Un retratista de la elegancia
James Tissot pintó la vida social de la era victoriana
En 1871 el pintor francés Jacques-Joseph Tissot (1836-1902) dejó París y se instaló en Londres. Huía de la represión de la Comuna, en la que había participado, aunque no está claro si con verdadero entusiasmo o empujado por las circunstancias.
En Londres adoptó el nombre de James y conoció a Kathleen Newton, una divorciada irlandesa con dos hijos que se convertirá –con escándalo de la puritana Inglaterra victoriana– en su amante y musa. Y en esa ciudad vivió una década que sería la más fructífera de su carrera. Se instaló en St. John’s Wood, un elegante barrio en la periferia de la capital donde lo visitaron viejos amigos como Degas –que le hizo un retrato–, Berthe Morisot y Camille Pissarro. Todos ellos envidiosos, porque Tissot triunfó en Inglaterra, tal como anota con sarcasmo en su diario Edmond de Goncourt, que lo detestaba: “Tiene un estudio con una sala de espera en la que, en todo momento, hay champán helado a disposición de los visitantes, y alrededor del estudio un jardín en el que, durante todo el día, se puede ver a un criado con calzón corto de seda cepillando y sacando lustre a las hojas de los arbustos”.
En sus inicios en Francia, Tissot se había dedicado a recrear la edad media –ese mundo que también fascinó a los prerrafaelitas–, pero en Inglaterra se centró en el retrato y las escenas mundanas. Como retratista está un escalón por debajo de la agudeza psicológica de Sargent y de la sofisticada elegancia de Giovanni Boldini, aunque aporta buenas obras al género comola Dama con sombrilla en la que posa Newton, La japonesa en el baño, que recuerda a las figuras de aires
Tras la muerte prematura de su amante, regresó a París y tuvo una repentina conversión católica
escultóricos de Albert Moore; el lánguido Retrato de Frederick Gustavus Burnaby, o el maravilloso Retrato de un caballero en un vagón de
ferrocarril (este último no incluido en la exposición).
Pero la gran aportación de Tissot son sus escenas mundanas, lienzos con un componente narrativo en el sentido de que cuentan –o dejan entrever– una historia, en muchos casos plasmando con cierta ironía juegos de seducción que rompían moldes morales del puritanismo victoriano e incluían triángulos amorosos, como Rivales, juego de seducción a tres bandas en un jardín, entre dos caballeros y una joven (que es Newton), con un servicio de té a modo de bodegón en el primer plano. Varias de estas obras mundanas están ambientadas en barcos del Támesis y los puertos cercanos, como La cubierta del
HMS Calcutta y La hija del capitán, dos de sus mejores lienzos.
En Londres Tissot se cruza con los prerrafaelitas y con Whistler, se deja seducir por la influencia –habitual en la época– del japonismo y apenas juega con las técnicas impresionistas, salvo en contadas ocasiones, como en su Autorretra
to, en el que nos encara con mirada seductora. La muerte prematura de su amante por tuberculosis precipitó su marcha de la ciudad. Regresó a París, tuvo una repentina conversión católica, viajó a Palestina para pintar escenas bíblicas y cuando falleció ya se lo consideraba un pintor caduco. Fueron sus cuadros londinenses los que décadas después dieron pie a una primera reivindicación de su figura. |