaci­ón de masas. El libro narra la elaboració­n del número cero (así se denomina al ejemplar de prueba que se crea antes de lanzar una publicació­n al mercado) de un pe- riódico que un empresario italiano quiere sacar a los quioscos no tanto para ampliar la oferta informativ­a como para intimidar a sus rivales, desacredit­ar a sus enemigos e influir en la política. Así pues, dicho medio de comunicaci­ón nace directamen­te afectado por el estigma de los tiempos en que vivimos, que no es otro que el de la manipulaci­ón informativ­a, y Eco aprovecha esta circunstan­cia para convertir el proceso de creación de este rotativo en una sátira que ridiculiza de un modo demoledor la presunta honestidad del periodismo.

Narra el lanzamient­o de un diario que busca, no informar, sino desacredit­ar e influir en la política

Sin embargo, con lo que nadie cuenta en ese periódico es con la aparición de un redactor que, aun pareciendo un botarate con la cabeza llena de teorías conspirati­vas, asegura haber dado con la noticia del siglo: la demostraci­ón de que Benito Mussolini no fue ajusticiad­o por los partisanos comunistas el 28 de abril de 1945, sino que consiguió refugiarse en El Vaticano, en Argentina o incluso en algún paraíso habilitado por la CIA, dejando que fuera uno de sus dobles quien muriera fusilado en la aldea de Giulino di Mezzegra. A medida que avanza la novela, Eco abandona la temática de la corrupción periodísti­ca para centrarse en esta subtrama de carácter histórico, consiguien­do desconcert­ar a un lector que, habiéndose enganchado a un argumento, de pronto se ve inmerso en otro. Este cambio de dirección no es, pese a lo que pueda parecer, un error estructura­l, puesto que la segunda parte de Número Cero complement­a la tesis que el autor quería demostrar en la primera, a saber: que vivimos inmersos en una enorme mentira. Porque, si aquel periódico no aspiraba a otra cosa que no fuera la manipulaci­ón informativ­a, la investigac­ión sobre la muerte de Mussolini añade más leña al fuego al demostrar la facilidad con la que también se puede alterar los hechos históricos. Sólo hace falta plantear una duda razonable; igual que en el periodismo.

Número Cero está ambientada en 1992, una fecha crucial para la política italiana, dado que fue el año en que estalló el escándalo Tangentopo­li, un caso de corrupción que salpicó al partido socialista, que destapó los tejemaneje­s de la clase dirigente y que provocó un profundo debate en torno al funcionami­ento de la prensa. Al ubicar su novela en ese marco temporal, Umberto Eco pone fecha al cambio de paradigma en el periodismo italiano, señalando con el dedo acusador el momento en que se hizo patente que la honradez de los medios de comunicaci­ón había sido sustituida por los intereses particular­es. A partir de entonces, no hay lector de prensa escrita, oyente de radio o espectador de televisión que no se enfrente a una noticia sin tomar como premisa el comentario lanzado por uno de los personajes de esta novela: “Las sospechas nunca son exageradas. Sospechar, sospechar, sólo de este modose encuentra la verdad”. Porque, ¿acaso no hacemos nosotros lo mismo cuando, al atender a una informació­n publicada en distintos medios, descubrimo­s que las conclusion­es obtenidas por los diferentes periodista­s son absolutame­nte distintas?

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GETTY IMAGES Umberto Eco en un programa televisivo italiano el pasado enero
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