La cultura de la esterilidad
Vivimos en la época del ocio y la banalidad. El progreso económico y tecnológico no han supuesto para la cultura un avance: el pensamiento y la educación son relegados por la moda y lo insustancial. Este es el diagnóstico del autor, que reclama la necesid
César A. Molina denuncia el apogeo de lo banal
El intelectual no ha desaparecido ni desaparecerá, pero será como los indios en las reservas
César Antonio
Molina es poeta, ensayista, crítico y gestor cultural; ha sido director del Instituto Cervantes y ministro de Cultura (2007-2009) en el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Recientemente ha publicado ‘Todo se arregla caminando’ (Destino), sexto volumen de sus ‘Memorias de ficción’, y próximamente aparecerá su nuevo poemario ‘Calmas de enero’ (Tusquets)
En nuestra antigua sociedad, hasta hace un siglo, todo giraba en torno a la fe religiosa. La vida era resignación, sufrimiento, dolor, inquietud, pesimismo. Aquello de la tierra como valle de lágrimas. Se ofrecía, por el contrario, un más allá cargado de una felicidad definitiva para quienes hubieran cumplido con una serie de normas. La sociedad moderna, la constituida fundamentalmente después de la Segunda Guerra Mundial, trajo la libertad, el optimismo terrenal, la felicidad, el progreso (ya iniciado a mediados del siglo XIX), el olvido del futuro y del más allá y el desarrollo tecnológico. ¿Sigue siendo la filosofía el camino que permite el conocimiento? ¿Sigue siendo la creación literaria el camino que permite el conocimiento? ¿Lo que yo estoy haciendo ahora mismo, escribir sobre una libreta, no es un acto ya de desacato a los tiempos que vivimos? ¿Quienes nos resistimos no somos sacrílegos de una nueva fe y de unos nuevos dioses? Y que conste que yo utilizo el ordenador y lo utilicé siempre durante mi larga vida de periodista activo. La modernidad democrática se basó en la razón, en el progreso, en la igualdad, en la fe laica, en la educación y la cultura. Y también ayudó a todo esto el poder social del escritor y del intelectual. Pero nuestro mundo contemporáneo ha ido abandonando el campo de batalla histórico de los grandes debates de ideas. No se ha perdido esta actividad del todo pero su influencia es, desgraciadamente, cada vez menor. Las ideas han dejado de ser consideradas fuerzas capaces de cambiar radicalmente el orden del mundo, como lo fueron en el pasado reciente. Ahora se enseñorean otros poderes: el de la economía y el de la tecnología. De ahí nuestra compleja situación actual y la que vendrá caracterizada por la cada vez mayor reducción del prestigio y la trascendencia social concedida a la vida intelectual.
Los grandes conflictos de la modernidad, conflictos políticos como, por ejemplo, marxismo, capitalismo, fascismo, han desaparecido aparentemente; lo mismo que los grandes ismos que antes habían movido al mundo, los artísticos y filosóficos: futurismo, cubismo, existencialismo, estructuralismo, psicologismo, etcétera. La vida intelectual ha ido perdiendo terreno a pasos agigantados y, al día de hoy, no puedo imaginarme cuál va a ser su papel en el futuro y ni siquiera si lo tendrá. El valor del espíritu se ha depreciado y eso se refleja claramente en los planes de educación, en el abandono de las humanidades por las instituciones públicas, así como el deterioro que sufre la lectura. El momento heroico del mundo de las ideas (durante la segunda mitad del siglo XIX y gran parte del XX) cargado de grandes promesas, algunas de las cuales se cumplieron y sirvieron a la humanidad para avanzar, pasó ya. Y con él la función del intelectual hoy sustituida por los grandes medios de comunicación no escritos sino audiovisuales, fundamentalmente la televisión, que va camino también de ser sustituida por las redes sociales y lo que venga.
El intelectual no ha desaparecido ni desaparecerá, pero será como los indios en las reservas. A todo ello contribuyó el cada vez más bajo nivel cultural de la sociedad a pesar, me refiero en las sociedades democráticas, de la alfabetización generalizada, la enseñanza universitaria y un mejor nivel económico medio. Hoy opinan sobre banalidades los deportistas, los cantantes, los ladrones de guante blanco, las modelos, los cocineros, los modistos y un sin fin de gentes inusitadas. La superficialidad e inanidad ha venido a sustituir a lo que antes eran las discusiones profundas sobre las grandes ideas. Una sociedad alienada en su felicidad, consumista, no necesita a laicos confesores, ni directores de buena o mala conciencia, ni guías u orientadores del pensamiento. ¿Pensar, para qué? Los intelectuales están siendo ninguneados porque el pensamiento ha sido desterrado de la educación. ¿A dónde han ido a parar las enseñanzas humanísticas? Diezmadas, arrinconadas, despreciadas, inutilizadas y vilipendiadas como inútiles para la vida laboral y social. Innecesarias y antieconómicas. Todo ello conduce a lo que Lipovetsky califica muy inteligentemente, como siempre, de “inapetencia intelectual generalizada”. Hoy se quiere saber todo y nada a la vez. Hoy se
puede disponer de cualquier información y la gente tiene la sensación de que lo conoce todo y que de todo puede opinar. Y es más, que no hace falta recibir docencia alguna personal. Tampoco es necesario el núcleo de aprendizaje familiar, social, histórico. Hoy, cada vez más, toda la acción cotidiana proviene de internet. Incluso las radios y televisiones han iniciado una etapa declinante a pesar de que aún mantienen su poder. Y si antes me preguntaba si la filosofía y la cultura en general seguían siendo el camino que permite el conocimiento ¿lo será en el futuro la educación? Una educación sometida a las imágenes, irreflexiva, cómplice con las tecnologías. ¿Internet está convirtiendo a la docencia, según la entendimos, en algo inútil, desfasado y anticuado? ¿Somos los docentes ya necesarios? ¿La tecnología es un proceso cognitivo que hace innecesarios a todos los componentes y transmisores existentes con anterioridad? ¿Es suficiente estar conectado a la red? Yo creo que no, pero todavía no tenemos la suficiente experiencia para aventurarnos en una opinión contrastada. Muchos aún seguimos pensando que la libertad de conocimiento exige la continuidad de muchos métodos clásicos: oralidad, presencia, repetición, memorización, transmisión de referentes fundamentales, aprendizaje lineal, imposición de normas de diversas clases, retórica… No se puede tener una verdadera libertad intelectual sin el aprendizaje ordenado, organizado y sin una transmisión personal del saber.
Vivimos en el tiempo del ocio, no del saber. Un ocio provocado por la reducción progresiva del tiempo laboral y el aumento del tiempo de vida. Hay más tiempo y dinero a pesar de las sucesivas crisis. Pero ese tiempo se emplea en los deportes o en las diversiones pues, como dice Edgar Morin, vivimos en una época de concepción lúdica de la vida. La evasión, el no pensamiento, el culto al cuerpo, se anteponen a cualquier manifestación cultural. Michel Serres no va muy desencaminado cuando califica al ser humano contemporáneo como Hominescence, es decir, hoy en día se puede acabar la existencia sin haber padecido dolor alguno. Sí, la esperanza de vida se ha prolongado mucho debi-
¿Está convirtiendo internet a la docencia, según la entendimos, en algo inútil, desfasado y anticuado?