Ignacio Martínez de Pisón y su nuevo relato familiar
La realidad histórica siempre estuvo presente en su narrativa, y ahora parece atenuada
Relaciones familiares marcadas por la búsqueda de normalidad y los intentos de fuga
La admiración por el Derecho hace que Pisón se plantee si las leyes son o no necesarias
A Ignacio Martínez de Pisón se le ha pegado la etiqueta de escritor realista –que él mismo no se ha preocupado en desmentir– que equivale a acusarlo de convencional o retrógrado, mientras que, como ocurre con Juan Marsé, ha mostrado lo que de renovador y moderno hay en su realismo. En La buena reputación
(2014) escribe: “Lo importante era explotar al máximo la capacidad de seducción del relato”. Los grandes novelistas, “cuando te contaban una historia sabían manejar tu estado de ánimo y tan pronto te conmovían con las penalidades de sus personajes, como te hacían sentir en toda su plenitud la dicha de estar vivo”. Algo que se puede aplicar perfectamente a Derecho natural. Cierto que, como señala muy oportunamente Antón Castro, “huye de las frases poéticas, complejas o afectadas como de la peste”, pero esto es algo que se da en todo narrador genuino, realista o no. La atención por la realidad histórica siempre ha estado presente en su narrativa y ahora aparece también, aunque atenuada.
La novela tiene un marcado desarrollo cronológico, que va de principios de los años sesenta a finales del siglo XX. Las referencias políticas son inevitables, desde Matesa o la muerte de Franco hasta el tejerazo. Una realidad que tampoco la esquivan
Joyce en el Ulises por no hablar de Cervantes en El Quijote.
Lo que sí hay en Martínez de Pisón es la inmediatez, el conseguir arrastrar al lector al mundo de los personajes, para dejar de ser meros espectadores.
Derecho natural se centra en una familia, algo frecuente, como señala Castro, en las novelas del escritor aragonés. Cada uno de los miembros tiene una historia personal que le acerca y le aleja de los demás, en una red de relaciones conflictivas. Y todas están marcadas por el afán de encontrar la normalidad, el fatalismo de la derrota y la necesidad de huir. Algo que parecen haber heredado del paterfamilias, Ángel Ortega, el más ambicioso y fantasioso de todos ellos y, por lo tanto, el más condenado al fracaso. Sus sueños de enriquecerse acaban siempre por derrumbarse. Como actor secundario, como guionista, como representante de jóvenes talentos, como político y, sobre todo, como imitador de Demis Roussos, lo que le llevará a una cierta popularidad a partir de su intervención en el programa de José María Íñigo Estudio abierto. Personaje como todos ellos contradictorio, es a un mismo tiempo vulgar, loco, cínico, egoísta y patético. “Hay gente que nace para quedarse sola. Yo soy así. Da lo mismo que tenga mujeres, hijos, amigos… Al final, siempre estás solo”.