Aquel Calafell de Carlos Barral
Con más de cincuenta años de periodismo a mis espaldas, en los que he conocido a personajes muy variados, ha llegado la hora de recordar. En esta serie de artículos abordo pequeñas historias de la cultura catalana reciente
Poeta excelente, memorialista de gran calidad, novelista, traductor y editor fundamental en la España de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado como director de Seix & Barral, además de un hombre políticamente comprometido con el antifranquismo y más tarde senador y eurodiputado socialista, Carlos Barral fue un gran personaje. Un personaje inconfundible e irrepetible que hizo de Calafell –en concreto, de su antiguo barrio pescador–, su guarida, su lugar predilecto.
Yo ya había tratado con Carlos Barral en Barcelona en alguna reunión del pequeño mundo cultural barcelonés de mediados de los años sesenta, pero fue en Calafell donde lo llegué a conocer de verdad y a tener una relación de amistad durante más de veinte años, hasta su muerte, en el año 1989.
Lamentablemente ya no queda casi nada de aquel Calafell que Carlos Barral amaba tanto y donde se sentía plenamente él, marinero experto y amigo de los pescadores. Aquel Calafell era donde Carlos Barral montaba –en su casa, una bella y antigua tienda de pescadores junto a la playa– unas tertulias improvisadas e interminables con personajes como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, José Donoso, Alfredo Bryce-Echenique, Carmen Balcells, Juan Marsé, Jaime Gil de Biedma, Josep Maria Castellet, José Agustín Goytisolo, Anna Maria Moix, Ricardo Muñoz Suay, Concha Alós, Baltasar Porcel, Terenci Moix, la viuda de Pablo Neruda Matilde Urrutia... Unas tertulias que a menudo empezaban en el Giorgio, el restaurante italiano de Giorgio Serafini –uno de los mejores restaurantes italianos donde he comido–, para continuar después durante horas y horas.
Aquellas tertulias, anárquicas y báquicas, abiertas incluso a jóvenes como yo, que asistíamos admi- rados de tanta inteligencia y tanta sabiduría a nuestro alcance, tomaron un vuelo especial a partir de 1974, ya en las postrimerías de la dictadura, cuando la mujer de Barral, la inolvidable Yvonne Hortet, abrió L’Espineta, un bar-restaurante situado, también, a pie de playa y a poca distancia de su casa. La ebullición política de la época, todo el proceso de transición de la dictadura a la democracia, los enfrentamientos ideológicos e incluso personales entre los cada vez más escasos defensores del castrismo cubano y los que eran críticos, todo fue motivo de muchas de aquellas tertulias, no sólo sabias sino sobre todo inteligentes, y por lo tanto muy amenas y divertidas. Tan divertidas que a menudo acababan en un baño colectivo en el mar, ya bien entrada la madrugada.
L’Espineta, que se mantiene tal como era ya hace más de cuarenta años gracias a sus hijos y nietos, queda todavía como testimonio vivo del Calafell de Carlos Barral. Como queda también su casa, que continuará abierta como museo
Las tertulias, sabias e inteligentes, amenas y divertidas, acababan a menudo con un baño colectivo en el mar
dedicado a Barral, esperamos que con la dotación económica necesaria para que pueda mostrar el amplio legado documental y mobiliario que la familia Barral-Hortet cedió al ayuntamiento de Calafell, que continúa, todavía, en deuda con Carlos Barral.
En su restaurante Giorgio Serafini ha tenido la ocurrencia de encargar un gran cuadro a varios pintores para rendir homenaje a Carlos Barral y a algunos de sus amigos, por desgracia algunos desaparecidos, también, como Carmen Balcells, Josep Maria Castellet o Ricardo Muñoz Suay.