Falsa sencillez literaria
Aunque pienso que Elisabeth Strout, antigua profesora de escritura creativa en la Universidad de Colgate (Madison, Nueva York), es una eficaz constructora de elementos que sostienen andamiajes narrativos más complejos de los que aparentan –la prueba está en la falsa sencillez de Me llamo Lucy Barton–, su escritura produce una extraña sensación de materia muy concienzudamente elaborada. Dicho de otra manera, las lúcidas reflexiones de Lucy sobre su condición de mujer hecha a sí misma parecen más implacables cuando se intuye en ellas un trasfondo intelectual. Y es que quizá convenga tener presente que Elisabeth Strout, hija de un profesor de ciencias y una maestra de primaria, estudió un año en Oxford (Gran Bretaña) y luego se licenció en leyes por la Universidad de Syracuse.
Strout llegó a la narrativa para indagar –al principio con un estilo cercano al realismo pero luego abriéndose a formas de expresión que incorporan elementos de otros géneros– en la difícil relación de un personaje dramático, pongamos que una mujer asfixiada por la ternura, con su medio natural y familiar. El resultado fueron los diferentes estratos que conformaron el carácter angular de Olive Kitteridge. Y ahora llega Lucy Barton. Ambas rebasan la temporalidad por la sabiduría de Strout. Es su mérito.