Presentación de Arrieta (o como quiera que se llame)
‘Bella durmiente’ Es el último filme de un veterano cineasta español a quien apenas conocemos. Se estrena el 31 y será lo más provocador de la cartelera
Se acerca la última película de Adolfo Arrieta y no sabemos nada de él, apenas el fulgor de su leyenda. Incluso su nombre nos ha llegado siempre distorsionado, a quienes lo conocíamos de oídas o por alguna que otra de sus imágenes, y distinto según los títulos de crédito a los que nos acercáramos. Unas veces Adolfo Arrieta, otras Adolfo González Arrieta, Adolfo G. Arrietta, V. González Arrieta, Adorfo Arrietta, Udolfo Arrieta, Vdolfo Arrieta, Adolpho Arrieta, Adelfo Arrietta, Adelpho Arietta y ahora, para su último trabajo, Ado Arrietta. ¿A qué viene esa necesidad de la máscara? Arrietta nació en Madrid en 1942, pero eso no quiere decir que sea un cineasta español. Quizá sí por filiación cultural, y ni siquiera eso, pues su estética bebe tanto de Luis Buñuel como de Jean Cocteau. En sus primeros cortometrajes, El crimen de la pirindola (1966) y La imitación del ángel (1967), aparece Madrid, sus calles y sus gentes, pero como algo ajeno y extraño, una alucinación que intentará olvidar cuando se vaya a París después de realizar su segunda película, allá donde se convertirá en un apátrida y un embozado.
Tras una filmografía francesa accidentada, entre cortos y largos, siempre desde una precariedad asumida y deseada, con tal de conseguir la libertad de filmar lo que quiere, Arrieta regresa a España a finales de los años 80, pero sólo temporalmente, para realizar un episodio de la serie de televisión
Delirios de amor (1989) y Merlín (1990), que hubiera podido ser su ingreso en la oficialidad del cine español, pero se convirtió de nuevo en un intento frustrado. Y no se sabe nada más de él hasta el 2003, cuando vuelve con Eco y Narciso ,y luego hasta el 2008, cuando homenajea a Buñuel en los siete minutos de Dry Martini. Y ahora Bella
durmiente, la que parece su película más convencional. ¿Lo es?
No, Bella durmiente no puede ser una película convencional, ni siquiera eso que llaman “cine independiente” o “alternativo”, pues Arrieta nunca ha entendido de esas categorías. Sus películas nacen del impulso, de la imagen exaltada. Lo que quiere decir se cuela entre los planos, siempre discontinuos, que no obedecen a la lógica del relato clásico pero tampoco la desprecian: se suceden unos a otros como siguiendo la estela de una realidad que no es la que conocemos, pero sí reconocemos en sus leves huellas. Por eso en sus películas aparecen los espectros de Andy Warhol y Jonas Mekas, de Jacques Rivette y Stan Brakhage, pero también de Louis Feuillade y Fritz Lang. Hay algo en ellas que sustituye la realidad que nos rodea por otra que parece la misma pero no lo es, una especie de sombra espectral, la sombra de las narraciones míticas y de los cuentos de hadas. El bombero que se aparece a la niña ansiosa de Flammes (1978) es como los ángeles que pueblan muchos de sus relatos, a la vez presencia liberadora e inquietante, la puerta hacia otro mundo y el revés perverso de este. Y las esperas de Tam
Tam (1976) o Vacanza permanente (2006), los invitados que no llegan o las llamadas de teléfono que nunca obtienen respuesta, son excusas para crear tiempos muertos en los que se hace presente lo maravilloso, el repudio de lo cotidiano, la emoción del deseo.
En Bella durmiente, adaptación personalísima del cuento popular del mismo título, un príncipe que toca la batería sólo quiere desobedecer a su padre y penetrar en el bosque encantado que lo llevará al palacio donde todo permanece en el territorio de los sueños, donde una hermosa muchacha lo espera dormida desde hace muchos años.
No hay que ofrecer resistencia a las imágenes de Belle dormant, pues el rechazo es el peor enemigo de todas las películas de Arrieta. Sólo así podrá aceptarse que el príncipe y su preceptor sobrevuelen el reino dormido en helicóptero, o que la incursión del joven heredero en el bosque sea a la vez luminosa y siniestra. En esta película no hay que esperar que el cuento de hadas nos ofrezca su lado más tenebroso, como si se tratara de una versión de Walt Disney. Muy al contrario, estamos en el territorio de la inocencia, pero de una inocencia que se desnuda a sí misma hasta el tuétano y, al hacerlo, deja al descubierto su lado más misterioso. En Pointilly (1972), una niña soñaba con un castillo mágico desde una infancia aburrida y estúpida. En Las intrigas de Sylvia Couski (1974), el París de la época se convertía en un territorio encantado poblado por travestís que más bien parecían hadas buenas. Fiel a sí mismo, Arrieta concibe Bella durmiente como la continuación de todo eso, un viaje hacia la restitución de la verdad, que no puede ser otra cosa más que el advenimiento de una realidad refundada por la cámara. Pues, en esta película hipnótica y fascinante, la manera en que miramos el mundo es el único modo de transformarlo, de desvelar la capacidad subversiva y revolucionaria de la ficción.