Ochocientas páginas luminosas
Eleanor Catton hizo historia (y polémica) al obtener elManBooker con una narración de aires victorianos. ¿Hay que leerla? Sí, rotundamente
En una noche oscura y tormentosa, como cualquier novela victoriana que se precie, tiene su inicio Las luminarias de Eleanor Catton. Una noche oscura y tormentosa, una chimenea encendida, un viajero solitario y una cuadrilla de bebedores mal encarados que fingen ignorarlo sin quitarle el ojo de encima. El viajero inicia su relato de traiciones y deudas, amores y muertes, un viaje a Nueva Zelanda para empezar de cero y una mina de oro en disputa. Todo nos indica que nos encontramos ante un autor del siglo XIX, pero Catton es una escritora nacida en 1985 que dedica más de 830 páginas a un relato que podría haber firmado Wilkie Collins. La pregunta, la primera de varias, es si tiene sentido hoy escribir así. El jurado delManBooker Prize decidió que sí, ya que le concedió el premio en el 2013, convirtiéndola en la autora más joven en recibirlo. Y su libro, en el más largo entre los galardonados.
Vaya por delante que nos encontramos ante una novela falsamente decimonónica. Porque hay mucho más. Hay una estructura narrativa controlada al milímetro que gira entorno a los signos del zodiaco y los astros como estos alrededor de las luminarias. Hay una indagación sobre el destino y el papel que este juega en la sucesión de acontecimientos que definen nuestras vidas. Y hay una reflexión que es la materia que define la novela y que es nada menos que la literatura: qué es lo que esperamos, nosotros lectores, de ella, y que es lo que ella espera, si espera algo, de nosotros.
La narración se inicia en 1866 en una recién nacida ciudad neozelandesa, Hokitika, que debe su existencia a las también recién descubiertas minas de oro y en la que, como también era de esperar, se dan cita buscadores de fortuna, maleantes, meretrices y propietarios de negocios, siendo el del opio uno no menor entre estos. Varios hechos aparentemente desconectados tienen lugar al mismo tiempo: la aparición de una buena cantidad de dinero entre las posesiones de un miserable hallado muerto (¿asesinado?), la paliza a una prostituta adicta al opio y la desaparición de un rico comerciante. Cada uno de los doce capítulos, con títulos como Mercurio en Sagitario, se inicia con una cita astrológica y tiene el doble de páginas que el siguiente. También cada capítulo está dedicado a la narración de uno de los personajes, cuyas características están marcadas por las del signo del zodiaco al que pertenecen. Cada relato es una vuelta de tuerca al anterior. Todos los personajes orbitan alrededor de una pareja, las luminarias, el sol y la luna.
¿Demasiado complejo? ¿Puede exigirse al lector tanto esfuerzo? O directamente, ¿puede exigirse algún esfuerzo? Escribía hace unos meses Eleanor Catton que no exis- ten las novelas elitistas. Puede haber premios elitistas, o críticos elitistas, o libreros elitistas. Pero no literatura elitista, porque “un libro no elige a su lector, ni puede influir en las circunstancias en que es leído o recibido”. Su éxito, su grado de disfrute, depende de las preferencias personales. Y las de quien esto firma se quitan el sombrero ante Las luminarias.