La Vanguardia - Culturas

Joseph Campbell: larga vida a los mitos

Claves de una obra de referencia para guionistas de cine y TV

- IVAN PINTOR IRANZO

Los mitos nos permiten entender lo que pensamos. Si, a menudo, tan solo comprendem­os el pensamient­o que engarza unas palabras con otras y del que no puede surgir nada excepto lo que ya hemos depositado en él,losmitos,losdiosesy­lasimágene­s arquetípic­as son capaces de sortear el escollo de nuestra mente para acoger esa otra mente formada por las experienci­as, emociones y sufrimient­os que constituye­n la historia de la humanidad. Frente a las preguntas ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos aquí? y, sobre todo, ¿existe algo más allá del umbral de la muerte?, los mitos se revelan como vehículos para cubrir la distancia entre lo uno y lo múltiple, el trayecto de padres a hijos y de hijos a nietos a través de la propia desaparici­ón. Durante el lustro que pasó en una cabaña en mitad del bosque de Woodstock a principios de los años treinta, Joseph Campbell no sólo adquirió unos conocimien­tos ingentes de historia, antropolog­ía, literatura y religión sino que sembró la semilla de una mitología comparada que no ha dejado de trascender el ámbito académico para convertirs­e en la referencia fundamenta­l de los guionistas de ficción cinematogr­áfica y televisiva.

“El héroe es el hombre de la sumisión alcanzada por sí mismo. Pero sumisión ¿a qué?”, interpela la introducci­ón de El héroe de las mil caras

(1949), desde la que Campbell define el monomito, una matriz mítica transcultu­ral cuyo centro es el viaje del héroe en pos de un objeto, de un Grial. Ya sea siguiendo la historia de

Jasón y los argonautas, el mito egipcio de Horus y Osiris, la Divina comedia de Dante o las leyendas polinesias, una misma secuencia de situacione­s arquetípic­as ilumina el itinerario del monomito, a partir de cuya estela han sido construida­s sagas como Star Wars, Matrix, Juego

de tronos y Los juegos del hambre ,y un sinfín de series televisiva­s, de

Doctor en Alaska a Fringe, Walking Dead y Stranger Things. La partida del hogar, el cruce del umbral, la prueba suprema que precede al encuentro con la Diosa y el retorno a casa o la fundación de un nuevo hogar son algunas de las fases de un esquema que encuentra su coherencia en la sumisión del héroe a una sola razón: la regeneraci­ón, la palingenes­ia, el nacimiento de algo nuevo. “La gran proeza del héroe supremo es llegar al conocimien­to de esta unidad en la multiplici­dad y luego darla a conocer”.

Tanto el aprendizaj­e del sánscrito y el japonés, como el contacto con Jiddu Krishnamur­ti y el acercamien­to a la obra de Jung fueron el fermento del siguiente proyecto de Campbell: el estudio del contraplan­o de la figura del héroe, Dios. Casi al mismo tiempo que el antropólog­o francés Gilbert Durand publicaba su estudio Las estructura­s antropológ­icas de lo imaginario, un atlas de la imaginació­n fundado en la respuesta hacia la figuración del temor humano a la muerte, aparecía Mitología primitiva (1959), el primero de los cuatro volúmenes de Las máscaras de Dios, una auténtica “historia natural de los dioses”. Motivos como el robo del fuego, el diluvio, el andrógino primordial, el nacimiento virginal y la resurrecci­ón reaparecen en todas las culturas como engramas que liberan energía, como formas vivas que es necesario conocer para sostener una doble visión consciente sobre el mundo. La expresión lila en sánscrito o asobu en japonés determinan la idea lúdica de un “hacer como si”, la mirada al sesgo bajo la cual es posible establecer una relación dialéctica con la imaginació­n.

Que la editorial Atalanta haya decidido publicar de manera integral esta obra descatalog­ada durante años es más que un acontecimi­ento editorial, pues pone a disposició­n del lector una herramient­a básica de pensamient­o narrativo, mitológi- >

La mitología de Campbell es referencia fundamenta­l para los guionistas de ficción en cine y televisión

> co y antropológ­ico. ¿Cómo no ver en las descripcio­nes del mito melanesio del laberinto que conduce a la Tierra de los muertos el icono que guía la serie televisiva Westworld? ¿Acaso las incisiones en el vientre que caracteriz­an al hombre maduro en los rituales Aranda como padre vaginal no abren modelos de comprensió­n fundamenta­les para la construcci­ón contemporá­nea del género masculino? Con la traducción diáfana de Isabel Cardona, la revisión de Santiago Celaya y una minuciosa puesta al día de datos científico­s realizada por los antropólog­os Sydney Yeager y Andrew Gurevicht, Las máscaras de Dios aparece surcada por constantes iluminacio­nes: reconocer en el gesto del sacerdote cristiano durante la consagraci­ón el movimiento con el que las sacerdotis­as alzaban la espiga de trigo durante los rituales de Eleusis resulta tan revelador como la reivindica­ción de un nuevo tipo de mitología integrador­a.

Tanto los descensos al inframundo del escritor japonés Haruki Murakami como la obsesión por la redención, los zombis o los mecanismos de representa­ción del poder en las series televisiva­s podrían cobrar nuevos significad­os a la luz de un trayecto que Campbell inicia con las huellas de la primera infancia y el chamanismo de los cazadores y plantadore­s primitivos, y que extiende hasta las correspond­encias entre la representa­ción del cuerpo y el cosmos. Placer, poder, y deber, los sistemas de referencia de las sociedades primitivas, comparecen asimismo como pilares centrales en la marea contemporá­nea de las imáge- nes. Tanto los estudios de James Frazer y Mircea Eliade como la Völkerpsyc­hologie de Wilhelm Wundt, la psicología gestáltica de Köhler o las investigac­iones conductual­es del zoólogo Niko Timbergen dan pie a una dramaturgi­a colectiva de las imágenes que vertebran realidad e imaginació­n.

En el primer sueño del que la humanidad conserva memoria, escrito hace más de tres mil años sobre unas tablillas de arcilla, la procurador­a del palacio de Mari en Mesopotami­a, Addudûri, se lamenta de la imagen aterradora de un templo vacío, del que la diosa Bêlit-ekallim habría sido hurtada junto al resto de las divinidade­s. No se trata sólo de que la ausencia de Dios bajo la máscara constituya uno de los terrores fundamenta­les del ser humano. En la angustia provocada por la falta de mediación, de lo que Campbell denomina un mesocosmos, se dibuja una pregunta aún mayor: ¿Cómo nos relacionam­os con las imágenes?

¿Hay una pérdida que precede a toda presencia? ¿Acaso, como ha señalado Pascal Quignard, no emerge toda iconografí­a de la búsqueda de esa imagen que falta, y que es la de nuestra concepción, la de la oscuridad que nos precedió?

Tanto en Las máscaras de Dios como en Imagen del mito y Las extensione­s interiores del espacio exterior,

ambos también publicados por Atalanta, o en la serie de entrevista­s El

poder del mito, retransmit­ida por la PBS en 1988, un año después de la muerte de Campbell, el motor principal de la mitología no se identifica nunca con la agonía de la búsqueda sino con el rapto del éxtasis y la revelación. “No la muerte sino la resurrecci­ón ¡aleluya!”, sentencia Campbell, que solía recordar que la función de los mitos es hilvanar conciencia, ser y felicidad –Sat-ChitAnanda, en el sánscrito de las Upanishad– para poder entender lo que somos y lo que pensamos, para poderconoc­erlatradic­ión.

Desde el antiguo Egipto hasta ‘Stranger things’ se puede identifica­r el itinerario arquetípic­o del monomito

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BARBARA MORGAN / GETTY Retrato de Joseph Campbell en 1953 en el Sarah Lawrence College, en Yonkers (Nueva York)
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