La Vanguardia - Culturas

El encuentro de Müritz

El periodista alemán Michael Kumfmüller reconstruy­e el episodio entrañable y dramático del idilio entre Franz Kafka y Dora Diamant. Revivimos la miseria más cruda y la hambruna del invierno berlinés de 1923

- ROBERT SALADRIGAS

Es como regresar de nuevo a un lugar del mundo de ayer que nos es grato y acogedor. Vamos a ese enclave real. Un viernes de julio de 1923 Franz Kafka –el “doctor” lo llama Michael Kumpfmülle­r (Munich, 1961) en su novela La grandeza de la vida ( Die Herrlichke­it des Lebens, 2011)– llega muy enfermo a Müritz, en la costa del Báltico, donde pasa el verano su hermana Elli. Aquella estancia será histórica porque se produce el encuentro con la polaca Dora Diamant, que sirve como voluntaria en la colonia de vacaciones del Jüdisches Volksheim. Siempre he creído que Dora es la mujer más determinan­te en la contradict­oria vida sentimenta­l de Kafka. Kafka tiene entonces 39 años; Dora 27. Se enamoran, sobre todo ella que ni siquiera conocía sus libros, y ambos se instalan en Berlín, la capital agobiada por brutal inflación; comparten paredes y cama, Kafka escribe, Dora lo cuida con una abnegación ejemplar y eso permite al escritor no tener que regresar a la odiada Praga del padre que aguarda al hijo fracasado. Kafka sólo volverá a Praga enfermo de muerte, poco antes de ingresar en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, donde morirá el 3 de junio de 1924 acompañado por el amor de Dora Diamant.

Es una historia entrañable y dramática, familiar a los seguidores de Kafka –me cuento entre ellos– que además han sentido atraída su cu- riosidad por el destino de la mujer judía que tras perder al amado fue acosada por la Gestapo, escapó a la Unión Soviética, por fin emigró a Inglaterra y murió en Londres en agosto de 1952, a los 54 años. La biografía de Diamant sigue hoy plagada de zonas opacas. Todo el material que conservaba de K., cuadernos de notas y cartas (treinta y cinco), se considera perdido tras confiscarl­o los nazis durante un registro a su domicilio berlinés en 1933. Dora se erigió en mito. Al fin y al cabo venció los recelos de Kafka, vivió su amor en unas condicione­s hostiles y lo acompañó hasta el fin.

Lo que no podía imaginar es que el narrador y periodista alemán Michael Kumpfmülle­r escribiera un hermoso libro –¿sólo metalite- rario?– dedicado a reconstrui­r el idilio entre Franz y Dora en su contexto socioeconó­mico. Contada la historia desde dentro, fusionando el narrador las miradas de Dora y Franz y la atmósfera de miseria y hambruna de aquel invierno berlinés en que la ciudadanía fue hostigada por el descontrol inflaciona­rio, se tiene la sensación de leer esa historia triste pero fascinante que Kumpfmülle­r narra con abundancia de detalles: escribe sobre la sed que atormenta al enfermo y uno cree sentir el ardor de su propia garganta. Las secuencias del relato parecen inspiradas por el mejor realismo expresioni­sta de la narrativa germana. Sin duda alguna, magnífico.

Ahora bien, no estoy muy seguro que pese a la realidad específica de la que se alimenta La grandeza de la vida –título extraído del Diario de K.–, el relato no contenga un porcentaje más o menos alto de ficción. ¿De dónde saca Kumpfmülle­r algunos detalles que confieren identidad literaria a la narración? ¿A qué se debe la magia que transpira el libro y lo sitúa por encima del mero estudio biográfico? ¿Cuál es el secreto de la pócima mágica? Tampoco es que importe demasiado. La historia es la que es y está formidable­mente contada.

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