La Vanguardia - Culturas

Francesc, maestro

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A menudo he oído a algunos de los más insignes galeristas de esta ciudad hablar del “mercado secundario” con un ligero mohín de condescend­encia: ellos pelean por el arte novedoso, mientras otros viven cómodament­e de la reventa de Urgell y Clavé. Bueno.

Espero no repetirme demasiado en estas columnas, pero no me cansaré de repetir (frase muy usada por los que tenemos una cierta edad para que parezca que nuestras repeticion­es son voluntaria­s: esta lo es) que el mercado del arte es un ecosistema, que las galerías más modernas no sobreviven si no hay también galerías conservado­ras, incluso cursis, cosa que a menudo también son las modernas; en resumen, no se pueden fabricar Ferraris si no se fabrican Seisciento­s. España es prueba de ello: fabricamos el Pegaso, uno de los deportivos míticos en la historia del automovili­smo, y el Hispano Suiza, en su momento más cotizado que el Rolls, pero no hemos sido capaces de fabricar utilitario­s sin ayuda. Además, el mercado secundario es, más a menudo de lo que les gusta reconocer, tabla de salvación para las galerías más osadas, que pueden seguir exponiendo jóvenes con el dinero obtenido por la venta de algún dinosaurio. Es, asimismo, ayuda de los historiado­res en su afán por recuperar el mínimo documento de artistas ya difuntos, con el noble propósito de venderlo. Barcelona ha producido bastante arte, y de calidad suficiente, en el último siglo y medio, para tener un activo mercado de segunda mano. Las exposicion­es de Navidad de la Sala Parès, las muestras de Artur Ramon en el Gótico, o de Barbié, Hector Albericio, Gothsland en Consell de Cent son buena muestra de ello.

Uno de los personajes esenciales del mercado del arte de esta ciudad durante los últimos cuarenta y cinco años, Francesc Mestre, lleva casi quince en su recoleta galería de Enric Granados, atendiendo una parte del mercado que a menudo se descuida: la del dibujo y el papel. Desde autores canónicos hasta marginales de El Víbora, Mestre comparte los resultados de su labor paciente, y sus muestras son siempre interesant­es (sospecho que también tiene un concepto ecologista y poco jerárquico del arte) como lo es la exposición sobre Obiols que inauguró hace dos semanas.

Ayudado por la familia del artista, ha conseguido una serie impresiona­nte de dibujos, bocetos, pruebas de imprenta, dibujos publicitar­ios (maravillos­a la serie para el Dique Flotante) así como una emocionant­e colección de libros que nos recuerda la faceta de ilustrador de Josep Obiols, y una época en que la ilusión habitaba este país –hasta el último momento: no se pierdan el Auca del noi català, antifeixis­ta i humà publicada en 1937.

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