RCR y el faro horizontal
El diccionario de la RAE define “faro” en primera acepción como “torre alta en las costas, con luz en su parte superior, para que durante la noche sirva de señal a los navegantes”. En 1989, en su sala de exposiciones madrileña, el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo expuso los proyectos para la construcción de 59 nuevos faros en el litoral español, uno de los cuales presentaba la inusualísima característica de tratarse de... una construcción horizontal. Es decir, en vez de una “torre en la costa”, se trataba de una especie de brazo afilado que se adentraba en el mar; se edificaría en Punta Aldea (Gran Canaria). No había nada así en España, ni se tenía constancia de que existieran precedentes entre los lighthouses del mundo. El proyecto, que había resultado vencedor de un concurso de ideas, lo firmaban cuatro arquitectos de Olot recién licenciados: Ramon Vilalta, Carme Pigem, Rafael Aranda y Maria Tàpies. Los tres primeros aún trabajan juntos y, bajo el nombre de estudio RCR, acaban de recibir el premio Pritzker, conocido como el Nobel de los arquitectos.
Se ofrecieron entonces a pasar por La
Vanguardia a explicar su diseño y les atendí yo una tarde de junio. La insólita disposición –me explicó Vilalta– se debía a las características del terreno: la punta de los Bajones, “un muro natural que corta el mar, una faja de tierra entre dos azules. Se trataba de no romper ese equilibrio del acantilado”. La construcción se convertiría de este modo “en una prolongación de la cresta de la costa”.
El proyecto nunca se llevó a cabo pero su repercusión impulsó una carrera internacional. Si, como ha dicho Ferran Adrià citando al cocinero Maximin, “la creatividad es no copiar”, el gesto horizontal de los jóvenes arquitectos olotenses ya marcaba un radical compromiso con ella.