Olga Khokhlova le cambió la vida a Picasso
“Picasso está enamorado”. Jean Cocteau le escribió así a su madre el 4 de marzo de 1917. Sí, Pablo Ruiz Picasso se había rehecho de varios infortunios sentimentales al conocer a una joven bailarina rusa, Olga Khokhlova, el cabello rojizo y los ojos verdes, el cuerpo flexible y las ideas claras. Cuidado, con las rusas no se tontea, le advirtió Diáguilev, el creador de la compañía de ballet que hizo posible el encuentro entre el pintor y la danzarina, hace ahora un siglo.
El Museo Picasso de París recuerda este aniversario con la primera exposición dedicada íntegramente a Olga Khokhlova, su trayectoria, su relación con el genio y su presencia en las obras de este, espejos de la evolución de su vida matrimonial. Porque sí, con las rusas uno se casa, y es lo que hicieron Olga y Pablo en julio de 1918 en la iglesia ortodoxa rusa de Saint-Alexandre Nevsky, en la calle Daru, un lugar que desde la caída de los zares se estaba convirtiendo en el centro de encuentro de los rusos blancos en París. Pero la exposición también busca mostrar la distancia existente en ocasiones entre Olga Khoklova y la imagen que de ella ofrece Picasso en sus pinturas, gracias a una selección de archivos, cartas, fotos y documentos buena parte inéditos pertenecientes a Bernard Ruiz-Picasso, nieto del genio y cocomisario de la muestra, y que proceden de la malle-cabine
(baúl de cabina) de Olga Khokhlova, heredada por su hijo Pablo al morir aquella.
Olga y Pablo Picasso se habían conocido en febrero de 1917. El artista español, anclado en un París minado por las ausencias y las estrecheces causadas por la Primera Guerra Mundial –tal como se reflejó en la pasada muestra Cubismo y guerra, del Museo Picasso de Barcelona– había aceptado gustoso la invitación de Diáguilev para desplazarse a Roma a crear la esce-nografía de su ballet Parade. Jean Cocteau lo acompañó en el viaje y fue testigo del deslumbramiento que le provocó aquella joven hija de coronel pero con andares de zarina. Olga Khokhlova, nacida en 1891 en Nijyn, una villa ucraniana entonces parte del imperio ruso, “no era nada, bonita pero nada. No hemos podido descubrir qué vio Picasso en ella”, dijo entonces la prima ballerina Alexandra Danilova, según explica el biógrafo de Picasso John Richardson.
“Nosotros los abajo firmantes Olga Koklova y Pablo Picasso (sic) de vivir hasta la muerte en paz y amor. El que rompa este contrato será condenado a muerte”, juramento de amor de la pareja, 4 de marzo de 1918. El matrimonio se mantendría hasta 1935, formalmente dos décadas más, hasta la muerte de Olga en 1955 en Cannes. Durante los primeros años, y fuera lo que fuese que Picasso vio en ella, se convirtió en la
modelo y musa del pintor. Sus retratos de esta época –Retrato de Olga en
un sillón, Montrouge primavera de 1918, o Olga con mantilla, Barcelona 1917– se alejan formalmente del cubismo, que Olga detestaba, adoptan una figuración claramente influenciada por Ingres. La joven esposa, diez años menor que Picasso, tampoco simpatiza con los amigos y colegas del pintor, ni con el Montmartre bohemio: Max Jacob y Guillaume Apollinaire son prácticamente sustituidos en el entorno social de la pareja por la modernidad de entreguerras: la rica chilena Eugenia Errazuriz, Igor Stravinski, el propio Cocteau o el conde Étienne de Beaumont, organizador de grandes recepciones a las que era muy aficionada Olga. Una fotografía en la exposición tomada por Man Ray muestra a los Picasso en uno de estos bailes en 1924 en la residencia del conde.
La propia residencia de la pareja fue durante meses el lujoso hotel Lutétia, mientras preparaban su nuevo apartamento en la muy burguesa Rue La Boétie de París. Picasso continúa pintando a Olga, con la expresión casi siempre seria –Mujer
leyendo, 1920, Olga pensativa, 1923–. Mientras la fortuna social le sonreía, su familia sufría las vicisitudes de la revolución y la guerra, nunca volvió a encontrarse con ellos. Tras varios años sin noticias, pudo restablecer la correspondencia con su madre, Lydia, y sus hermanas. Una de ellas le escribió en agosto de 1925: “Hoy he visitado el Museo Shchukin y por fin he podido ver los cuadros de tu marido. Ocupan tres salas y mucha gente viene a verlos”.
El nacimiento en 1921 de Pablo, único hijo de la pareja, introdujo la maternidad en la obra de Picasso:
Madre e hijo al borde del mar, primavera de 1921, y su estudio preparatorio. Composiciones bañadas en una ternura inédita en la obra del pintor, la serenidad de las escenas familiares, retratos del pequeño –Paul sobre
un asno, París, 15 de abril de 1923–; Picasso ha redescubierto durante la estancia veraniega de la familia en Fontainebleau en 1921 el interés por la antigüedad con la que había conectado en Roma. Sus cuadros reflejan este momento personal al mismo tiempo que crece el tren de vida de la familia, que ahora incluye a una nurse, cocinera, chófer... Olga dedica toda su atención a su hijo, la inquietud por los suyos en Rusia se suma a la amargura de haber abandonado el baile, su rostro va desapareciendo poco a poco de la pintura de su marido, para transformarse radicalmente en 1924.
Es el año del Manifiesto Surrealista; el matrimonio está en crisis. El biógrafo John Richardson apunta que, al conocer en 1917 en Barce-
Las películas familiares rodadas en 1931 muestran a una Olga extrovertida que busca seducir a la cámara