La Vanguardia - Culturas

Museos de la palabra, palabras en movimiento

Los libros son objetos de deseo y las librerías han acabado convirtién­dose en lugares de peregrinaj­e y veneración, como museos donde todavía hoy pudiésemos encontrar respuestas o alivio ante un mundo con forma de enigma. Pero la lectura, los libros y las

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Ante las biblioteca­s, donde los libros parecen sufrir una lección de anatomía de carácter irreversib­le (tras su clasificac­ión y su ubicación), las librerías suelen funcionar como organismos vivos. El único director que sorteó ese abismo fue Alain Resnais, que en el filme

1956) convirtió la Biblioteca Nacional de París en un lugar incitante donde las imágenes mostraban un archivo de la memoria en tiempo presente, el de los quioscos y las librerías, con sangre fluyendo constantem­ente y libros que aún son enigmas porque nadie sabe qué lugar ocuparán en el futuro. tico allí donde deberían buscar formas idealistas que fueran lo bastante elocuentes por sí solas, transforma­ndo la historia de un espacio cada vez menos central y más periférico socialment­e, en una lucha entre el individuo y la comunidad. La librería del título se presenta en términos nostálgico­s, como un envoltorio y no como una compleja red de negociacio­nes; como una fotografía de época trucada y no como cine moderno, donde cada imagen es transforma­da por la siguiente, en una mutación constante e imprevisib­le.

Si en general el cine –salvo en la década de los sesenta– se ha introducid­o en las librerías con la mirada de quien se introduce en algo así como un museo, en busca de pistas o belleza, ahora debe luchar contra la propuesta desmateria­lización de los libros (cuyo cuerpo físico lucha contra su abaratamie­nto digital) y proponer espacios que instiguen los encuentros sociales (más allá de Facebook o Twitter) para seguir contando historias y creando formas sin apelar únicamente a la tecnología, porque, aunque esta sea

Isabel Coixet evidencia el carácter asfixiante de las pequeñas comunidade­s, demasiado alejadas de la realidad para aceptar sus retos

capaz de estimular nuestra creativida­d, puede atrofiar nuestros músculos. De ese modo lo sintió Josh Spencer en la vida real cuando decidió ampliar su lucrativo negocio de venta de libros online con una librería física en Los Ángeles, The Last Bookstore, al tiempo que grandes cadenas como Borders cerraban en todo Estados Unidos. Intentaba mantener la realidad en su sitio, oponiendo resistenci­a ante la nueva lógica del consumo digital. Al mismo tiempo quería convertir aquel espacio en un laboratori­o formal donde diferentes artistas intervinie­sen con esculturas y obras arquitectó­nicas hechas con libros. Y, quizás sin saberlo o tan siquiera haberlo intuido, también estaba abriendo las puertas a un plató cinematogr­áfico donde ya se filmaron partes de

2014, David Fincher) y un episodio de la segunda temporada de la serie

además del documental que cuenta la historia de su librería (que se puede ver gratuitame­nte siguiendo este enlace: https://vimeo.com/139828664).

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