Champán para todos
Homenaje al líder de El Niño Gusano
Dicen que todos lo llamaban el sereno porque tenía las llaves de la casa de casi todos sus amigos del barrio. Que decía que las cosas eran “chulas” o “níquel”. Que cuando entraba en su bar gritaba: “¿Queréis ver las estrellas?” y entonces se bajaba los pantalones y enseñaba unos calzoncillos estampados de estrellas. Que cuando pinchaba allí, ponía Camarera de mi amor, de Machín, y se la dedicaba a sus camareras.
Una de ellas era Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983), que entonces ya escribía aunque no se consideraba escritora –lo descubrió un día cuando su profesora de lenguas se lo dijo en italiano tras preguntarle en clase a qué se dedicaba–. Poniendo cócteles y cuadrando caja conoció la también autora de Solo si te mueves al líder de una de las bandas de música pop española más sorprendentes y especiales de las últimas décadas. Se llamaban El Niño Gusano y su compositor y cantante, Sergio Algora, era también uno de esos poetas que conciben los poemas como estornudos: divertidos, espontáneos, absurdos, inevitables y síntoma de algo peor. Algora era como Boris Vian: ambos mezclaban literatura y música, retozaban en la risa surrealista y murieron a los 39 años –y poco después de su cumpleaños– por un fallo –cardiaco y de todo tipo–. Algora solía llevar camisetas muy cerradas en torno al cuello porque si no se verían las cicatrices –derivadas de su dolencia– en el corazón.
A los que escribimos nos toca siempre pensar unas líneas en los funerales. Rodríguez lo hizo en el de su jefe y amigo. Leyó: “Él solía bromear: ‘Sergio Algora ha muerto. Champán para todos’. Esta vez va en serio”. Ahora ha ido más allá. Los idiotas prefieren la montaña funciona, como Laura, de Otto Preminger: da igual