Pasión y secretos
Llega a nuestros cines la última película de ToddHaynes. Celebrada en el Festival de Cannes y con opciones en los Oscar, esta adaptación de ‘El precio de la sal’, novela de Patricia Highsmith publicada bajo pseudónimo por su temática lésbica, es una nueva
Cuandoseencuentranporprimera vez en unos grandes almacenes gobernados por el ajetreo navideño, Therese Belivet (Rooney Mara) y Carol Aird (Cate Blanchett) están separadas por algo más que ese mostrador que distancia a la servicial dependienta encarnada por la primerayalamundanacompradora interpretada por la segunda. Les separa asimismo su posición económica y social, su dispar indumentaria, su estado civil, su distinto aplomo e, incluso, una sensible diferencia de edad. Pero a ambas les une algo muy poderoso, capaz de desafiar barreras y perceptible desde la primera mirada que intercambian: el vértigo de la atracción mutua, la mecánica del deseo que se ha puesto en marcha de modo imparable, auténtico subtexto de una secuencia que combina diálogos formularios con escuetos detalles que rebosan elocuencia. La película de Todd Haynes va a configurarse como la crónica, sutil y hechizante, de esta pasión, de esta incandescenciaquesedebateentre secretos, que se muestra reacia a proclamar su nombre, que se demora en su consumación física y quedebelucharcontralasnumerosas trabas interpuestas por un contexto, la puritana Norteamérica de los primeros años cincuenta, nada procliveafavorecerlaheterodoxia.
Más allá de algunos leves (y lógicos) ajustes, Carol se percibe como una fiel y sentida adaptación de la novela homónima de Patricia Highsmith, publicada originalmente con el título de The price of
salt y bajo el pseudónimo de Claire Morgan,cosasdelpudorydelsigno de los tiempos. Se trata de la novela más personal y autobiográfica de la escritora, concebida en el corto período en el que esta ejerció como dependienta en Bloomingdale’s, donde tuvo ocasión de atender a Kathleen Senn, elegante componente de la alta sociedad. Highsmith jamás volvió a ver a la señora Senn, pero su recuerdo sirvió como germen del relato, incorporando a su personaje algunos de los rasgos de Ginnie Catherwood, unadesusrecientesamantesyotro prototipo de la neoyorquina hermosa, rubia y adinerada que poblaba los sueños de clase alta de la novelista. Unos sueños que explican en gran medida el desenlace del filme, un filme en el que Haynes ahonda, con éxito, en el proceso mentalydecambioexperimentado porlasdosprotagonistas,peroenel que prima un poco más el punto de vista de la joven Therese, con su condición de emblema viviente del
amor vivido como una obsesión, comounsometimientoalafascinación que ejerce la persona que se observa y que se desea.
Resulta ciertamente admirable la capacidad de Haynes para mimetizarse con sus referentes –el universo del glam-rock en Velvet
Goldmine, el melodrama a lo Douglas Sirk en Lejos del cielo, la pinturadeEdwardHopper,laatmósfera de la Gran Depresión y la prosa de James Cain en Mildred Pierce, la mirada de Highsmith en el filme que nos ocupa…– y, al mismo tiempo, seguir siendo absolutamente personal, permeabilizando su estilosinextraviarporellonisustemas primordiales ni su devoción por la sugerencia como patrón narrativo. En Carol, el cineasta vuelve a contar con la iluminación de Ed Lachman, su cómplice habitual y todo un maestro de la luz, que aquí se inspira en el arte fotográfico del gran Saul Leiter, cuyas instantáneas, de enorme riqueza cromática, proponían una visión un tanto abstracta de la realidad urbana. Convieneremarcarqueelfilmeestárodado en súper 16 mm, y no por razones económicas, sino por puro criterio estético. Este formato, ya casi en desuso, proporciona una imagen encantadoramente granulada, una textura saludablemente contestataria en plena era de la frialdad digital, que posibilita el reencuentro con la estructura de la imagen de la época evocada, y no con el falso retrato de dicho período que las películas hollywoodienses de entonces procuraban imponer como modelo para la ensoñación colectiva.
En consonancia con la aludida influencia de Saul Leiter, la soberbia puesta en escena de Haynes es pródiga en reflejos especulares, en cuerpos y rostros entrevistos a través de cristales translúcidos o empapadosporlalluvia,enreverberaciones de las luces de la ciudad. Efectos plásticos de incuestionable belleza pero que no se advierten vacuos ni meramente estetizantes, sino que persiguen la adecuación con el estado de ánimo de los personajes, verdadero eje del relato. En Lejos del cielo, otro espléndido melodrama ambientado en los años cincuenta, el peso de una sociedad regida por los prejuicios aniquilaba la libertad de los protagonistas. En Carol, en cambio, la potencia de la pasión propicia una voluntad de resistencia ante la adversidad, y el filme deviene más intemporal, más amplio en sus resonancias, conjugando con brillantez el clasicismo y la modernidad, la restitución de un pasado con la indagación estética, la reflexión con la emotividad.