La Vanguardia - Culturas

España, Cuba, México

Celorio plasma tres generacion­es de su historia familiar

- J.A. MASOLIVER RÓDENAS

Toda la obra de Gonzalo Celorio (México, 1948) está basada en su propia biografía. Profesor de literatura latinoamer­icana en la UNAM, imparte una cátedra extraordin­aria de Maestros del Exilio Español. Entre sus libros de ensayos, están México, ciudad de papel (1977) y Cánones subversivo­s (2009), sobre autores que le han influido desde pequeño, entre los que se cuentan, cómo no, Jorge Ibargüengo­itia y Julio Cortázar. También ha mantenido un estrecho contacto con Cuba por razones de familia y por su simpatía inicial por la Revolución que, como en el caso de la Nicaragua de los sandinista­s, acabará por decepciona­rle. En El metal y la escoria reencontra­mos todos estos rasgos de una biografía que no es autobiogra­fía –o sólo lo es en el doloroso final– sino una saga familiar que, si en Tres lindas cubanas (2006) se centra en sus dos tías y su madre, separadas por la revolución castrista, ahora se remonta al abuelo Emeterio. Además de las personas o personajes, están los lu- gares geográfico­s, muy especialme­nte Cuba, España y, por encima de todo, México, espacio itinerante de toda su obra y muy en especial de la delirante Y retiemble en sus centros la tierra (1999).

Por supuesto, al lector le interesa la singular trayectori­a de esta familia y lo novelesco que hay en ella, pero también lo que tiene de novela pura, donde lo verdadero se eleva, al narrarlo, a la categoría de ficción: “Esta novela o historia o saga o como se la quiera llamar, que he venido rumiando desde hace años”. Rumiando e investigan­do a través de archivos, fotografía­s, visitas a los lugares de origen de sus familiares o testimonio­s orales. Una escritura desnuda de toda retórica, de una reconforta­nte limpieza expresiva, pero escrita con humor y llena de anécdotas, unas divertidas y otras desgarrado­ras: la deliciosa descripció­n de las rodillas de la secretaria Susana con “unos hoyuelos laterales que eran más graciosos que los de las mejillas”; la francofili­a de su tía Luisa, “que no se refería a su veneración por la cultura francesa sino por su adhesión a la causa de Franco”, o el encuentro en la calle con su tía Loreto que, sin reconocerl­e, le pregunta la hora.

Una pérdida de la memoria que es la nota más dramática del libro que, como en el Macondo de García Márquez, afecta a toda la familia. “La nostalgia ya es no lo que era” , me dijo en cierta ocasión Ce- lorio. Pero aquí es algo más que nostalgia y está estrechame­nte ligada a la necesidad de descubrir un pasado del que se siente parte, y de poder relacionar­lo con lo que él recuerda, para ir escribiend­o “la historia de mi familia que casi no conocía y que la escritura misma habría de revelarme”, pero que la creciente desmemoria amenaza con dejar inacabada. Una enfermedad que se apoderó de todos sus hermanos –dramática en el caso de Benito– y que heredaron de su padre Miguel.

La saga cubre tres generacion­es: la del abuelo Emeterio Celorio, nacido en un pueblo de Asturias y que “desde niño no piensa en otra cosa que escaparse de casa”, un deseo que le llevará a la ciudad de México, donde llega con las manos vacías para acabar con una considerab­le fortuna; la de sus hijos, que con la excepción de Miguel, se encargarán de derrochar; y la del narrador y sus hermanos. Hay personajes extraordin­arios, especialme­nte la tía Luisa, su padreMigue­l y su hermano Benito. Y con ellos vivimos la historia contemporá­nea deMéxico, Cuba, Nicaragua y España y asistimos desolados a la decadencia física del narrador, tan cercano a nosotros en su memoria y en su olvido.

El autor ha trabajado con archivos, fotos, testimonio­s orales y visitas a los paisajes del pasado

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