Francisco Candel, el espíritu del 64
un legajo con análisis y estadísticas varias. En cuanto al PSUC, contaría con la simpatía y el activismo de Candel, quien conoció a muchos de sus dirigentes en París tras la aparición de su libro más celebrado.
Es discutible que
sea un ensayo en el sentido estricto del término. Candel fue básicamente un narrador y un cronista, además de un gran lector (capaz de devorar casi todo Faulkner de un tirón y afirmar que le parecía un autor maravilloso pero incomprensible), nada amigo de teorizaciones y alérgico a los lucimientos eruditos. Todo ello jugó a su favor a la hora de la adhesión cívica a
obra estructurada sin demasiados miramientos pero sumamente informativa y con una tesis central de una claridad y una oportunidad pasmosas: constatada la rotunda heterogeneidad de la población de Catalunya (acentuada por la entonces reciente llegada de miles de inmigrantes procedentes de diversas regiones del resto de España) y desde una sensatez elemental y urgente, Candel planteaba la necesidad de no desembocar en una sociedad dividida en dos comunidades herméticas distinguidas por motivos circunstanciales (origen, lengua, hábitos culturales...). La perspectiva de clase también estaba presente en la propuesta candeliana, si bien en unos términos atenuados sólo comprensibles a partir del contexto político en que aquella fue formulada, el cual puede resumirse en la prioridad otorgada a la unidad de acción contra la dictadura desde premisas más cercanas a la patria que a la igualdad. Es precisamente en este punto en donde se localiza la razón última del fabuloso éxito de
pero también su talón de Aquiles, encarnado en el carácter genérico de su propuesta y en la desatención de las consecuencias que podrían acarrear los lazos anudados entre amplios sectores de la izquierda y el nacionalismo.
Consolidada la transición, el espíritu candeliano de 1964 mantuvo intacto su prestigio, pero poco a poco la fue desmintiendo su implantación social efectiva y redefiniéndolo como una convención retórica ya muy descafeinada con respecto a su intención originaria. Como material empírico sobre el asunto puede tomarse incluso la novela del propio Candel
,en la que ficciona su experiencia política en el Consistorio de l’Hospitalet de Llobregat representando al PSUC. Y no está de más aludir a su otra incursión en la política práctica (que dio lugar a otro libro:
anterior a la municipal: la de senador por la Entesa dels Catalans en la segunda mitad de los setenta. El final de su estadía en Madrid concluiría con una anécdota significativa más allá de lo estrictamente biográfico. En uno de sus últimos puentes aéreos como senador coincidió con un destacado dirigente de Convergència que no dudó en proponerle figurar en sus listas electorales. Paco se lo agradeció, pero le respondió: “Yo me hundo con los míos”. Y, en efecto, inaugurado el pujolismo, la izquierda catalana iniciaría su larga travesía del desierto, clave para entender lo que hoy nos está pasando.
Candel, entonces, hubo de centrarse en su quehacer como escritor y periodista. Pero el desplazamiento generacional y la transformación del mercado cultural y político acabarían por cerrarle más de una puerta, lo que le expondría a momentos de estrechez económica. Así las cosas, sus cordiales relaciones con influyentes sectores del nacionalismo gobernante facilitaron un acercamiento mutuo. Sabido es, por lo demás, el aprecio que él y Pujol se profesaron siempre. A este último episodio de la vida del escritor (aún por explicar y más cercano a razones de orden personal que a una mera evolución de ideas) hay que añadir la imagen de un Paco Candel con la salud diezmada pidiendo el no para el Estatut y el voto para Esquerra Repuplicana.
El caso es que en este otoño doméstico no he podido evitar pensar en Candel. No tanto para imaginarme qué opinaría él de todo esto, como para preguntarme hasta qué punto su propuesta de 1964 ha llegado a implantarse en Catalunya. Planteárselo resulta doloroso pero no gratuito, pues hoy sabemos que muchos aplaudieron a Candel con sinceridad pero también que otros lo hicieron para disponer de una coartada (y de tiempo) mientras se dedicaban a cimentar otros asuntos. Si en algún momento de las últimas décadas los catalanes alcanzamos cierta cohesión social, algo pudo tener que ver en ello la loable vocación candeliana de una buena parte de la ciudadanía, pero también (y quizá sobre todo) el incremento general del nivel de vida que trajo consigo la democracia. En cualquier caso, el equilibrio consensual ha saltado por los aires ante la evidencia de la corrupción, el rescate bancario y los recortes, y sin embargo hoy Catalunya divaga sin fin sobre su gradación histórico-identitaria en lugar de atacar la desigualdad. Y la cohesión de una comunidad no admite enunciados metafísicos; o se verifica materialmente o no existe.
Ni yo ni nadie puede saber qué diría y haría Candel aquí y ahora. Pero nada hay de malo en arriesgar una opinión al respecto siempre que no se pretenda hacerla pasar por otra cosa. Así que ahí va la mía, un pelín ramificada. En primer lugar creo que Candel permanecería fiel a su mensaje del 64; de hecho lo fue hasta sus últimos días. Por tanto es muy probable que sostuviese que la mitad más uno de algo no es cualitativamente distinta de la mitad menos uno restante, y que insistir en que sí lo es conduce sin remedio a lo que quiso evitar a toda costa. Y además me parece que no le haría ninguna gracia la constante equiparación que algunos hacen del sistema político actual con el franquismo; por algo sufrió este último de manera directa, rigor comparativo aparte.
Que el espíritu candeliano del 64 fuese aceptado como innegociable por todos los concurrentes a las elecciones del 21-D no sólo sería un espléndido regalo de Navidad, sino también un paso inequívoco en favor de la civilidad ahora mismo maltrecha en Catalunya.
Planteaba la necesidad de no desembocar en una sociedad dividida en dos comunidades herméticas