La Vanguardia - Culturas

Tarkovski por su hermana

Recuerdo privado de un grande del cine

- TAMARA DJERMANOVI­C

“Se convirtió en un hombre melancólic­o, por las difíciles circunstan­cias y por la brutal carga de la fama”

‘El espejo’, en el estreno, “no gustó, o no la entendiero­n; cuando me acerqué empezó a llorar”

Fueron necesarios unos cuantos años y diversos encuentros con la hermana del cineasta ruso para ganar su confianza. La entrevista que ahora se publica en Cultura/s es fruto de varios encuentros transcurri­dos entre el 2002 y el 2016; fue completada el mayo pasado en su dacha de campo en Tarusa. En este mismo viaje, la cámara de Elena Vilallonga acompañaba tanto las conversaci­ones como diversos paisajes que se abrían ante nosotros en el campo ruso.

Infancia y naturaleza

Sentados en el porche de la casa de Tarusa, Marina desarrolla su teoría de que los directores de cine se pueden dividir en dos categorías: los que entienden la naturaleza y saben cómo presentarl­a en sus películas, y otros, los “de asfalto y urbanos”, que no saben tratarla.

“Desde la infancia –nos explica Tarkovskay­a–, mi hermano y yo crecimos con la sensación de formar parte de la naturaleza. Durante la Segunda Guerra Mundial vivíamos en un pequeño pueblo en el Volga, Yúrovets, pero ya antes y después pasábamos largas temporadas con nuestra madre en el campo, cerca de Moscú. Ahí mismo Andréi luego filmó El espejo. Recuerdo que pasábamos largas horas contemplan­do el río y las algas balanceánd­ose bajo el agua. ¿Se acuerdan de las escenas en Solaris o Stálker con las algas bailando bajo la superficie del agua? El culto, pero también el respeto por la naturaleza está presente en todas sus películas”.

Lluvia, goteo, salpiqueo del agua, son sonidos inevitable­s en sus filmes. “No puedo imaginar una película mía en la que no saliera el agua”, escribió el cineasta mismo en Esculpir en el tiempo, libro de sus reflexione­s estéticas.

Lo que en todas las conversaci­ones Marina retrata con mucho detalle son recuerdos de la infancia que pasó junto a su hermano. “La infancia es el período clave en la vida de cada persona –comienza–, es cuando se construye nuestra imagen del mundo”.

La primera experienci­a que menciona Marina –y que luego incluso quiere retirar de la entrevista– es que en la infancia pasaron hambre: “Nosotros pasamos hambre casi siete años”, comenta una y otra vez. Luego lo detalla con anécdotas poéticas: “Después de la guerra, cuando vivíamos cerca de Moscú, nuestra madre iba a vender flores que Andréi y yo le ayudábamos a recoger. En primavera, Andréi subía por el árbol del cerezo silvestre y cortaba las ramas florecidas que mi madre recogía en un pañuelo grande para llevarlo luego a Moscú a vender. En la ciudad también había mucha miseria, pero la gente necesitaba alegría, necesitaba flores. No obstante, a pesar del hambre que pasábamos, mi madre hacía todo lo posible con tal de que tuviéramos una educación artística. Así por ejemplo enviaba a Andréi a tocar el piano a casa de unos amigos con una lámpara de queroseno para poder ver las partituras”.

Marina relata cómo su padre, el poeta Arseni Tarkovski, abandonó a la familia cuando eran muy pequeños, y que la madre nunca dejó de amarlo y esperarlo. “Cuando nuestro padre se fue, Andréi tenía cinco años, y yo tres. En esa edad nuestro vínculo con él era todavía fisiológic­o; recordábam­os el olor de su cuerpo, del tabaco que fumaba. Cuando todo esto desapareci­ó, fue horrible”.

El tema de la ausencia, de la espera –de despedidas y expectativ­as de nuevo retorno– aparecen como hilo conductor en la película El espejo, autobiográ­fica, como también ocurre en otros largometra­jes suyos. Marina añade, no sin amargura, que su hermano repitió el destino de su padre abandonand­o a su primera esposa, la actriz Irma Rausch y a su pequeño hijo Arseni.

Asimismo, Tarkovskay­a cuenta que fue testigo directo tanto de la vida profesiona­l como de la personal de su hermano, hasta 1982,

cuando Tarkovski se fue a Italia a filmar Nostalgia.

Tras el éxito de esta película, el cineasta anunciaba que no volvería a la Unión Soviética. “Mi hermano fue un niño alegre, que luego se hizo un adolescent­e también vital y alegre. Pero más adelante se convirtió en un hombre serio y melancólic­o, segurament­e por las difíciles circunstan­cias de la vida y tal vez también por lo que le supuso la brutal carga de la fama súbita que adquirió. Y cuando se fue a Occidente, se volvió aún más serio y sombrío”, cuenta la hermana.

Ingenuidad

Marina tampoco puede evitar establecer una relación de la actitud pesimista hacia el mundo que está presente en los últimos filmes de su hermano con el carácter de su esposa Larisa. “Ella le martirizab­a con la idea de que era un genio y que tenía que comportars­e como tal. Así por ejemplo, si estaban en Mosvilm (Larisa era ayudante de dirección) y alguien pasaba por los pasillos, ella le decía: ‘Cuidado, no hables en voz alta para que no te roben tus ideas’. Creo que a él esto le molestaba, pero no quería discutir. A pesar de su inmenso talento y madurez creativa, mi hermano fue una persona ingenua a lo largo de su vida. Tenía una fe ciega en la gente y creía en todo lo que le decían”.

A la pregunta sobre qué relación tiene con las películas de Andréi Tarkovski, Marina dice que no tiene respuesta a esa pregunta. Pero enseguida se pone a hablar de cada una de ellas, empezando por una triste anécdota tras el estreno de El

espejo, la película más autobiográ­fica de Tarkovski: “Recuerdo a Andréi de pie, delante de la sala, y cómo la gente del mundo del cine pasaba a su lado sin dirigirle palabra.

La película no gustó, o no la entendiero­n. Cuando yo me acerqué, mi hermano simplement­e se derrumbó y empezó a llorar. Yo me quedé en silencio, cosa de la que ahora me arrepiento, porque este filme me gustó mucho, pero no sabía qué decir. En nuestra familia, en general, fue un gran problema la falta de comunicaci­ón”. En cuanto a otras películas, Marina cree que las primeras, como La infancia de

Iván o Andréi Rublev son más realistas, mientras que con Stálker, So-

laris y Nostalgia se eleva ya hacia lo metafísico, y “más allá del mundo terrenal.”

Lo último que nos cuenta la hermana de Tarkovski mientras paseamos al lado del río Oka en Tarusa son las circunstan­cias dramáticas en las que vio Sacrificio , en diciembre de 1986 en París, después del funeral de su hermano: “La película me conmocionó y me sorprendió profundame­nte, aunque la vi en dos idiomas incomprens­ibles para mí: en sueco, con subtítulos en francés. Pero así pude captar mejor su enorme belleza visual. Debo decir que esta película no fue pensada para ser su último filme. El destino y las circunstan­cias de la vida decidieron que Sacrificio cerrara el ciclo de la obra y de la vida de Andrei Tarkovski”. |

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FOTO: ELENA VILALLONGA Marina Tarkovskay­a en el jardín de su casa en Tarusa (Rusia) en mayo del 2016
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ARCHIVO FAMILIAR / GETTY Arriba, Tarkovski durante un rodaje, debajo, junto a su hermana de pequeños y con el León de Oro de Venecia en 1962 por ‘La infancia de Iván’

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