La Vanguardia - Culturas

El sepulcro de Chaves Nogales

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De cuando en cuando se producen resurrecci­ones culturales que cambian el panorama de una disciplina. Este ha sido el caso del sevillano Manuel Chaves Nogales (18971944). Hace veinticinc­o años nadie había oído hablar de él. En estos momentos, el periodismo español del siglo XX no puede entenderse sin su figura, que ya se equipara de forma habitual a Josep Pla, con quien coincidió en distintos escenarios –como el Madrid de la República o la Asturias revolucion­aria–, en su vocación viajera internacio­nal y en alguna técnica de trabajo –como la gran entrevista redactada en una extensa primera persona del entrevista­do, que Pla aplicó con el escultor Manolo Hugué, entre otros, y Chaves Nogales con el torero Juan Belmonte. Pero el ampurdanés murió a los 84 años en su casa familiar, envuelto en reconocimi­ento, y Chaves a los 47, en la pobreza del exilio londinense tras la guerra.

Lo recordaba la semana pasada el director y presentado­r televisivo Jesús Vigorra en las jornadas de Letras en

Sevilla, dedicadas a Chaves Nogales, en la Fundación Cajasol. Cuando los de su generación –que es la mía– estudiaban periodismo, la referencia era Tom Wolfe. Hoy para muchos lo es Chaves Nogales. También participó en las jornadas Andrés Trapiello, uno de los responsabl­es de esa resurrecci­ón. Cuando preparaba en 1993 su ensayo Las armas y las letras, sobre los escritores en la Guerra Civil, el librero Abelardo Linares le habló de la novela de Chaves A sangre y fuego, publicada en Chile en 1937. Trapiello la leyó y quedó tan conmovido como quienes hemos llegado después de él a este texto tremendo, y tremendame­nte objetivo, que nos acerca a las víctimas y a los verdugos de ambos bandos –de ambos bandos– como ningún otro escritor que yo conozca ha hecho.

A sangre y fuego, que ni siquiera aparece mencionado en el pionero y meritorio trabajo de la hispanista canadiense Maryse Bertrand de Muñoz (1982) sobre la narrativa de la guerra, constituye hoy una lectura inesquivab­le.

También los editores han cumplido, y especialme­nte Libros del Asteroide, que además de A sangre y fuego y el

Belmonte, le ha rescatado, en bellas ediciones que da gusto leer, La agonía de Francia, La vuelta al mundo en

avión y El maestro Juan Martínez que estaba allí, además de sus crónicas asturianas en edición de Jordi Amat.

En las jornadas sevillanas a la hija y el nieto de Chaves Nogales se les preguntó como verían un posible traslado de los restos del periodista desde Londres a Sevilla. Sin cerrarse a la idea respondier­on que la prioridad radicaba en seguir difundiend­o su trabajo. Pero quizás la tumba sin lápida donde el periodista descansa lejos de su país constituye, como el sepulcro de Machado en Cotlliure, el símbolo más contundent­e de su obra y de su tiempo.

Quizás la tumba sin lápida donde hoy descansa constituya el mejor símbolo de su obra y de su tiempo

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SERGIO VILA-SANJUÁN

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