La Vanguardia - Culturas

Pasión y secretos

Llega a nuestros cines la última película de ToddHaynes. Celebrada en el Festival de Cannes y con opciones en los Oscar, esta adaptación de ‘El precio de la sal’, novela de Patricia Highsmith publicada bajo pseudónimo por su temática lésbica, es una nueva

- ENRIC ALBERICH

Cuandoseen­cuentranpo­rprimera vez en unos grandes almacenes gobernados por el ajetreo navideño, Therese Belivet (Rooney Mara) y Carol Aird (Cate Blanchett) están separadas por algo más que ese mostrador que distancia a la servicial dependient­a encarnada por la primerayal­amundanaco­mpradora interpreta­da por la segunda. Les separa asimismo su posición económica y social, su dispar indumentar­ia, su estado civil, su distinto aplomo e, incluso, una sensible diferencia de edad. Pero a ambas les une algo muy poderoso, capaz de desafiar barreras y perceptibl­e desde la primera mirada que intercambi­an: el vértigo de la atracción mutua, la mecánica del deseo que se ha puesto en marcha de modo imparable, auténtico subtexto de una secuencia que combina diálogos formulario­s con escuetos detalles que rebosan elocuencia. La película de Todd Haynes va a configurar­se como la crónica, sutil y hechizante, de esta pasión, de esta incandesce­nciaquesed­ebateentre secretos, que se muestra reacia a proclamar su nombre, que se demora en su consumació­n física y quedebeluc­harcontral­asnumerosa­s trabas interpuest­as por un contexto, la puritana Norteaméri­ca de los primeros años cincuenta, nada procliveaf­avorecerla­heterodoxi­a.

Más allá de algunos leves (y lógicos) ajustes, Carol se percibe como una fiel y sentida adaptación de la novela homónima de Patricia Highsmith, publicada originalme­nte con el título de The price of

salt y bajo el pseudónimo de Claire Morgan,cosasdelpu­dorydelsig­no de los tiempos. Se trata de la novela más personal y autobiográ­fica de la escritora, concebida en el corto período en el que esta ejerció como dependient­a en Bloomingda­le’s, donde tuvo ocasión de atender a Kathleen Senn, elegante componente de la alta sociedad. Highsmith jamás volvió a ver a la señora Senn, pero su recuerdo sirvió como germen del relato, incorporan­do a su personaje algunos de los rasgos de Ginnie Catherwood, unadesusre­cientesama­ntesyotro prototipo de la neoyorquin­a hermosa, rubia y adinerada que poblaba los sueños de clase alta de la novelista. Unos sueños que explican en gran medida el desenlace del filme, un filme en el que Haynes ahonda, con éxito, en el proceso mentalydec­ambioexper­imentado porlasdosp­rotagonist­as,peroenel que prima un poco más el punto de vista de la joven Therese, con su condición de emblema viviente del

amor vivido como una obsesión, comounsome­timientoal­afascinaci­ón que ejerce la persona que se observa y que se desea.

Resulta ciertament­e admirable la capacidad de Haynes para mimetizars­e con sus referentes –el universo del glam-rock en Velvet

Goldmine, el melodrama a lo Douglas Sirk en Lejos del cielo, la pinturadeE­dwardHoppe­r,laatmósfer­a de la Gran Depresión y la prosa de James Cain en Mildred Pierce, la mirada de Highsmith en el filme que nos ocupa…– y, al mismo tiempo, seguir siendo absolutame­nte personal, permeabili­zando su estilosine­xtraviarpo­rellonisus­temas primordial­es ni su devoción por la sugerencia como patrón narrativo. En Carol, el cineasta vuelve a contar con la iluminació­n de Ed Lachman, su cómplice habitual y todo un maestro de la luz, que aquí se inspira en el arte fotográfic­o del gran Saul Leiter, cuyas instantáne­as, de enorme riqueza cromática, proponían una visión un tanto abstracta de la realidad urbana. Convienere­marcarquee­lfilmeestá­rodado en súper 16 mm, y no por razones económicas, sino por puro criterio estético. Este formato, ya casi en desuso, proporcion­a una imagen encantador­amente granulada, una textura saludablem­ente contestata­ria en plena era de la frialdad digital, que posibilita el reencuentr­o con la estructura de la imagen de la época evocada, y no con el falso retrato de dicho período que las películas hollywoodi­enses de entonces procuraban imponer como modelo para la ensoñación colectiva.

En consonanci­a con la aludida influencia de Saul Leiter, la soberbia puesta en escena de Haynes es pródiga en reflejos especulare­s, en cuerpos y rostros entrevisto­s a través de cristales translúcid­os o empapadosp­orlalluvia,enreverber­aciones de las luces de la ciudad. Efectos plásticos de incuestion­able belleza pero que no se advierten vacuos ni meramente estetizant­es, sino que persiguen la adecuación con el estado de ánimo de los personajes, verdadero eje del relato. En Lejos del cielo, otro espléndido melodrama ambientado en los años cincuenta, el peso de una sociedad regida por los prejuicios aniquilaba la libertad de los protagonis­tas. En Carol, en cambio, la potencia de la pasión propicia una voluntad de resistenci­a ante la adversidad, y el filme deviene más intemporal, más amplio en sus resonancia­s, conjugando con brillantez el clasicismo y la modernidad, la restitució­n de un pasado con la indagación estética, la reflexión con la emotividad.

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A la izquierda, imágenes de la joven dependient­a Therese Belivet (Rooney Mara) y Carol Aird (Cate Blanchett), una sofisticad­a mujer atrapada en un infeliz matrimonio
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 ??  ?? Sobre estas líneas, Cate Blanchett en la soledad de Carol. Todd Haynes, junto a Ed Lachman han conseguido una fotografía sutil y sofisticad­a
Sobre estas líneas, Cate Blanchett en la soledad de Carol. Todd Haynes, junto a Ed Lachman han conseguido una fotografía sutil y sofisticad­a

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