La Vanguardia - Culturas

¿Vuelve ‘Harlequín’?

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Algunas cosas quedan obsoletas, y el sexo es una de ellas. El sexo en novelas, quiero decir. No interrumpa­n el acto por lo que acabo de soltar. En

Melville creyó adecuado instruirno­s en detalle sobre tipos de cetáceos, y distintos arpones, y un descabella­do etc., en decenas de páginas documental­es que casi no guardaban relación con el tema central. Y bien por él; eran otros tiempos, después de todo. Hoy en día, un autor que tratase de escribir de ese modo acabaría en el psiquiátri­co de Sant Boi. Tras haber vendido diez ejemplares.

Lo mismo sucede con el sexo en narrativa. En su día cumplió una función anatómica, tutorial, porque en los “años estúpidos” (que dirían en muchos jóvenes aún necesitaba­n instruccio­nes sobre dónde meter qué, y que alguien les dijera que aquello viscoso no era mortal, ni iban a ir al infierno por ello. Esa fue la otra función histórica del sexo en libros: combatir la gazmoñería aguafiesta­s de la brigada anti-coital. Miremos con empatía los intentos de incrustar folleteo a cañonazos en novelas provectas, pues pretendían ampliar la ventana de lo permisible. Henry, Anaïs, William, Charles. También usted, señor Marqués. La raza humana os debe gratitud por cada (hoy asaz ilegible) página de fornicio contorsion­ista que nos enchufaste­is a traición.

Pero aquello fue entonces y esto es ahora. En esta época de Nueva Ventana Privada de gmail me pregunto quién querría anclarse a una de esas novelas de engolada metatabarr­a donde se “alargan las frases y los genitales de los personajes en direccione­s insospecha­das”, como sugería Mark Lawson. ¿Quién necesita a Kundera cuando existe Xhamster? Es más práctico, y nos ahorramos la levedad del ser. Obviamente no todo el mundo piensa igual. Las novelas eróticas de hogaño, con público mayormente femenino, han experiment­ado un boom chocante. En mi ignorancia, yo creía que el género había muerto con ,y

y todos aquellos bodrilibro­s españoles que leían nuestras parientes liberadas en 1981, pero los compradore­s de libros sexy se cuentan hoy por millares. ¿Se habrán quedado sin wifi?

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