Política y letras
En abril del 2012 el gran ensayista francés Marc Fumaroli pronunció en Madrid una conferencia sobre “La República de las Letras”, en la que sintetizó los estudios de toda una vida sobre el tema. A raíz de este acto su editor Jaume Vallcorba le animó a reunirlos en un volumen que publicó Acantilado. Su tesis, toscamente resumida, es que la cultura europea desde el Renacimiento se ve ligada por una comunidad supranacional de escritores y filósofos que forman esa “República de las Letras” y dan contenido, racionalidad y estilo al intangible espiritual del continente. Por encima de trifulcas políticas y de cíclicos enfrentamientos nacionales.
La vida política catalana en los últimos tiempos se ha vuelto tan enrevesada que no pocas voces previenen sobre la división de la sociedad en bloques enfrentados.
El mejor antídoto para que semejante cosa no ocurra es, o debería ser, la cultura. Su impregnación es una constante entre nosotros, pero en sentido mucho más amplio y dialéctico del que se suele usar por opciones partidistas. Desde las cortes trovadorescas y el brillo gótico a las Reales Academias del XVIII; la Renaixença en catalán y la pujanza editorial en castellano del XIX; Balmes y Ferrer Guàrdia; el esplendor arquitectónico del siglo XX, el noucentisme y la cultura anarquista; la obra de Pla, Rodoreda o Laforet; Mompou y la rumba; la gauche divine y el integrador proyecto olímpico. La cultura no es consenso: es debate y disensión, pero en un territorio acotado que al final favorece la síntesis.
Por eso, pase lo que pase en las elecciones, y se esté a favor de la independencia, del statu quo o, como es mi caso, de una tercera vía reformista: tras las discusiones y los exabruptos, deberemos reencontrarnos todos en el campo común de la cultura para restablecer puentes y proyectos comunes. No solo es lo deseable, es que no hay otra alternativa sensata.
SERGIO VILA-SANJUÁN