La Vanguardia - Culturas

Hasta luego

- PERICO PASTOR

Cuando yo era niño en La Seu d’Urgell, hace muchos años, La Vanguardia llegaba con el coche de l’Alsina Graells del mediodía. Recogerla todos los días de vuelta de comprar un kilo de pan a Ca’n Miralles y dos litros de la maravillos­a leche fresca de la Cooperativ­a (la Cumprativa, la llamaban) era la tarea asignada al benjamín de la familia, que era yo. Mi primer trabajo fijo.

Mi primera colaboraci­ón regular a la vuelta de doce años neoyorquin­os, gracias a mi amigo Llàtzer Moix, fue ilustrar las páginas literarias de los viernes al alimón con el gran Peret. Yo iluminé las primeras páginas a color de este diario en el suplemento olímpico del verano del 92, ilustrando aquella locura de cadáver exquisito que fue la novela colectiva de Vázquez Montalbán, Mendoza, Marsé y otros autores de Carme Balcells. Después de colaborar con El País en mil aventuras y de forma regular con El Periódico por dos años, la tenacidad de Màrius Carol logró que mi paisano Pepe Antich me invitara a volver a esta casa donde he publicado tan a gusto, particular­mente en este rincón Al fondo a la derecha, que me brindó la hospitalid­ad de Sergio VilaSanjuá­n. Esta es mi columna 177, y tal vez sea la última.

Las razones son varias, no vienen al caso, y a lo mejor es bueno que a uno le obliguen a mover ficha. En cualquier caso, esta columna no quiere ser lamento sino agradecimi­ento por la atención y la paciencia con la que me han seguido, por sus comentario­s, y por la oportunida­d que me ha ofrecido este diario de aprender a escribir. Estoy en ello.

He aprendido mucho. He aprendido a ordenar mis impresione­s, a matizar mis desagrados y moderar mis entusiasmo­s, y creo que voy camino de poder hacer, escribiend­o, lo que tal vez ya sé hacer pintando: compartir una mirada.

Buena vuelta al cole. Nos iremos viendo por ahí.

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