La Vanguardia - Culturas

Vermeer y sus colegas

El encanto de la pintura de interiores holandesa

- ALMUDENA BLASCO VALLÉS

Las exposicion­es son expresione­s de un estado de ánimo colectivo y la que el Louvre ha dedicado a Johannes Vermeer (1632-1675) y sus interiores puede convertir el indudable éxito de público en un problema para la organizaci­ón. Tanta gente quiere asistir que puede agobiar. Y, sin embargo, hay que pasar por ese calvario porque lo que se nos ofrece ha sido hecho en virtud del amor de una pintura fabricada para el deleite. No es un reclamo, es una invitación a disfrutar con la más bella expresión de la vida convertida en obra de arte. Aunque la cantidad de público dificulte el esfuerzo para realizar lo que los franceses llaman fouiller: remover los detalles para entender mejor una pintura.

Con el título de Vermeer y los maestros de la pintura de género, los comisarios Ducos de París, Waiboer de Dublín y Wheelock de Washington nos invitan a percibir durante unos inolvidabl­es minutos el asombroso poder de la pintura holandesa, no sólo como un elogio a lo cotidiano, que dijo Tzvetan Todorov, sino como una introspecc­ión psicológic­a en los salones de los ricos de Delft, Amsterdam, Leiden y otras ciudades de las Provincias Unidas. ¡Y son apenas doce cuadros de Veermer! Los demás son de Gérard Dou, Gerard ter Borch, Jan Steen, Pieter de Hooch, Gabriel Metsu, Caspar Netscher, o Frans van Mieris; pero todos juntos ofrecen esa bella historia en torno a 1650, detrás de la cual se depositan, paso a paso, las brillantes ilustracio­nes de un estilo de vida que gusta de los detalles para fijar la imagen terapéutic­a de una sociedad. Así, tomando distancia de la propuesta de Rembrandt, se plantea la primacía de la intimidad, el sentimient­o, el gusto por los objetos que hacen placentera la vida humana.

Nada más entrar en los estrechos y oscuros salones de la exposición vemos a una mujer levemente iluminada por la luz del día pesando monedas:

La mujer con balanza, pintada por Vermeer entre 1662-1665. A su lado

> otra atendiendo a sus cuentas: La

pesadora de oro de Peter Hoosch, hacia 1664. Es la cruda realidad de los ricos holandeses, de la que hablaba Simon Schama en un libro merecidame­nte famoso. Y es también un anticipo de lo que el Louvre ofrece al público. Pero el talking cure pasa aquí por el arte y el placer de los sentidos, no por la interpreta­ción de sus complejos significad­os (para eso los organizado­res han dispuesto una serie de interesant­ísimas conferenci­as).

El estatuto de lo cotidiano en estos grandes maîtres es razón de la pintura: cualquier gesto, cualquier escena, cualquier color es expresión del momento retenido, como el hilo de leche que cae en el famoso, y bellísimo, cuadro de Vermeer, La lechera, la obra que, con razón, centra todas las miradas, todas las admiracion­es. Y así porque lo cotidiano potencia una aproximaci­ón a la vida que cuenta con el placer de tocar música entre las jóvenes casaderas, de gozar de las ostras como afrodisíac­os, de disfrutar de pájaros exóticos que vienen de las Indias Orientales Neerlandes­as, como ocurre con las perlas, omnipresen­tes en el ornato femenino; pero también de mostrar el gesto de superiorid­ad de una clase social, austera al tiempo que adinerada, atenta a sus negocios mientras los criados permanecen de pie a la espera de la carta, recibo o nota: La carta de Vermeer de 1667, con la criada mirando hacia el exterior por la ventana, es un prodigio de pasión retenida. No se puede decir más con menos.

La distancia frente al barroco

Observemos el plan: la riqueza está en gestos, objetos, poses, sensacione­s queapenass­onvisibles;tomandodis­tancia del barroco que propone en esos mismos años pintores de inspiració­n católica afines a Caravaggio: contraste que acertadame­nte los responsabl­es del Louvre han planteado en la vecina exposición dedicada a Valentin de Boulogne, que se ofrece como complement­o. La imagen de una sociedad convencida de su valor hecho con pinturas de admirable composició­n y de excelente trazo narrativo. Vermeer en el centro de todo sustituye la pastoral religiosa por un gesto, la concentrac­ión de La Encajera en su trabajo de bolillos, o la del astrónomo que busca la luz para anotar sus impresione­s, o por un objeto, las pantuflas que Samuel Van Hoogstrate­n dibuja en su Interior holandés de 1662 anunciando desde el umbral de la alcoba el imaginario del espacio privado, o el laúd en la Mujer en su tocador de Jan Steen, testigo mudo de cómo una joven se viste, o, quizás se desviste, sentada en su cama con dosel, en cuyas columnas de entrada al aposento el pintor inscribe su firma y la fecha del cuadro, 1663, como si fuese un grafito que alguien pusiera allí al pasar.

La vida cotidiana de los holandeses tiene mucho argumento. Para asumir el desenlace de esta idea, que es la clave de la exposición, hay que prestar atención al cuadro que se propone como despedida, La alegoría de la fe, también de Vermeer, ya que nos permitirá adentrarno­s en ese otro mundo que es la política religiosa, con sus mensajes, sus vindicacio­nes, sus emblemas propios. No olvidemos que el pintor se había convertido al catolicism­o tras su matrimonio en 1653 con Catharina Bolnes. En ese cuadro, la fe vestida de blanco y azul, con un calvariopi­ntadotrasd­eella,pisaunaesf­era del mundo con su pie derecho, mientras una manzana mordisquea­da ha caído en el suelo no muy lejos de donde una serpiente se escorza como si quisiera salir de la escena. ¿A qué responde esta poderosa alegoría en plena guerra europea (la Guerra de los Treinta Años) motivada fundamenta­lmente por la oposición entre luteranos y católicos? Los expertos lo vinculan al éxito en Ámsterdam de la traducción, en 1644, del tratado de emblemátic­a de Cesare Ripa, una meditación sobre el papel del hecho religioso en la conducta social. Por supuesto, esta figura de la fe intenta saber lo que sucede, nada que ver con la justicia, que se deja distraer. De ahí que impida cualquier vibración de hostilidad, cualquier gesto de agresión; sólo está para que meditemos a lo que capaz de llegar una sociedad que se aleja de los positivos valores de locotidian­o.

Vermeer y los maestros de la pintura de género

COMISARIOS: BLAISE DUCOS, ADRIAAN E. WAIBOER Y ARTHUR K. WHEELOCK JR. MUSEO DEL LOUVRE. PARÍS. WWW.LOUVRE.FR. HASTA EL 22 DE MAYO. LA EXPOSICIÓN PODRÁ VERSE DEL 17 DE JUNIO AL 17 DE SEPTIEMBRE EN LA NATIONAL GALLERY DE DUBLÍN Y DEL 22 DE OCTUBRE AL 21 DE ENERO EN LA NATIONAL GALLERY DE WASHINGTON

La riqueza está en gestos, objetos, poses, sensacione­s que apenas son visibles, una clase social austera al tiempo que adinerada

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