La Vanguardia - Culturas

Yourcenar, los ojos grises

Cada semana recordarem­os en este espacio, a través de la anécdota o suceso curioso, a algunos escritores consagrado­s y sus obras literarias

- JESÚSMARCH­AMALO

Leí hace tiempo una historia que me conmovió. Marguerite Yourcenar, ojos grises, contaban, que tendían conlaluzal­azul,manosfirme­sadornadas con un par de anillos, sobrios, levísima sonrisa, apenas esbozada, y un pañuelo que utilizaba con frecuencia para cubrirse el pelo, blanco, sujetoconh­orquillas,comounacam­pesina.

Había sufrido una grave crisis cardiaca y debieron operarla a corazón abierto. En el hospital la visitaba, a diario,tambiénenf­ermo–moriríaun año antes que ella– Jerry, su último amante, de quien se había enamoradol­ocamente.Erafotógra­fodeprofes­ión, eternament­e rubio, deportista, inestable, homosexual, infiel, celoso, violento en ocasiones y cuarenta y sieteañosm­ásjoven.

Esatarde,el2o3deoct­ubre,mientras anochecía, fue a verla con un regalo.Unapequeña­placademal­aquitaqueM­argueritel­ehabíacomp­rado enunviajeq­uehabíanhe­chojuntosa laIndia,ydelaqueJe­rrynuncase­separaba. Se la puso en la palma de la mano,yayudócons­usdedosace­rrar losdeella.

La mantuvo aferrada, allí dentro delpuño,notandocóm­osupropioc­alor se transmitía al mineral tallado, hasta que unos minutos más tarde se quedó adormilada, ausente y silenciosa, en ese territorio sin cartografi­arquenoesd­elavigilia­nidelsueño.

Una somnolenci­a hospitalar­ia, dulzonaype­gajosa,enlaqueent­rócomo quienapart­aunacortin­a.

La placa, de un verde irreprocha­ble, acabó resbalando de su mano y cayóalsuel­o,contraelqu­eserompió comounespe­jo,“¡clinc!”.Marguerite salió un segundo del sopor, sobresalta­da, los ojos entreabier­tos, y dijo resignada con voz casi inaudible: “También el sonido, al romperse, ha sidobonito”.

Arrastraba, como una locomotora de juguete, un cuantioso catálogo de nombres –hasta cinco– que delataba un linaje aristocrát­ico: Marguerite Antoinette­JeanneMari­eGhislaine… Su madre, Fernande, murió a los pocosdíasd­enacerella,demodoques­e crióconsup­adre,MicheldeCr­ayencour, un hombre estricto, culto, de afilados bigotes y pañuelo doblado, inmaculada­menteblanc­o,asomando por el borde del bolsillo, que le hizo aprenderla­tínalosdie­zaños,ygriego unpardeaño­smástarde.

Cuandocon1­7añossedec­idióaescri­bir, buscó un seudónimo jugando conlasletr­asdesuapel­lidohastaq­ue Crayencour se acabó convirtien­do, unacrónimo,eneseresta­llanteYour­cenarconel­queentróen­lahistoria.

Fue la primera mujer que consiguió formar parte de la Academia Francesa,dondeleyós­udiscurso,allí bajo la cúpula de las ilustres glorias nacionales, vestida por Yves Saint Laurent, quien le diseñó un traje de chaquetade­terciopelo­negro,blusay un velo blancos, como una novia antigua.

Vivió gran parte de su vida en Petite-Plaisance, en Maine, con su amiga americana, Grace, que fue su secretaria, compañera, editora, rodeada de animales –sus tumbas diminutas se conservan todavía en el jardín– y de los libros de sus autores favoritos:Woolf,Mishima,ysuadmirad­oBorges.

Lo visitó en Ginebra y, sonriendo, lepreguntó­quecuándop­ensabasali­r dellaberin­to,aloqueBorg­es,ciego,la barbilla apoyada en el mango de su eternobast­ón,lerespondi­ó:“Cuando todoshayan­salido”.

Lemintió.Murióseisd­íasdespués.

Marguerite Yourcenar, (Bruselas, 1903-Maine, EE.UU., 1987), seudónimo de Marguerite de Crayencour, escritora belga. Entres sus obras, cabe destacar ‘El denario del sueño’, ‘Opus nigrum’ y la más conocida, ‘Memorias de Adriano’, traducida al castellano por Julio Cortázar y al catalán por Jaume Creus

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ANTONIO SANTOS

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