1989: el año clave
Es muy posible que
sea ya una de las grandes obras de la literatura alemana contemporánea y que Lutz Seiler la concibiera pensando en el mañana. En 1989, el año de la descomposición de la URSS, Seiler, por entonces un joven poeta idealista, estuvo de temporero en la isla Hiddensee, entre una variopinta población flotante que preludiaba lo que iba a ocurrir en noviembre cuando el muro alemán se vino abajo sepultando un mundo agónico. Es lo que muestra :un pasado ruinoso que Seiler, con sutilezas de fabulador primoroso, entronca con cierto realismo mágico (vean los ritos de purificación), con ámbitos de la ciencia, la guerra fría, la imaginería literaria en alusión directa a Robinson Crusoe y a Viernes, de forma no tan explícita a la posmodernidad de Don DeLillo y a otros referentes apenas susurrados que el lector detallista puede desentrañar al adentrarse en los substratos del relato y sentir la necesidad de identificar los aires que respira.
Con esos datos no es excesivamente arriesgado apostar que Seiler juega a favor de los vientos del futuro: su horror y compasión (de los muertos) le inducen a mirar hacia otro tiempo venidero, habitado por gente que surge de la desmemoria y en la que se integra Ed, el poeta-lavaplatos, el último en abandonar la isla mítica una vez los muros han sido demolidos y en aquel final de 1989 asume la conciencia de su libertad. es el compendio real, onírico y lírico de lo vivido que quedó atrás, fundido en palabras que conjuran el olvido y quizá implican para Seiler el compromiso de plasmar algún día una obra a la altura de la que –excepcional por varias razones– nos lo acaba de descubrir sin haberse agotado en una primera lectura.