¿Qué diría Vicens
La visión de dos intelectuales catalanes de referencia, confrontada con el presente
Jaume Vicens Vives es uno de los intelectuales del siglo XX cuya obra e itinerario personal han suscitado mayor admiración y aprecio. Así lo confirman la vigencia de su obra histórica, el vigor de sus realizaciones institucionales y los testimonios que nos han dejado sus contemporáneos. Como cuenta Josep Maria Muñoz i Lloret en su biografía, algunos que le conocieron en los años finales de su vida se preguntaban, después de su muerte: “Y ahora, ¿qué haría Vicens en esta situación concreta?”. Sus interlocutores en Madrid, que conocían de sobra lo que había sufrido en los años en los que había sido depurado de la enseñanza universitaria y alejado de Catalunya, siempre apreciaron su generosa disposición a tender puentes. Desde el extranjero, voces tan autorizadas como Hugh TrevorRoper, Raymond Carr y John H. Elliott nunca ocultaron su admiración por Vicens.
Siendo un personaje tan respetado por unos y otros, me ha sorprendido que su nombre apenas haya aparecido estas semanas en el debate público. La explicación de su (espero que transitoria) defunción como autorizado interlocutor intergeneracional es muy sencilla: Vicens se pasó la primera parte de su vida intelectual luchando frente a su injusta depuración intelectual que le alejó de su cátedra de Barcelona; y la segunda, la más fecunda, procurando tender puentes entre Madrid y Barcelona en lugar de dejarse llevar por el cinismo, recelo o victimismo que podría perfectamente haber justificado la dolorosa e injusta situación de sus años anteriores. Su función de puente cultural, su incansable actividad mediadora, su