El mar está vivo
Apesar de que la conexión entre la naturaleza y el hombre es un recurso recurrente en su filmografía, es la primera vez que la cineasta japonesa Naomi Kawase se adentra en la tarea de filmar el mar. En sintonía con el pálpito autobiográfico que subyace a su obra, la decisión de construir la historia de los adolescentes Kyoko y Kaito alrededor del poder envolvente del océano tiene que ver con el descubrimiento acontecido hace unos pocos años sobre el lugar de procedencia de sus ancestros: la isla Amami-Oshima, justamente donde fue rodada la película. De algún modo, pues, con Aguas tranquilas, Kawase firma el final de un trayecto, vital y cinematográfico, a través del cual ha buscado constantemente su lugar en el mundo intentando entender en una primera etapa por qué fue abandonada por sus padres al nacer y sumergiéndose en una espiritualidad que integra los ciclos de la vida y la muerte como dos procesos indisociables tras convertirse ella misma en madre.
Con Aguas tranquilas, pues, Kawase retoma los temas centrales de su filmografía (la transición de la infancia a la edad adulta, la superación de la ausencia y el duelo, la necesidad de filiación en la construcción de la identidad) para mostrarlos desde la madurez aportada por la reciente muerte de su tía abuela, Uno, la mujer que la crió y que puede considerarse la gran protagonista de la vertiente más doméstica de su obra. Con Aguas tranquilas Kawase alcanza así una de las cotas más altas de su trayectoria tanto en el aspecto temático como en la traducción formal de su personal e inconfundible cosmogonía.
La película muestra el tránsito hacia la edad adulta de dos adolescentes que deben lidiar con la ausencia de sus progenitores de modos distintos aunque comple-