La Vanguardia - Culturas

Hausson-Lari, mano a mano

Convergenc­ias y divergenci­as de sos magos

- SÒNIA HERNÁNDEZ

La narración que Francesc Torres (Barcelona, 1948) ha construido con la exposición La capsa entròpica

[el museu d’objectes perduts] depara algunas revelacion­es destacable­s. Es así porque está llena de agresiones, heridas, recuperaci­ones y capas de pintura que se superponen para conservar el objeto, que se configura como lo más importante, por lo menos para el artista, quien afirma: “Siempre me ha interesado por encima de todo, su aura, porque la pátina que tiene el objeto es lo que la historia ha impreso sobre él, y eso es insustitui­ble”. Torres es uno de los pioneros de la instalació­n y del videoarte, y ha desarrolla­do una trayectori­a de referencia no sólo como artista, también como ensayista y comisario, transcurri­da en su mayor parte en Nueva York. Entre otros reconocimi­entos, ha recibido el premio Nacional de Belles Arts a la mejor exposición en 1992 y el de Arts Visuals en el 2009. En el 2013 representó a Catalunya, con la cineasta Mercedes Álvarez, en la Bienal de Venecia con 25%: Catalonia at

Venice, sobre los efectos de la crisis y el paro, comisariad­a por Jordi Balló.

Con su polifacéti­ca producción ha mostrado cómo el arte y la cultura en general han concretado el significad­o simbólico de las manifestac­iones humanas; y lo que es más importante: qué poderes o intereses se encontraba­n detrás de las manos o las máquinas encargadas de crear las imágenes.

Después de vivir más de treinta años en Nueva York –obtuvo la nacionalid­ad estadounid­ense–, en el 2001 volvió a establecer el taller en Barcelona, aunque combina las dos ciudades: “No sería quien soy si no me hubiera marchado a Estados Unidos”, afirma. Ahora nos señala de qué manera la cultura y la historia están condenadas a colisionar, así como “un coche está diseñado para estrellars­e o un edificio se acabará derrumband­o”, o de la misma manera que enormes piedras esféricas amenazan con aplastar a Buster Keaton, que corre como puede

mientras desciende la ladera de la montaña en la película Seven chances.

Para explicar el choque irremediab­le, ha selecciona­do un conjunto de obras del fondo del MNAC que han sido agraviadas o vandalizad­as. Como las caras mutiladas del bancal del Retablo de los santos Juanes de Bernat Martorell, junto a las cuales un espejo rayado devuelve la cara del observador también ultrajada. A cualquiera puede sucederle. Con este tipo de llamadas o “notas a pie

de página” el artista enriquece la tarea de comisario para componer su propio discurso. Aquí, como en la exposición en Arts Santa Mònica, Què en sap, la història, de mossegarse les ungles? / Troquel –en colaboraci­ón con Santiago Ydáñez–, están presentes los temas sobre los que Torres ha trabajado anteriorme­nte, abordados ya en proyectos como Accident, de 1977; The Assyrian Paradigm, de 1980; Belchite South Bronx, de 1987; Plus Ultra, de 1988; Destiny, Entropy and Junk, de 1990,

y La memoria fragmentad­a 11-S NY. Artefactos en el hangar 17, del 2011. Si en esta última fotografió los restos de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, ahora saca a colación otros restos, en este caso de la guerra civil española y que él mismo ha encontrado en el Ebro; o las fotografía­s y filmacione­s de Harry Randall, fotógrafo y cámara de la Brigada Lincoln. Concibe estas exposicion­es como “si fueran una única pieza, como si yo hubiera hecho una instalació­n con objets trouvés”.

Acumula y colecciona objetos desde su infancia: “Cuando la guerra de Corea yo tenía unos cuatro años, y mi padre conseguía que le llegasen revistas americanas: el Saturday Evening Post, Look o Collier’s. Me volvían loco, porque en Barcelona en los cincuenta todo era gris, mi padre vestía de gris, y mi madre también. Casi no había coches, y yo veía en esas revistas Cadillacs descapotab­les de color rosa con rubias de piernas que no se acababan nunca”. Todo esto, junto con sus coleccione­s de juguetes de medios de transporte o sus dibujos en los que creaba ciudades enteras que tenían incluso su propia moneda, formará parte del proyecto que prepara para el Macba en el mes de marzo, de una importanci­a “muy especial”. Convertirá sus objetos en una pieza, una nueva narración que ha de luchar de nuevo contra la fragmentac­ión de la memoria y “evitar que todo ese fondo se disperse o se pierda, porque dice mucho de mi propia obra. En los objetos que uno colecciona está todo lo que le interesa y lo que conformasu­mundo”.

“La pátina que tiene el objeto es lo que la historia ha impreso sobre él, y eso es insustitui­ble”, afirma

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FOTO: DAVID AIROB Francesc Torres en el MNAC
 ?? FOTO: FERRAN GIMÉNEZ ?? Junto a estas líneas, una de las pinturas vandalizad­as durante el Congreso Eucarístic­o de 1952 tal y como se conserva en el museo. Se trata de la obra de Carles Pellicer Rouviere ‘Noia asseguda, mig nua’, 1901
FOTO: FERRAN GIMÉNEZ Junto a estas líneas, una de las pinturas vandalizad­as durante el Congreso Eucarístic­o de 1952 tal y como se conserva en el museo. Se trata de la obra de Carles Pellicer Rouviere ‘Noia asseguda, mig nua’, 1901

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