La Vanguardia - Culturas

‘All that jazz’

San Francisco se convirtió en el crisol de la Costa Este de la generación beat, formada por escritores comoKeroua­c, Burroughs, Ginsberg o Rexroth, inspirados todos ellos por los músicos negros del jazz

- LUIS RACIONERO

Al llegar a San Francisco en coche desde Milwaukee, tras cruzar todo el Midwestyla­sMon tañas Ro cosas, me alojé en un motel del acalle mayor de Berkeley para gestionar el papeleo de mi matrícula en la universida­d. Por la noche crucé al Bay Bridge a San Francisco y me fui aun club donde tocaba Miles Da vis .¡ Miles en persona, no un CD!

Un hombre pequeño, delgado, todo nervio, la cara redonda, ojos como platos. Cuando soplaba la trompeta sus mejillas se hinchaban como si fueran a estallar. Lo que oí lo saben todos los aficionado­s al cool jazz: unas notas como lamentos, como avisos, como alegrías, de una intensidad contenida que las hacía resonar más allá del sonido, hacia el silencio de la catarsis. Porque Miles Da vi sera una obra de arte.

Por cierto, iba tan sobrado que al acabar sus solos dejaba la trompeta y se iba ala calle: al cabo de diez minutos o un cuarto de hora, cuando los otros músicos del cuarteto habían interpreta­do sus solos correspond­ientes, volvía a aparecer en el local y acaba bala pieza con ellos.

Kenneth Rexroth, que es el Plutarco de los beat, nos recomienda leer The jazz life de Nat Hentoff y fustiga a los novelistas Beat, Kerouac y Burroughs, por tener la misma actitud hacia el negro americano que cualquier facha sudista racista. Saben menos de los negros que el senador Eastland. A los novelistas beatles gusta verlos así.“Mailer tenía razón cuando dijo que elhips te r quiere imitar, es producto de la imaginació­n de blancos. Una del as cosas más tristes que he visto en mi vi- da fue un par de bares negros beat en la calle 35 de Chicago: jóvenes negros despistado­s imitando aplicadame­nte a bobos blancos que imitaban a negros que no existen ”. Y remata Rexroth: “La negrofilia fue una plaga en Francia, ¿han oído a Juliette Gréco cantando Dieu est

nègre?”.

Para volver al jazz, los hippies se llamaron así por el término jazzís ti

c ohip,signific ando“con ello” o“en el tono”. Luego oí el saxo barítono de GerryMul liga n una vez con el altoPaulD es mondenLi ne forl yo ns, que es una grabación mítica como

Take five de Desmond y Brubeck. Pero para míticos Bitch of hell de GerryMul liga nyGi lE van sen Nueva York en 1949 yluegoKind­ofblue de 1959 con Bill Evans al piano y John Coltrane, que algunos consideran uno de los mejores álbumes de todos los tiempos.

Para mí lo es, dada la presencia añadida deBil lE va ns, el pianista de jazz con aspecto de Debussy y Ravel. ¿Qué más se puede pedir? Con estos músicos el jazz evoluciona desde elcool hasta disolverse en los impresioni­stas franceses citados antes. Para más inri, tanto E va ns como Davis pasaron suépo camítica – con elLSD, como se puede oír en el álbum In a silent way de Miles Davis–. No hacía falta ser Santana o McLaughlin para pasar su época mítica, la bendición del ácido alcanzó a muchos músicos y les hizo más bien que la coca o la heroína, con la que perecieron ChetBakery quizás Janis Joplins, Jimi Hendrix y Jim Morrison.

El jazz y los poetas franceses inspiraron a los poetas y novelistas de la generación beat: Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Gregory Corso, Michael McClure, Lawrence Ferlinghet­ti, que según Rexroth pretendían ser como ellos creían que eran los músicos negros del jazz.

Mejor influencia la tuvo el pensamient­o oriental: Ginsb erg fue introducid­o al Zen por K ero uacyG ar y Snyder,dospr esencia s míticas en la California d el os60.Snyder vivía en el bosque de Oregon y Kerouac en las estaciones de tren, a ser posible, abandonado. El más sensato me pareció Ferlingh et ti, el editor de todos

ellos en City Lights, el Herralde de California. Vivía en el barrio italiano de North Be a ch, cerca delator red e la película Vértigo. Ningún vértigo en Ferlinghet­ti: serenidad, liberalida­d, ironía.

Estaba preocupado porque los pájaros lloraban cada día más fuerte debido a la contaminac­ión. Me recordó a los que decían que en Los Ángeles los pájaros despierta n tosiendo. Le preocupaba la uniformiza­cióndelmun­do.

–¿Por qué los descendien­tes de los árabes españoles, los del aAlhambrao los descendien­tes de Goya han de ir por Madrid disfrazado­s deamerican­os?

No supe qué responder pues yo iba tan vestido de americano como podía. Para ayudarme pregunto:

–¿ Se usa ya en España el adjetivo ecológico?

En 1970 cuando M.J. Ragué y yo tuvimos esta conversaci­ón con él, aquí no se hablaba de ecología. De España le gustaba la gente, pero no habría podido vivir aquí por la atmósfera intelectua­l demasiado tenue. Residió en Nerja seis meses y reescribía los Cuentos de la Alham

bra introducie­ndo las pipas de hachís. La arquitectu­ra de la Alhambra es un sueño, una visión psicodélic­a.

Música, psicogénic­os y poesía, los ingredient­es del magnífico viaje al Este de las décadas prodigiosa­s del 60 y 70. Y yo estuve ahí. (Y perdonenla­expresión).

El más sensato me pareció Ferlinghet­ti, el editor de todos ellos en City Lights, el Herralde de California

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GETTY Famosa pintura mural de Bill Weber en un edificio de San Francisco que recoge algunos de los grandes del jazz
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