Grietas en el pasado
Nueva factura de la gran narrativa del islandés Indridason
Para Arnaldur Indridason (Reikiavik, 1961), el paso del tiempo es uno de sus grandes temas. Qué hace el tiempo con las personas, con su memoria y con sus secretos. El autor se considera menos estilista y más narrador; su investigación requiere de múltiples piezas de un puzzle –el del olvido y los años de secretos– destinadas a encontrarse para completar el cuadro: un paisaje de opresivo silencio, o de inmensos lagos de desconcierto. De gente que se aferra a la espiritualidad y al más allá, mientras aquí se hunde en el hielo. En Islandia es un referente. La marismas, La mujer de Verde, Pasaje en las sombras han puesto una y otra vez al inspector Erlendur Sveinsson a examinar los cimientos y fisuras de ese edificio que es el pasado. Erneldur es un tipo ya maduro y con piezas sueltas. En esta novela aparece su ex. Gran momento: una mujer desgastada, rencorosa, que fuma compulsivamente. Pero es la madre de sus hijos, dos chicos que crecieron con el dolor de no haber visto a sus padres juntos: alcoholismo, drogas, rabia... Luego están los lagos helados, el frío y la borrasca que esconden el destino final de un chico desaparecido hace 30 años, y una chica que adoraba los lagos. Erneldur se niega a dar carpetazo a estos casos a los que se suma el enigma central de la novela: el suicidio de una joven, encantadora y culta.
La verdad es que pocos autores de novela negra consiguen que lo personal y lo oficial confluyan con naturalidad, gracias al gran conocimiento de la narrativa (Ross McDonald sería otro): el investigador lidia con los agujeros negros del pasado y está empeñado en consolar a padres que no enterraron a sus hijos. Paradójicamente, en el paulatino acercamiento con su hija, lee en voz alta la historia de él mismo y de aquel día de su infancia en que sobrevivió a una tormenta que se llevó a su hermano.