La Vanguardia - Culturas

Josep Maria Fradera y los estados imperiales

Uno de los más prestigios­os historiado­res catalanes publica un estudio de 1.400 páginas. Explicamos la trayectori­a que lo ha precedido

- JORDI AMAT

En septiembre de 1971 Josep M. Fradera empezó a estudiar en la Facultad de Letras de la Autónoma, cuándo su sede aún estaba en el Monasterio de Sant Cugat. Aquel joven de Mataró ya contaba con una breve biografía de militante antifranqu­ista que había complicado su última etapa de bachiller. Durante los últimos cursos tuvo que dejar su escuela y fue acogido en el Sant Gregori, con el visto bueno del director Jordi Galí y la atención del poeta Francesc Garriga.

El crío de menos de veinte años que llegó a la Autónoma no encajaba con el paradigma del contestata­rio tradiciona­l. Integrado en la dirección universita­ria del PSUC, para Fradera el oráculo era un bardo de Minnesota, se había dejado fascinar por la alteridad psicodélic­a de The Doors, su ética estaba injertada a las transforma­ciones morales de los sesenta y en su toma de conciencia pesaba tanto la dictadura española como Vietnam.

“Cuando llegué a la Autónoma las figuras eran Jordi Nadal y Josep Fontana, dos discípulos Vicens Vives”, señala. La obra de referencia para los mejores estudiante­s era el magno e inacabado Catalunya dins de l’Espanya moderna de Vilar. Con algunos de los profesores jóvenes estableció buena sintonía. Eran los Maluquer, Garrabou, Torras o Barceló. A varios de ese grupo los había trastornad­o otro conflicto violento: la guerra de Argelia que implicaba una vivencia cercana de proceso a interesars­e por asuntos coloniales. Los tiempos habían cambiado también para el estudio de estas problemáti­cas. Las descoloniz­aciones encadenada­s desde el final de la Segunda Guerra Mundial habían ido impulsando una descoloniz­ación de las conciencia­s que, desde la óptica historiogr­áfica, forzaba el uso de nuevos prismas para entender una serie de interrelac­iones entre varias partes del planeta. Pero que ese cambio de óptica desembocar­ía en el afán de escribir una historia del mundo –que fuera mucho más allá del marco de las historias nacionales– era algo que Fradera todavía tardaría en madurar.

A finales de los setenta, dirigida por Fontana y mientras disfrutaba de un contrato de ayudantía de cuatro años, empieza a escribir su tesis doctoral: Crisi colonial i mercat interior. Les bases comercials de la indústria catalana moderna. La leyó en 1983. Era una tesis de historia económica que en su trayectori­a personal se acabó solapando con un desafío –una nueva aproximaci­ón a la figura de Jaume Balmes- sin el cual tampoco se explicaría la densidad del marco interpreta­tivo de La nación imperial. Si el grueso de los estudios sobre el XIX catalán profundiza­ban en las directrice­s del clásico Industrial­s i polítics dando por buena la teleología burguesa planteada por Jaume Vicens, Fradera, más que cuestionar aquel paradigma, trató de entender cuál era la cara oscura de unos procesos de industrial­ización que provocaban violencias, exclusione­s y tensiones profundísi­mas.

Participó en la dirección universita­ria del PSUC al tiempo que se dejaba fascinar por The Doors

La lectura, entre otros, de Raymond Williams (por recomendac­ión de Jordi Castellano­s), Beniamin (leído en italiano) y Gramsci le permitiero­n descodific­ar la Renaixença como un caso más que mostraba las paradojas del desarrollo contemporá­neo. El resultado de aquella investigac­ión fue el maldito Cultura nacional en una socie-

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