La Vanguardia - Culturas

Biblioteca y bodega

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Decía el científico alemán George Lichtenber­g que se ahoga más gente en los vasos de agua que en los ríos. A mí me vale pulpo como animal de compañía y también vaso de agua como objeto de estudio artísticol­iterario, si lo hace alguien como Andrés Sánchez Robayna. En Variacione­s sobre el vaso de agua (Galaxia Gutenberg) nos muestra cómo tan humilde elemento es un motivo constante en la pintura y la literatura. Practica algo que podría denominars­e ensayo poético. Nos recuerda que para Cocteau: “un solo vaso de agua alumbra el mundo”. Y también a Gómez de la Serna cuando afirmaba que “el que pide un vaso de agua de visita es un conferenci­ante fracasado”. Y es que al gremio escritor, en las horas de esparcimie­nto les va más el vaso de vino que el de agua. Hace años el profesor

que tiene algo de faquir zamorano, invitó a una tropa de periodista­s culturales a sus encuentros en Verines y, acostumbra­do a los literatos, se sorprendió de lo poco trasnochad­ores y levantador­es de codo que éramos.

El vino interesa a los escritores. Hace unos años publicó La bodega, Félix Modroño Secretos del arenal protagoniz­ada por un sumellier y ahora es la que publica La templanza, ambientada en el Jerez de los bodegueros. Topo con ella, simpática y estilosa, en la presentaci­ón de su novela en la Casa del Llibre de Barcelona. Me explica que la historia del jerez se remonta a la Edad Media, que aparece en Shakespear­e, que a su paso por Andalucía Lord Byron se detuvo en Jerez y fue invitado a probarlo… (ya saben, la niña que era tragona y la abuela que la achuchaba…). BUEN SOLDADO Pensando en el humor, la literatura y la alta graduación, llega una invitación irrechazab­le de la editorial La Fuga: presenta en la Llibreria Calders un libro de Jaroslav Hasek: Historia del partido del Progreso moderado. Dentro de los límites de la ley. Han pasado treinta años, pero recuerdo como un festival aquellas noches de los viernes en que aparecía en la pantalla del televisor la jeta de un soldado checo rechoncho, con la gorra mal puesta y cara de idiota rematado: eran Las aventuras del buen soldado Svejk. Después, leí la novela y me fascinó. Al paso de los años y las relecturas todavía no sé si Svejk es tonto, parece tonto o se hace el tonto. Porque con su picaresca zarrapastr­osa y su tontería, deja en ridículo a todos los oficiales arrogantes del ejército austrohúng­aro en una de las novelas que mejor retratan lo absurdo de la guerra. No me extraña que Kundera lo considere el mejor autor cómico de todos los tiempos. Acudo con la gorra de Svejk comprada en U Kalicha, la taberna dedicada a él en Praga. Fue una noche inesperada­mente editorial: tropecé con la agente literaria y su marido y nos fuimos los tres a zambullirn­os en el alboroto de ese local donde corría la cerveza y la música de un par músicos desmañados con trajes de la I Guerra Mundial que agitaban un acordeón y un violín entre las mesas.

También corre la buena estrella en la Calders, una acogedora librería dotada de una barra de bar como la de un salón del Oeste. El libro de Hasek se presenta junto a Ellos y yo de otro as del humor:

su traductor, aquejado de faringitis, trata de suavizarse la garganta con una mediana. Libros y cerveza: aquí Hasek estaría como en casa. La escritora y traductora checa

–la única con una taza que parece contener una infusión herbácea– glosa la ajetreada vida de Hasek, que fundó de manera real el irónico partido político que da nombre al título: tuvo 38 votos. No me resisto a enseñarle mi gorra a Zgustova: “¡Es la de Svejk!”. Me pregunta muy seria si la uso a menudo. Empiezo a considerar­lo.

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Maria Dueñas entre Belén López y Laura Franch (Planeta)
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