Sosiego y desasosiego
Sexto volumen de ‘Memorias de ficción’; un libro lleno de estímulos donde caminamos junto al exministro de Cultura para visitar museos, iglesias o ruinas arqueológicas mientras se interroga por el significado de las cosas
César Antonio Molina (A Coruña, 1952) es uno de los últimos vestigios del humanismo y gracias a él recuperamos lo más vivo de las culturas de todas las épocas. Poeta, ensayista, crítico y gestor cultural, es licenciado en Derecho, doctor en Ciencias de la Información y profesor de Humanidades, Comunicación y Documentación de la Universidad Carlos III. Ha sido director del suplemento literario Culturas de Diario 16 y es autor de un extenso estudio sobre la prensa literaria española. Periodista, pues, sobre todas las cosas, también es un dinámico e imaginativo gestor cultural.
Fue director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, que él convirtió en centro cultural de referencia; director del Cervantes, que conoció con él una expansión sin precedentes y como Ministro de Cultura su actuación fue impecable, aunque le perjudicó no tener más glamur, como quería Zapatero, y estar más interesado en la cultura que en las intrigas políticas. De esta experiencia nació La caza de los intelectuales (2014), sobre la relación entre los pensadores y el poder. En la actualidad es director de la Casa del Lector, en el madrileño Matadero. Molina es además un reconocido poeta en castellano y en gallego.
Todo se arregla caminando es el sexto volumen de sus Memorias de ficción. El machadiano título nace de una expresión que solía repetir su abuelo y de su pasión por caminar, que estimula la mirada y el pensamiento. El libro escapa a toda definición de género. Tiene mucho de memorias o de diario. Pero su sensibilidad y su visión de la realidad es la de un poeta. Como ensayista, su formación cultural es abrumadora. Se interroga constantemente sobre el significado de las cosas, porque en realidad, lo más desconocido no está en el exterior, sino siempre en el interior de uno mismo, algo que está relacionado con su convicción de que la única forma de iluminar la vida es a través del conocimiento.
Es un libro personal, no sólo por su interpretacióndeloqueve,sinoporla presencia de su hija Laura, a la que está dedicado el libro, de su mujer, la crítica literaria Mercedes Monmany, y, sobre todo, por las frecuentes referencias a su carácter. No las hay a su obra y sólo una vez le vemos entonando versos suyos. Si Zapatero le reprochó su austeridad, él nos dice que “siento una especial emoción por los huertos y sus productos, tan sencillos y humildes pero tan interesantes y perfectos”. Es esencialmente melancólico, lo que explica en parte su atracción, me atrevo a decir que romántica, por las ruinas; y si siempre se sintió infatigable, “cada vez me canso más, y lo peor es que cada vez estoy más cansado de mí mismo”.
Son constantes las consideraciones al paso del tiempo: “La locura de la vejez, decía Cicerón. Y yo la veo venir”. Y esto puede explicar la frecuente presencia de muchachas, que son como apariciones fulgurantes que nos remiten además a la belleza y a la espiritualidad que recorre todo el libro en lo que es, sí, un verdadero recorrido, un incesante caminar visitando museos, iglesias, casas de escritores o ruinas arqueológicas: “Sólo tras agotadores viajes por el mundo entero conseguimos satisfacer nuestro deseo, cuando ya los años y la vida se nos van apagando”.
La intensidad emocional acompaña a su identificación con los grandes creadores, en busca de la espiritualidaddelarte.Especialmentememorables son las páginas dedicadas a Robert Walser, Nabokov, Wilhelm Jensen o Czeslaw Milosz, a Morandi o al cine polaco. Molina vive con intensidad la grandeza y la transmite en un librollenodeestímulos.
Tiene mucho de memorias o de diario, pero su sensibilidad y su visión de la realidad es la de un poeta