El secreto de los libros
Obras sobre librerías, imprentas y manuscritos extraños
El último día de Terranova es un soliloquio. El que desgrana Vicenzo Fontana al hilo del cierre de la librería familiar, lo cual le sirve para recordar el niño que fue y la Galicia ancestral que respiró. El tono es elegíaco pero también irónico, en consonancia con el doble perfil del librero, un tipo que a causa de una polio mal diagnosticada, estuvo en un sanatorio y desde entonces cojea, pero que tuvo también sus pujos de rebelde, y fue letrista de un grupo heavy, y un empedernido denunciador de tropelías medioambientales. Fontana, ya mayor, acude ahora al pie del faro, frente a la línea del horizonte, y da rienda suelta a sus recuerdos, desplegando un mundo mitologizado.
Hay que estar muy al quite para seguir el monólogo. Los pensamientos saltan centelleantes. Fontana (como el Stephen Dedalus de
Ulises, otro céltico) escruta signos en cualquier accidente del paisaje, en una bandada de estorninos o el ir y venir sobre las rocas de dos marisqueros furtivos. Y su flujo psíquico resulta tan intenso que, además de ensimismarse consigo mismo, adivina los pensamientos de su chica, Garúa, cuando esta se abstrae en vivencias de clandestinidad de su Argentina natal.
No es precisamente sencillo el artefacto narrativo que ha ultimado Manuel Rivas. Confluyen aquí la novela lírica, la coral, la realista mágica y la novela experimental, y en capítulos cortos, se va levantando acta de 70 años de borrascosa historia –española y latinoamericana– coincidiendo con el ciclo vital de una pequeña librería gallega que, tras ser refugio de soñadores, exiliados y náufragos sociales, en el 2014 se ve abocada al cierre, asfixiada por la crisis. Su último propietario, Vicenzo Fontana, se resiste a ver borrado del mapa aquel reducto que ha cobijado tantas historias, y al borde del desahucio, se pone a evocarlas, tramando una compleja red de episodios y personajes que acaban conformando la memoria oculta de unas generaciones sacrificadas.
El buceo del narrador se concreta por cierto en inmersiones aleatorias, y poco a poco va aflorando el temps retrouvé de un confín atlántico en el que cada cual ha capeado como ha podido la inclemencia de la posguerra, el túnel franquista y la opresión caciquil en sus múltiples formas. La librería Terranova ha sido un oasis en aquel erial, una isla acogedora de todos los parias del lugar, y guardadora de tesoros que arribaban en maletas con doble fondo: de París (con las obras del Ruedo Ibérico); o naturalmente de América Latina (cargamentos con Max Aub y Luis Felipe, o con títulos de los míticos sellos argentinos de la época). Precisamente un Guardián en el
centeno publicado en Buenos Aires por Mirasol, es el libro fetiche que pone en contacto al protagonista con el que será su amor de juventud, una montonera de nombre Garúa que echa el ojo a su ejemplar y colige que su lector no puede ser un cualquiera. A través de Garúa, de su relación con Vicenzo, y del acomodo posterior de la chica en Terranova, donde les echa una mano en los encargos, la novela se asoma también a la estremecedora Argentina de los tiempos de Videla y, por así decir, la labor de borrado que ejecuta allí aquel régimen de terror queda amortiguada por el testimonio de Fontana, que retiene como oro en paño el papel que tiene su novia en ese tremendo envite.
¿Qué más decir de esta novela-mosaico, con tantos pliegues, tantas teselas reflejando una intrahistoria siempre en riesgo de desaparecer? Pues que tiene una galería de personajes de los que le acompañan a uno largo tiempo. Y que Rivas se reencuentra aquí con esa geografía galaica tan suya, y estilizándola con la memoria, hace de una aldea marinera, un universo, y de una recoleta librería libertaria, un foco de ilustración y hospitalidad. |
Manuel Rivas despliega una galería de personajes de los que le acompañan a uno largo tiempo
ALFAGUARA. 304 PÁGINAS. 18,90 EUROS