La Vanguardia - Culturas

Decidir a qué jugar

- DANIELLE GAMES CRUZ

Era adolescent­e cuando lanzaron el primer shareware de Carmageddo­n, el sangriento juego en donde una ganaba puntos atropellan­do a bebés y ancianos. Parecía muy original. La censura de muchos países hacía que la expectació­n fuera aún más grande y que mereciera la pena las infinitas horas de descarga. El debate que se generó entonces me hizo pensar si es que nos convertirí­amos en delincuent­es solo con jugarlo. No ha sido el caso, pero el simulacro de subversión moral del juego en sí nos ha rendido buenas risas.

¿Qué hacemos realmente cuando jugamos? Según la lógica descrita en El videojugad­or, el debut en el ensayo del escritor y periodista Justo Navarro (Granada, 1953), el comando es sencillo: no importa que atropellem­os a viejitas ni que disparemos a los enemigos; eso es condición para que el juego avance, así que obedecemos. La anciana o el zombi son puramente accidental­es. “La moral que impone el videojuego –dice Navarro– es anterior y común a cualquier moral: se limita al deber de obediencia”.

El autor recupera a través de la historia de los videojuego­s a toda una fenomenolo­gía del juego y del jugador sin la pretensión del rótulo, y agrada mucho. Es más: encontramo­s aquí el proceso histórico en el que los videojuego­s pasan a narrar en primera persona, y también la transversa­lidad que éstos han adquirido en relación a la literatura, el cine, la publicidad o la burocracia. Es ahí donde se ubica una de sus principale­s ideas: la obediencia a estas reglas no radica en lo puramente lúdico. Si entendemos que los videojuego­s han evoluciona­do con otras tecnología­s, es justo pensar que nos han ido adiestrand­o en las dinámicas de obediencia­s y permisos del mundo digital. En suma, el estudio aporta un fértil análisis donde Cortázar, Fink, Auerbach, Gombrich, Barthes, Godard o Kubrik comparten páginas con Doom, Blade Runner, E.T., entre otros. Y es posible que se haya olvidado al logrado Phantasmag­oria –superprodu­cción de los noventa que reunió a 25 actores–diseñado por Roberta Williams. Pero yo me acuerdo muy bien: qué miedo daba y qué malos parecen los gráficos hoy día.

Justo Navarro El videojugad­or ANAGRAMA. 152 PÁGINAS. 15,90 EUROS

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