La Vanguardia - Culturas

Uncuento de niñez y guerra en el País Vasco

- CARINA FARRERAS

Sólo mirando fotos de la Guerra Civil en el País Vasco uno se da cuenta de la enorme tragedia que supuso la contienda. Los pueblos y ciudades se quedaban sin varones que se iban al frente, el ruido de las sirenas que anunciaban los bombardeos, los estragos de las bombas, la desconfian­za, el hambre y el miedo. Y niños, muchos niños, vagando por las calles, embarcados en trenes y cargueros rumbo a otros países para salvar la vida. Y nada más pisar terreno extranjero, duchados, rapados el pelo, vacunados y con ropa de cualquier talla, llevados a casas donde no comprendía­n el idioma. Todo eso vivió el grupo de hermanos Abrisqueta. Y todo esto nos cuenta el autor, Martín Abrisketa (Bilbao, 1967), hijo del protagonis­ta Martintxo. Cientos de veces lo oyó de boca de su padre pero no en forma de relato aterrador sino como una serie de aventuras entrelazad­as llenas de humor y fantasía. “A mi padre le salvó la imaginació­n”, afirma el escritor. No hay odio, no hay venganza, ni rastro de resentimie­nto. Se lee como un cuento, cuyo escenario es la Guerra Civil española en el País Vasco, Santander y el exilio en el pueblo francés de Tenay. Es la misma historia de El otro árbol de Guernica, de Luis Castresana, niños solos en el exilio, pero contada con estilo propio. Como un Roberto Benigni en La vida es bella el narrador cambia la realidad por la fantasía. El fondo es el día a día de la barbarie –bombas, desercione­s, arrestos, hospitales, muertos, vejaciones, huidas, hambre y frío– pero el hilo narrativo está tejido por las peripecias del niño Martín, un travieso chaval que se escapa del caserío cuando suenan las sirenas que anuncian los bombardeos para estirarse en el prado de la huerta y saludar al piloto que llama El Abuelo; que en Santander se cuela en una buhardilla para dormirenun­acamacuand­o sus habitantes se van al refugio; o sube a cubierta del barco para desafiar al capitán Garfio; o escribe cartas con destino a la luna, donde cree que vive su vecino Juan, muerto en combate, cuando tiene miedo: “¿Me podrías decir cómo termina el cuento de Peter Pan? Es que en Santander no nos dio tiempo a leerlo del todo. Yo me imagino que Peter Pan , o sea yo, en la última página cojo y le mato a Garfio y gano la guerra, claro. Pero bueno, más que nada es por estar seguro”.

Es una historia de niños solos en el exilio, pero contada con estilo propio, un poco a lo Roberto Benigni El autor, que dedica varios capítulos a la relación con su padre, dice: “A Martín le salvó la imaginació­n”

Martín Abrisketa (un pseudónimo del autor que juega con el lenguaje pues está escrito con K, al modo vasco, mientras que los personajes se escriben con el castellano Q, como hubiera sido escrito el apellido en los años treinta) llamó el libro La lengua de los secretos en referencia al euskera que se utilizaba como lengua privada. También suena a la Lengua de las mariposas, o a Secretos del corazón, y de ambos tiene ciertos ecos, sabor de infancia, guerra, delicadeza contra la barbarie... Como suena a Obabakoak, de Bernardo Atxaga quien escribe un elogioso comentario en la solapa del libro: “La forma de contar es deliciosa, y los episodios avanzan como llevados por una brisa”.

Salvados algunos picos, para mí excesivame­nte azucarados (del estilo de José Mauro Vasconcelo­s en Mi planta de naranja lima, cuyo entusiasmo general yo no comparto), el libro es de una sensibilid­ad exquisita y de una gran intensidad emocional cuando reproduce

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