La Vanguardia - Culturas

Pánico en las calles

Antonio Soler aborda las primeras décadas del siglo XX en Barcelona. ‘El Noi del Sucre’ y Lluís Companys se dan cita en un texto que presenta las cualidades de una buena novela histórica, con sus riesgos

- J.A. MASOLIVER RÓDENAS

Uno de los registros dominantes en la narrativa de Antonio Soler (Málaga, 1956) es el de las novelas ambientada­s en su ciudad natal, como Las bailarinas muertas, premio Herralde 1996, El camino de los ingle

ses, premio Nadal 2004 y llevada al cine por Antonio Banderas, o Una

historia violenta. Todas están domina das por la vida interior y la sensación de ir realidad, en un entorno de violencia, de miedo, de intensidad sexual, de amor y de muerte. Por otro lado están las novelas de conciencia civil, marcadas por la rebeldía y el afán de justicia: El nombre

que ahora digo, elogiada por Paul Preston por su fidelidad histórica entorno ala Guerra Civil, o El sueño

del caimán, donde reconocemo­s a destacadas figuras del franquismo, como MillánAstr­a yo Muñoz Grandes, y asistimos ala derrota de las utopías. El punto culminante de esta trayectori­a lo encontramo­s en

Apóstoles y asesinos, donde no sólo encontramo­s un trasfondo histórico sino la novela histórica en su estado muy puro, con todos sus a ciertos y sus innegables riesgos.

ASoler se le ocurrió el tema porque en su casa había una novela de Ángel María de Lera, Las últimas

banderas, que leyó a los dieciocho años. Más tarde leyó Ángel Pestaña, retrato de un anarquista, donde aparecía el Noi del Sucre, protagonis­ta y héroe moral de Apóstoles y

asesinos. S oler justifica la extensión (excesiva para mí) porque así lo exigía el tema, y confiesaim púdicament­e que no es amante de Mon terroso. Quién sabe en qué página abandonó la lectura de El dinosau

rio. Nos dice que la novela no tiene nada de ficción, si bien utiliza las herramient­as literarias del novelista, y que no le interesan escritores como Hemingway, que necesitan ir a las guerras para recoger material. Soler se ha documentad­o acudiendo a publicacio­nes como El Poble

Català, La Veu de Catalunya, Abc o La Vanguardia y a autores como Ángel Ossorio y Gallardo, Maria Aurèlia Capmany, Huertas Clavería, el mencionado Ángel María de L era o Eduardo M en do za.

Las suyas, sin embargo, no son las páginas de un erudito. Tardamos en entrar en la novela: exceso de nombres de personas, de locales, de calles, cierta sequedad documental. Lentamente va cobrando vida. Consciente de los peligros de la novela histórica, sustituye la fic- ción por una prosa intensa, agitada, con audaces descripcio­nes físicas de los personajes (Adolfo Bueno, “nariz inmensa de vela Latina”, Pestaña “funerario, nariz cubista”, Lera “y su frente de frontón”). Hay pasajes brillantes, como la reacción de Martínez Anido cuando es destituido de su cargo, los audaces contra puntos del capítulo “La Mola ”, la circularid­ad del libro, que se abre y cierra con la muerte de Seguí, o las referencia­s a hechos posteriore­s a lo que se está narrando. Pero sobre todo está la intensidad de la violencia, las delaciones, las traiciones, los atentados, los tiroteos en la calle o las luchas internas dentro del anarquismo.

Las figuras históricas que dominaron la Barcelona de las dos primeras décadas del siglo XX son asimismo poderosos personajes de novela: los mitificado­s como Salvador Seguí, el sindicalis­ta partidario de la moderación, en torno al cual gira toda la novela, Lluís Com pan ys o Ángel Pestaña, los siniestro s Martín ez Anido, el falso barón de Koënning, Miguel Ángel Arleguio Inocencio Feced. A medida que nos adentramos en la lectura encontramo­s cada vez más al Antonio Soler que hemos admira do desde sus primeras aventuras narrativas. Una tabla cronológic­a y de personajes habría sido de gran ayuda.

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EFE / JORGE ZAPATA El escritor malagueño realiza una biografía novelada de Salvador Seguí

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