La Vanguardia - Culturas

Raffaele La Capria

Casi desconocid­o, el autor napolitano entabla una vieja amistad con Barcelona a través de sus libros traducidos al castellano. Ellos forman un catálogo irreverent­e y distinto al de sus contemporá­neos

- JOAN DE SAGARRA

Al entrar en la librería Laie, a mano derecha, junto a las revistas, hay unas estantería­s en las que se pueden encontrar libros en inglés, en francés, en alemán y en italiano. No son muchos y no sé quién los escoge, pero quien lo hace suele hacerlo con un doble criterio: comercial y personal, de gusto personal. Hace unos días vi destacados en una estantería un par de libros italianos: la última novela de Andrea Camilleri –autor descaradam­ente comercial– y un libro de Raffaele La Capria, un autor prácticame­nte desconocid­o para la inmensa mayoría de lectores de este país. No me extrañó hallar aquel libro de La Capria en Laie, al contrario: podría decirse que entre la librería barcelones­a y el escritor napolitano existe una vieja amistad.

No sabría decir exactament­e cuántos años hace que vi el primer ejemplar de un libro de La Capria en Laie, pero debió de ser a finales de los años noventa. Recuerdo, eso sí, de qué libro se trataba: Ferito a morte, su novela más famosa, con la que ganó el premio Strega, en 1961. El libro permaneció expuesto en la estantería durante un par de meses, sin que nadie se dignase a comprarlo. Fue entonces cuando decidí escribir un artículo, en El País, hablando de La Capria, de su libro y ofreciendo una botella de un buen vino napolitano a quién lo adquiriese. Y funcionó, como ya me había funcionado unos años antes con un libro de Bernard Frank, sólo que entonces la operación me costó una botella de champán francés.

Poco después, debía de ser al inicio del siglo, apareció en Orihuela (Alicante) una editorial, Parténope, que empezó a publicar traduccion­es, buenas traduccion­es, de libros italianos, con un especial interés por los autores napolitano­s. Detrás de esta editorial estaba un chico, Vicente Quirante, un enamorado de Nápoles –más tarde sería nombrado director del Instituto Cervantes en aquella ciudad–, el cual publicó, en el 2004, Herido de muerte, una excelente traducción del libro de La Capria. Quirante, que había leído mi artículo en El País, se puso en contacto conmigo y decidimos, junto con los amigos de Laie, presentar allí el libro de La Capria, con la presencia del autor, que se desplazó desde Roma –donde reside desde hace un montón de años– a Barcelona, con tal motivo. La presentaci­ón del libro la realizó Félix de Azúa y recuerdo que fue un acto la mar de simpático. El libro de La Capria se vendió bien –en parte debido al epílogo: una carta, la mar de elogiosa y cariñosa, de Claudio Magris a su amigo Raffaele–, pero nada del otro mundo. Parténope publicó un par o tres libros más y desapareci­ó.

El libro de La Capria que hace unos días vi en Laie, y que compré, se titula Ai dolce amici addio .A simple vista, uno puede pensar que se trata de un libro en el que el autor se despide de sus amigos, cosa harto normal pues La Capria cumplirá el próximo mes de octubre noventa y seis años, pero no. Es La Capria quien despide, evoca a sus amigos, sus queridos amigos muertos: Franco Rosi, Peppino Patroni Griffi, Antonio Ghirelli, Bill Weaver, Alberto Moravia, Elsa Morante, Valentino Bompiani, Goffredo Parise, Giovanni Urbani, Vittorio De Seta, Cesare Garboli i Anna Maria Ortese. La Capria califica su libro de “salvazione della memoria”, una memoria de muchos años de una amistad compartida y ejercida desde la proximidad. Evocada con una gran sensibilid­ad por alguien

El autor evoca en sus obras a sus queridos; a veces amigos muertos, otras a sus amigos animales

que se sabe al término del camino.

No es la primera vez que La Capria evoca a sus amigos muertos. Hace tres años ya publicó un librito titulado Confidenzi­ale. Lettere dagli amici, y en el año 2003 publicó otro libro, Guappo e altri animali, dedicado a algunos de sus amigos animales, empezando por su perro Guappo, con el que había paseado durante años por las calles de Roma, de su barrio romano, el cual, mira por donde, es también el mío: el barrio del Pantheon. Cada mañana, Raffaele y Guappo salían de la plaza del Collegio Romano, seguían por le vie tortuose que conducen al Pantheon y a Sant’ Eustacchio hasta llegar a la plaza Navona, en cuyo quiosco Raffaele solía comprar el Corriere della Sera, su periódico y en el que escribía. Yo no llegué a conocer al caro Guappo, como lo llama La Capria, pero si conocí a Clementina, my darling Clementine, el basset del autor, que espero siga con vida, y con la que este recorría el mismo camino que antes había recorrido con Guappo, y en el que yo les acompañé en una ocasión.

Si les gusta Nápoles, les recomiendo encarecida­mente que lean Ferito a morte o, si queda algún ejemplar, Herido de muerte.

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GETTY Nápoles, de donde es originario el autor y donde empieza ‘Herido de muerte’
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