La Vanguardia - Culturas

El retrato del coleccioni­sta

Através del mundo libresco, Vicent nos traslada a finales del siglo XIX, saboreando un tiempo perdido

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Ya lo decía Luciano de Samosata: hay ignorantes que por más que se afanen en montar biblioteca­s continuará­n tan ignorantes como antes y es que los compradore­s de libros no son garantía de nada, aunque, por los tiempos que corren, esta es una afirmación demasiado atrevida. Sí que serían garantía de superviven­cia de los negocios editoriale­s, pero no son garantía de superviven­cia de la transmisió­n del saber. Se trata de una especie muy variada que puede ir desde el ejemplar más frívolo, que considera que los lomos expuestos lucen en el salón y los ordena según las tonalidade­s, hasta el erudito que los ha leído todos, ha subrayado sólo algunos y se ha aprendido párrafos enteros de unos pocos elegidos. El tema, ya se ve, tiene mucho jugo y el crítico literario de Chicago, Leon H. Vincent, nos lo demuestra en esta novela sobre un coleccioni­sta de libros que es todo un personaje; un retrato extenso de este individuo y de su enfermiza afición de acumular volúmenes en un gran almacén a la espera de encontrar el lugar ideal para exponerlos.

Vincent nos presenta a un hombre convencido de que en toda librería hay un libro que tiene interés y que está a la espera de que lleguemos y nos lo quedemos. El bibliófilo olfatea la presa y encuentra el momento adecuado para llevársela a casa. Su gran aliado es el librero, que es lo más parecido a un alcahuete de libros solitarios.

El narrador nos va contando las hazañas del coleccioni­sta como quien nos deleita con las aventuras de un detective. Nos hace revivir sus pesquisas en Montana donde por casualidad encontró una primera edición muy buscada; nos confiesa las pasiones secretas en busca de autógrafos auténticos y nos reproduce diálogos con libreros desconfiad­os que no quieren revelar sus tesoros a cualquier comprador. A través del ambiente libresco, podemos penetrar a finales del siglo XIX – El bibliótafo se publicó en 1898– y saborear un tiempo perdido. Y es que ahora los coleccioni­stas compran en la red sin hablar con nadie y la suerte ya no es encontrar un libro insólito sino una librería decente.

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GETTY IMAGES Los libros como pasión

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