Meninas teatrales
Carmen Machi habla con Ernesto Caballero
Echan la vista atrás y les cuesta recordar la fecha de la primera vez que trabajaron juntos. Calculan en qué año estrenaron María Sarmiento, cuándo debutaron con
Santiago (de Cuba)... y cierra España o cuándo presentaron Auto. Saben que La tortuga de Darwin fue su última vez. Y, finalmente, llegan a una conclusión: veinte años, hace veinte años que empezaron a trabajar juntos. Y siguen. Ahora regresan con La autora de Las meninas:
Ernesto Caballero es su autor y director; y Carmen Machi, su actriz principal en el papel de una monja copista que se cree artista cuando le piden que haga un duplicado de
Las meninas porque el Estado –en una España futura, ambientada dentro de dos décadas– ha decidido vender la obra para poder liquidar la deuda externa del país.
¿Por qué vuelven a trabajar juntos una y otra vez?
CARMEN MACHI: Me gusta trabajar con gente que sabe más que yo. Y Ernesto aúna talento y conocimiento con un punto de locura que nace del sentido común. Un actor ha de tener fe ciega en su director y hacer lo que te pide sin plantearte el porqué. Yo la tengo en Ernesto.
ERNESTO CABALLERO: Carmen es la única actriz con la que puedo delirar: comparte mi delirio y lo transforma en algo asombroso. El teatro es espacio de transgresión, no es un espejo de lo cotidiano; y Carmen es una poeta de la interpretación, algo que tiene que ver con la ruptura con la lógica cotidiana. Muchos actores se acogen a su zona de confort, pero hay un punto más allá que está al alcance de pocos. Y Carmen es una.
¿En qué consiste ese delirio?
C.M.: Yo lo llamo locura. Y control y locura no tienen por qué estar reñidos. Mi trabajo siempre parte de la palabra, ni sé ni me interesa improvisar; es la palabra lo que me emociona y me conduce… pero hay que estar a su altura y para lograrlo se precisa de la locura, del delirio.
E.C.: Carmen confía en la palabra. Yo, también; y escribo para que la palabra sea puesta en escena, para
que suscite momentos… Carmen los descubre, los magnifica y les da su impronta. Un actor es un artista: ofrece su punto de vista, que no es el mío, que me sorprende.
¿Dice que construye sus personajes de fuera hacia adentro?
C.M.: Necesito verme en un espejo y ver qué proyecto. Si te vistes con hábito de monja, eso ya te da una paz, una cadencia al hablar... Y es eso que proyecto lo que viaja hacia adentro y me provoca emociones. No creo en el método Stanislavski, que dice: primero siente y luego haz.
E.C.: La herramienta fundamental de cualquier actor es su cabeza. Sus decisiones. Hay actores prodigiosos que no adoptan las decisiones adecuadas. Y las decisiones de Carmen, una perspicacia que tiene que ver con la vida, son inteligentes.
C.M.: Ernesto da una responsabilidad enorme al actor, te provoca una tensión agotadora porque pide que cada día le sorprendas. Creo que Ernesto siente nostalgia del teatro desnudo, del teatro de actor y palabra; todo lo demás le sobra, le molesta. Y eso, para un actor, es oro puro porque te obliga a apoyarte en ti, en el texto y en tu delirio.
‘La autora de Las meninas’ habla sobre el arte y los artistas. ¿Quién es artista?
E.C.: Artista es quien pone un plus de excelencia en lo que hace, ya sea el arte o su vida. Supone entrega, sacrificio… eludir el cualquiercosismo, el hacer por hacer. Hay que dar lo mejor de uno en cualquier momento. En el teatro y en la vida.
C.M.: Tiene que ver con buscar un destinatario, con no ser tú el receptor; pero también con el sentimiento de continuo privilegio. El artista nunca está conforme, siempre está insatisfecho, siempre necesita sorprender.
E.C.: El artista sabe que no hay axiomas, que todo es provisional, y eso le genera un desasosiego muy productivo. Trata de explicar la realidad y de buscar una realidad alternativa.
C.M.: La monja que interpreto en
La autora de Las meninas habla de posesión. Y el artista es un ser poseído: te posees por algo que no sabes qué es, algo que tienes que dominar y que a la monja se le descontrola. Sentirse artista es orgásmico.
E.C.: Perder el control, enajenarte. Esa es la versión platónica, pero también hay que atender a la aristotélica, porque el arte es volar con ataduras. En el arte, en el teatro, debes saber habitar en la contradicción, porque la vida es contradictoria y el arte, su sublimación. El actor busca el conflicto, la dificultad.
C.M.: A los actores nos atraen los personajes a quienes les ocurre lo que no quisiéramos que nos ocurriera a nosotros.
E.C.: Dice Juan Mayorga que el actor finge ser quien no es ante un público que finge creérselo. Existe un movimiento pendular constante entre actor y personaje. Una danza de identificación a distancia. Una seducción.
¿De qué aspectos del arte habla en ‘La autora de Las meninas’?
E.C.: A riesgo de pecar de pedante, que a veces parece que hay que pedir perdón por tener referencias… No se trata de que quiera alentar un movimiento conservador en el arte, pero sí una revisión crítica desde dentro. Creo que la vanguardia está en un callejón sin salida, que se ha convertido en lo que no pretendía: en género; y que debe girar hacia otro lugar. El nihilismo, la voluntad de destruir el pasado, ha sido una constante en el arte contemporáneo, que se gestó en un siglo atroz y que es pesimista, desconfiado del ser humano e individualista. Ahora creo que toca preguntarnos qué podemos hacer juntos, aunque sin perder la individualidad. Tenemos que recuperar la conciencia social. Tanto en nuestro país, desestructurado, sin proyecto, que no sabe de dónde viene; como en el arte. Esa es mi opinión, aunque no tiene por qué ser la opinión de mi obra.
C.M.: Secundo lo que dice Ernesto.
E.C.: El teatro es un acto social; es necesario y oportuno. Las redes sociales nos están aislando, producen relatos ficticios que no son comunicación. Pero el teatro es lugar de encuentro, un fenómeno democrático porque el espectador te presta su atención, pero tienes que devolvérsela.
C.M.: Uno de los momentos más emocionantes es el de justo antes de salir al escenario, cuando escuchas el murmullo del público. El público es quien empieza y quien acaba la función. Y tú intentas hacer jugoso el bocadillo y que ellos salgan transformados. El papel del espectador es mayor de lo que él cree. El público es, en cierto modo, también artista.
¿Por qué se disculpaba por tener referencias, cultura?
E.C.: No se trata de sumarme al coro de quienes se lamentan por cualquier tiempo pasado. Pero ahora se alardea de la incultura, mientras que antes existía el prestigio de la voz autorizada. Vivimos en tiempos de nivelación absoluta, y de esa democratización por abajo es de lo que habla La autora de Las meninas. El arte es aristocrático. Hay águilas y gorriones y no todos podemos ser águilas. En mi obra, aparece un partido populista que trata de democratizar algo que es refractario a esa nivelación. Hoy parece que esté legitimado nivelar por abajo y cuando alguien destaca pone en evidencia a la mediocridad murmuradora. Ya lo dice la monja: en este país, el éxito tiene muy mala fama. Te obligan a disfrazarte de perdedor. Y para rebelarse se precisa coraje.
La autora de Las meninas
TEATRE GOYA. HASTA EL 4 DE JUNIO