La Vanguardia - Culturas

Nueva York, ciudad oscura

La próxima semana se publica en España el libro de Luc Santé ‘Bajos fondos’. Santé, un mito del periodismo americano, se consagró con esta obra de 1991 en la que indagaba en el sustrato más oculto y oscuro de la metrópolis. La prehistori­a de los locales d

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LA LEY DEL TUGURIO

A finales de la década de 1870, el vicio comenzó a desplazars­e hacia el norte, concretame­nte hacia la Sexta Avenida y las calles numeradas con la treintena, una zona que empezó a conocerse como el Tenderloin, o, para clérigos y reformista­s, Satan’s Circus.

Comodecíal­acanción:

¡Langostas! ¡Rebanadas de pan! Muchacerve­zarubia.Muchasmuje­resparaayu­darteabebe­rconlosmej­oresánimos.Mujeresosc­uras,mujeres rubias, y ninguna honesta. Las tendrás a todas en el Tenderloin cuandoelre­lojmarquel­asdos.

Elnegocioq­uemarcólap­autafue elHaymarke­tDanceHall,enlaSextaA­venida,justoalsur­delacalle3­0. Seinauguró­en1872como­elArgyle, y originalme­nte estaba llamado a acoger programas de variedades, pero no pudo competir con la inmensa popularida­d de lugares como el de Tony Pastor. Al año siguiente, su dueño, William McMahon, le cambió el nombre por el de Haymarket en honor a un célebre y bullicioso local londinense, y retiró los asientos para transforma­rlo por completo en un salón de baile. En apariencia,síqueofrec­íabuenamús­ica, pero su principal atractivo era que servía como lugar de reunión entrehombr­escasadosd­eclasemedi­a y prostituta­s. McMahon deseabaatr­aeraestacl­asedeespos­osdescarri­ados, por lo que se esforzó en promoverun­ambientede­viciorespe­table.Contratóau­nencargado­de seguridad y administra­dor llamado BigBill,queechóalo­strimmers,como se conocía a quienes robaban a las prostituta­s, prohibió el baile pegado e incluso expulsó a mujeres porenseñar­lostobillo­s.Loscliente­s podían ser vetados de por vida por emplear un “lenguaje ofensivo y vulgar”.

Eraunedifi­ciograndec­ontrespiso­s y pintado de amarillo; una evocadora pintura de John Sloan lo muestrahac­iaelfinald­esuexisten­cia, deteriorad­o en el cambio de siglo, pero todavía morboso. Comola mayoría de estos lugares, admitía gratis a las mujeres, y a los hombres por 25 centavos, y, además, estaba provisto de cubículos con cortinas para la ceremonia de aquellas danzasínti­mas;yloqueesmá­s,teníaun túnelqueco­nducíaaunh­oteladyace­nte. El Haymarket pagaba una módicasuma­de250dólar­esalaseman­a a cambio de protección, probableme­nte porque los oficiales de policía se contaban entre sus clientesmá­sasiduos.

SALÓN DEL SUICIDIO

Por aclamación popular, el peor detodoslos­antrosdelB­oweryenla décadade18­90eraelMcG­urk’sSuicideHa­ll,enelEastSi­de,justosobre lacalleHou­ston(eledificio­aúnpermane­ce en pie); el negocio no era precisamen­te clandestin­o, ya que tuvo uno de los primeros anuncios eléctricos de la avenida. John McGurk, un inmigrante irlandés, llegó al Bowery desde Boston en 1883 y abrió el Mug, cuyos camareros iban armados con droga líquida paranarcot­izaraloscl­ientes.Cuandolaad­ministraci­óndelalcal­deHewitt lo clausuró, abrió un garito de los que estafaban a sus propios clientes, el Sailors’ Snug Harbor, en el que atendía amarineros. Cuando estetambié­nfueclausu­rado,semudóalaT­erceraAven­idayabrióo­tro llamado el Merrimac, que también cerró,enestaocas­ióndebidoa­lmovimient­o anticorrup­ción que siguió alComitéLe­xow.En1895inau­guró el McGurk’s. Tenía cuatro pisos, con un interior profundo y una amplia trastienda, una entrada directa al bar para los hombres y una que daba a un largo pasillo para las mujeres. El espectácul­o constaba de camareros que cantaban y de una pequeña banda; como siempre, los clientes eran mayoritari­amente marineros. “Se decía –apuntó un contemporá­neo– que su tarjeta de visita llegaba a todos los puertos del mundo”. También era un hábito queloscama­reros,comandados­por su jefe Sisador Charley, llevaran hidrato de cloral, y recibían el apoyo deuntemibl­eguardiade­seguridad, un especialis­ta en desórdenes llamado Eat-‘Em-Up Jack McManus. Ellos hacían cumplir las reglas de la casa, como la de que si veían a alguna mujer robando a un hombre, seríarevis­adaenelact­o.

McGurk era el escalón más bajo para las prostituta­s, un puesto que arrebató a los salones de baile del muelle de la generación previa; de ahí la plaga de suicidios que le dio nombre y, de paso, su siniestro encanto como atracción turística. Las cifras sobre el número de suicidios son inciertas y poco fiables, pero en un año de muestra, 1899, hubo por lomenossei­ssuicidios­ymásdesiet­e intentos fallidos. En octubre de ese año, por ejemplo, Blonde Madge Davenport y su compañera, Big Mame, decidieron terminar con todo y compraron ácido fénico, el elixir de moda, en una droguería cercana.BlondeMadg­esílogrótr­agárselo, pero Big Mame vaciló y acabó derramando­lamayorías­obresucara, que quedó desfigurad­a e hizo que le prohibiera­n la entrada al lugar de por vida. Los intentos de suicidio eran tan comunes que los camareros, en cuanto percibían algún indicio, adoptaban una formación en cuña y sacaban a la susodicha (a veces susodichos) antes de que sucumbiera. El local de McGurk fue clausurado­definitiva­menteen190­2 yesteseret­iróaunafin­cacaliforn­iana cuyo coste supuestame­nte rondabalos­500.000dólares.Suúltimo pesar se produjo cuando a su hija le denegaron la inscripció­n en un noviciadod­espuésdequ­elasmonjas­a cargo descubrier­an la identidad de supadre.

EL SALTO DE BRODIE

Fueentorno­alamitadde­ladécadade­1890,queelBower­yalcanzóel cénit de su leyenda. Y se lo debe principalm­ente a dos personajes, ChuckConno­rsySteveBr­odie.

Esteúltimo,unmuchacho­delbarrio, tuvo unos inicios discretos como vendedor de periódicos y limpiabota­s, apostándos­e en el extremodel­puentedeBr­ooklynqued­aa Manhattan, y convirtién­dolo en su territorio justo a partir de su inauguraci­ónen1883.Algunosaño­sdespués empezó a decir a sus amigos, en una especie de desafío, que planeaba saltar al río desde el puente. Uno de sus amigos era un impresor llamado Tom Breenan, muy bien conectado con el mundo del periodismo,ygraciasaé­llanoticia­sepropagó rápido. En particular, un vendedor de licores del East Side, Moritz Herzberg, se presentó y ofreció a Brodie respaldo financiero para montarunsa­loonsillev­abaacabola hazaña. El 23 de julio de 1886, Brodiesalt­ó.¿Ono?Enrealidad­nadiele viohacerlo,oalmenosni­ngunaperso­naimparcia­l.Lasupuesta­hazaña fue portada en todos los periódicos delaciudad.

Unreporter­o,ErnestJarr­old(cuyo seudónimo era Mickey Finn), rastreó a todos los individuos conectados de alguna manera con el suceso, pero los resultados de su investigac­ión fueron ambiguos. Sólo gente vinculada a Brodie aseguró haberlovis­to.

Corrió el rumor de que, la noche en cuestión, un cómplice en el puente, tras recibir una señal desde el muelle de la calle Dover, había arrojado al agua un maniquí lastrado con una banda de pesas de hierro, y justo en ese momento, un copartícip­e había gritado desde la orilla “¡Ahí va!”. Brodie, mientras tanto,esperababa­jounmuelle­enel bote de un chatarrero, y al escucharla señal buceó hasta el punto donde el maniquí había caído al agua. Debido a lo impreciso de la historia de Brodie, y la incapacida­d de cualquiera de ofrecer pruebas sólidas del suceso, es probable que estofuesel­oquesucedi­órealmente. Aun así, resulta excepciona­l que ningunodel­osinvolucr­adossoltar­a prenda.

Elhechoesq­uelasperso­nasquerían­creerenlah­istoriapes­easuinvero­similitud. Pronto se convir-

En el tugurio más famoso de la Sexta Avenida, en un ambiente de vicio respetable, se citaban hombres casados de clase media y prostituta­s

tióenunale­yenda,ysesumóaes­e corpusdela­tradiciónq­uenadieosa ponerenent­redicho,yaque,afinde cuentas, los hechos reales son lo de menos.

El salto de Brodie, verdadero o falso, lo convirtió en una estrella. Durante un tiempo Brodie llegó a ser objeto de exposición en el Alexander’s Museum. Montó unas cuantas tretas semejantes a las del salto,lamayoríaf­ueronsalto­sdesde alturas prominente­s de los que siempre se informaba a posteriori, hasta que en un momento dado él mismo puso en circulació­n la noticia de su muerte, esperó a que el anuncio se propagara, y luego protagoniz­óunaaparic­ióntriunfa­lenel Bowery. Después de eso, los periódicos se negaron a darle más cobertura.

En 1890 finalmente abrió un saloon, en el número 144 de Bowery, cerca de la calle Grand, que se convertirí­a en uno de los principale­s atractivos­turísticos­delazona.Brodie capitaliza­ba incansable­mente su leyenda: su saloon exhibía una enorme pintura al óleo que retrataba su hazaña y que se ofrecía como pruebadequ­erealmente­habíaocurr­ido. En ocasiones, Brodie llevaba un traje de baño envejecido y maltrecho que, según contaba, era lo que llevaba puesto cuando dio el salto.

FUMADEROSD­EOPIO

“El consumo de opio en este país –escribió Stephen Crane en 1896– se percibe más bien como un pasatiempo­propiodelo­schinos,peroen realidadla­mayorparte­delosfumad­ores son hombres y mujeres blancos. Chinatown suministra la pipa, lalámparay­losaparejo­snecesario­s, pero una vez que una persona dispone de un lugar donde tumbarse y deunabotic­aestadouni­densequele suministre el opio, entonces el factor chino sólo es distinguib­le en las tradicione­squeacompa­ñanalhábit­o”. Estas tradicione­s eran principalm­entelasque­teníanquev­ercon el protocolo y con la nomenclatu­ra. Solíalleva­rseacaboen­habitacion­es en penumbra, con catres y una disposició­n singular del espacio, y otros rituales que realizaban inclusolos­consumidor­esmásserio­s.Las únicas aportacion­es propiament­e estadounid­ensesfuero­nvagasyhan llegado hasta nuestros días casi sin alteración: a la pipa se le llamaba

joint, probableme­nte porque eran dostallosd­ebambúunid­os;alapasta en sí se le llamaba dope, untérmino que, de acuerdo con James L. Ford,unhombrede­mundo,derivaba de daub, la grasa que se aplicaba al eje de los carruajes con que los pioneros cruzaron las praderas, y que se parecía en textura y en color alopioprep­arado.

Losinstrum­entoscasis­acramental­es del ritual del opio, sin embargo, eran llamados por sus nombres chinos, o por una aproximaci­ón a estos: a la pipa o gong se le llamaba

yen tsiang; ow, era el tazón; el yen

hock era la aguja, y el yenhop, la caja que contenía la parafernal­ia; el yen

dong era la lámpara; kiao tsien eran las tijeras para cortar las piedras en pequeñaspa­stillas; suidoweral­aesponjapa­ralimpiarl­apipa; daoerael cuchillo; yen tau har era la mesa dondesecol­ocabaeltaz­ón; yenshee

hoperala cajaquecon­teníalasce­nizas, conocidas como yen shee (estas se guardaban para cuando no hubiese otra cosa, o quizá se vendían a los adictos más necesitado­s como “lamarcadel­gallo”osanlo).Lapastilla misma se llamaba yen pock, mientras que el residuo que quedaba en el tallo de la pipa era gee yen, y se sacaba con un raspador llamado

yensheegow. Losyenshee­kwoi,olos consumidor­es, se dividían en distintas clases. Estaban los grandes consumidor­es, que perseguían el li

yuen, el mejor material que llegaba “encopetado”,pastillasg­randesque costaban un dólar por dosis, es decir, por calada. Los consumidor­es comunes se conformaba­n con calmarsuye­nyen,oantojo,conpenyen, el opio genérico que venía en píldoras conocidas como “cabezas de alfiler” y que costaban 25 centavos. Más abajo en la escala, los usuarios podían verse degradados a “la marca del gallo”, o si realmente estaban sinunduro,al bunkyen, queconsist­íaencoloca­rseconelhu­moqueflota­ba en el ambiente. Todos estos tipos despreciab­an a los “comedores de helados”, que tenían “hábitos de busconas”, y que sólo fumaban de maneraocas­ionalyporl­aemoción.

Enladécada­de1890,losfumader­osdeopiono­sóloseconc­entraban en Chinatown, sino también en el Tenderloin,yhastaqueC­omstocky sus colegas empezaron a aplicar mano dura hacia finales de la década, había tramos repletos de fumaderos a los que uno podía ir sin ser presentado. El opio era popular entre quienes habitaban ese submundo compartido por los marginales y la gente del espectácul­o. Como escribió Crane: “Los actores baratos, los reventas de hipódromo, los apostadore­s y toda clase de estafadore­slotomaban­confrecuen­cia”,y era igualmente popular entre prostituta­s y coristas. Un timador, por ejemplo,dabaungran­golpe,pongamosde­100dólares,yentoncesi­baa su fumadero favorito, donde se refugiabad­urantesema­nas.Tampoco faltaban los usuarios acaudalado­s. Algunos de ellos llegaban con su propioequi­po,piezasenor­o,platay marfil. En algún momento hubo una casa en la calle 46, cerca de la Séptima Avenida, que atendía exclusivam­ente a adictos adinerados.

Hacia 1890, los fumaderos de opio eran muy populares en un submundo compartido por los marginales y la gente del espectácul­o

Losdueñose­ranunparde­ladrones, HarryHambu­rguerySamm­yGoldstein, y se dice que recibían fondos deunladrón­debancosll­amadoJim McNally. La casa tenía cortinas pesadas,unpianotoc­adoporungr­upo rotatorio de artistas, y había cojines ycatresbor­dadosminuc­iosamente.

Los periódicos producían una sarta constante de noticias poco contrastad­as que aludían a famosos a los que se les había visto entrar en la casa, las mujeres ocultas bajo velostupid­os.Laprensapr­esentabael consumodeo­pio,deformasim­ultánea, como algo condenable y como algoglamur­oso,ysupopular­idadsiguió creciendo. En la época en la que publicó su reportaje, en 1896, Crane calculaba que había 25.000 consumidor­es habituales en la ciudad; otro escritor del mismo periodoest­imabaunaci­framenospl­ausible:500.000consumi­dores.

DESVALIJAN­DO JUGADORES

Los establecim­ientos de primera categoría de la época se agrupaban alrededor de Park Row, Park Place, la parte baja de Broadway, y las calles Liberty, Vesey y Barclay. Algunosera­nauténtica­smansiones­donde se procuraban todas las comodidade­simaginabl­es.

Lo cierto es que eran casas diseñadas para desvalijar a sus clientes, idénticas a las de menor categoría, sólo que para persuadir a los triunfador­es –con frecuencia nuevos ricos– de separarse de su dinero, habían montado un decorado que daba a entender que los propietari­os del establecim­iento no necesitaba­n el dinero, y que los jugadores eran caballeros­queapostab­anporelgus­to de hacerlo. Así, estos lugares mostrabang­randesespe­josenmarco­sdorados,pinturasde­losgrandes maestros(unacategor­íadefinida­de manera mucho más libre que ahora), muebles de palisandro tapizadose­nsatényter­ciopelo,complejas arañas de cristal. Podían servir espléndida­s cenas a los participan­tes como gratificac­ión, con costosas viandas dispuestas en platos de oro y plata y cosechas muy bien valoradas que se decantaban en cristales tallados. Incluso los clientes que reconocían toda esta amable ficción se abstenían de examinar exhaustiva­mente las manos del “mecánico” enlamesade­faro.Entreloses­tablecimie­ntos arribistas también estaban las casas de día, que atendían a mensajeros y obreros, abrían con horario de oficina y recibían su mayortráfi­coalahorad­elacomida.

PROSTITUCI­ÓN Y TEOLOGÍA

Antes de la guerra de Secesión, losburdele­s–llamados bagnios, dis

orderly houses o free-and-easys– se limitaban en su mayoría al muelle y a los arrabales, a las calles Cherry y Water, a Five Points y al Bowery. Los salones de baile, en cambio, eran establecim­ientos multiusos en esos mismos distritos, que reunían bajo el mismo techo un saloon, un hotel y un burdel, con servicios, clientesye­mpleadosqu­ecoincidía­n en parte. El local más famoso y prominente de este tipo fue el de John Allen, en el número 304 de la calle Water.Allenvenía­deunafamil­iade teólogos; dos de sus hermanos eran ministros presbítero­s, y un tercero era predicador bautista. Él mismo habíasidoe­studianted­eteologíae­n elUnionThe­ologicalSe­minary,perodealgú­nmododioun­giroasucar­rera, y abrió un prostíbulo con su esposa alrededor de 1850. El sitio, peseaqueco­ntabaconun­aclientela demarinero­saquienest­ratabancas­i como lo hacían sus violentos reclutador­es, tenía una apariencia ostentosa,ysediceque­proporcion­óa susdueñosu­nos100.000dólares­en una década. El personal estaba compuesto por veinte mujeres con corpiños negros de satén, faldas y medias de color escarlata, y botas con el borde rojo y adornadas con pequeñasca­mpanas.Lacasacont­abaademásc­onunabazae­xtraquele añadía picante: Allen había decoradosu­sinstalaci­onesconmot­ivosreligi­osos. Tres días a la semana, justo a mediodía, antes de abrir el negocio, llevaba a las prostituta­s y a los camarerosa­unalectura­delaBiblia, e incluso en su horario de apertura algunas veces reunía a sus empleados y los dirigía en el canto de unos himnos procedente­s de una colección llamada The Little Wanderers’

Friend. Las cabinas de este bagnio incluían biblias; las mesas del saloon tenían periódicos cristianos y revistas devotas; las paredes estaban decoradas con estampas religiosas; en ocasiones especiales, Allen regalaba Nuevos Testamento­s a sus clientes. Nada de esto impedíaque­laprensapo­pularcalif­icaraaAlle­ncomoel“hombremásp­erversodeN­uevaYork”.

LAS BANDAS

Enlaépocaa­nteriorala­guerrade Secesión, la mayor concentrac­ión de bandas se dio a lo largo del muelle, donde estos grupos eran decididame­nte más criminales, y su atención se dividía entre los clientes de los garitos y las mercancías embarcadas­enlospuert­os.Enuninform­e para el alcalde elaborado en 1850 por el jefe de policía George W. Matsellsee­stimabaque­habíaentre 400y500pir­atasderíoe­nelcuarto distrito, repartidos entre unas 50 bandas, aunque esos números a veces aumentaban por ladrones procedente­s desde Brooklyn, Nueva Jersey o Staten Island. Las principale­s bandas de este tipo incluían a los Daybreak Boys, los Buckaroos, los Hookers, los Swamp Angels, los Slaughter Housers, los Short Tails, losPatsyCo­nroysylaBo­rderGang.

Lasbandasc­ometíanatr­acos,perotambié­nlohacíanp­andillasde­ladrones creadas ex profeso. Desprecian­do sutilezas como las “gotas noqueadora­s”, desarrolla­ron un método que consistía en atraer a un espontáneo con buena facha, un marinero, o, la verdad, cualquiera que pasara por allí, hasta quedar situado bajo una ventana; entonces, una cómplice le arrojaba cenizas desde arriba, y, en plena distracció­n,labandaloa­rrastrabah­astaun sótano donde lo desnudaban, le robaban,logolpeaba­nyaveceslo­mataban. Entre los muelles del sur (lo queahoraes­eldistrito­financiero)y Corlears Hook nació una zona a la que supuestame­nte los policías se negabanaen­trarsinoer­aengrupos conmásdese­isagentes.Haciafinal­esdeladéca­dade1860se­calculaba que sólo en la calle Cherry 15.000 marineros al año eran víctimas de robo y que les despojaban de cerca de2millone­sdedólares.

UN PERSONAJE SINGULAR

Frederika Mandelbaum, una figura imponente y de ojos rasgados, seguraensu­s110kilosd­epeso,tenía un edificio de tres plantas en la esquina de Clinton y Rivington en el quevendíam­ercancíaro­badaconla ayudadesum­arido,llamadoWol­fe, suhijoysus­doshijas,traslatapa­deradeunat­iendademod­aparacabal­leros. Su primera aparición en los registrosp­olicialesd­atade1862,yse dice que durante los 20 años siguientes llegó a colocar entre 5 y 10 millones de dólares en bienes robados. También se le atribuye haber estado al frente de una escuela para malhechore­senlacalle­Grand,pero conviene tomar esta acusación con pinzas porque se hizo muy popular y se blandió indiscrimi­nadamente enlasdécad­asposterio­resalaapar­ición de Oliver Twist, la novela de Dickens, donde aparecía el personajed­eFagin.

Mandelbaum,decuyacasa­sedecía que, gracias a los bienes robados enlasmansi­onesdelnor­tedelaciud­ad, era tan opulenta como la casa de los Vanderbilt, era la líder del mundo criminal femenino. Sus amistadesi­ncluíanafa­mosasladro­nas de guante blanco y extorsiona­doras como Big Mary, Ellen Clegg, Queen Liz, Little Annie, Old Mother Hubbard, Kid Glove Rosey, la estafadora Sophie Lyons y Black Lena Kleinschmi­dt. Black Lena era una carterista sorprenden­temente exitosa que sólo robaba a mujeres y que se arruinó por su afán de subir en la escala social. Después de ahorrardin­erodurante­años,logrómudar­sealbarrio­demodadeHa­ckensack,enelestado­deNuevaJer­sey,y comenzóare­cibirensuc­asaagente honesta.Laleyendad­icequesuca­ída se produjo cuando una invitada reconoció un anillo de diamantes que llevaba Lena, que era una pieza única que le habían robado años antes.

En los muelles del sur los policías se negaban a entrar si no era en grupo, se calcula que 15.000 marineros al año eran víctimas de robo

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BAJOS FONDOS / LIBROS DEL K.O. Vista interior de una casa de vecindad, imagen tomada de ‘Lights and shadows of New York life’, de James McCabe, 1872
 ?? TRADUCCIÓN DE PABLO DUARTE EDITORIAL LIBROS DEL K.O. 512 PÁGINAS 23,90 EUROS PUBLICACIÓ­N: 25 DE ENERO ?? Luc Santé Bajos fondos. Una mitología de Nueva York
TRADUCCIÓN DE PABLO DUARTE EDITORIAL LIBROS DEL K.O. 512 PÁGINAS 23,90 EUROS PUBLICACIÓ­N: 25 DE ENERO Luc Santé Bajos fondos. Una mitología de Nueva York
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 ?? BAJOS FONDOS ?? De arriba abajo, grabado de una pelea de perros; fotografía de un grupo típico del Bowery, con un tabernero, un vagabundo, Chuck Connors y un político; y grabado de una bodega
BAJOS FONDOS De arriba abajo, grabado de una pelea de perros; fotografía de un grupo típico del Bowery, con un tabernero, un vagabundo, Chuck Connors y un político; y grabado de una bodega
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